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sábado, 26 de mayo de 2012

PERIQUITO. UN VIAJE ACCIDENTADO. Por Perseo.




Esa semana mi padre decidió mandarme a pasar unos días a la playa (si hubieran sido años mejor que mejor) pues el calor y mis ocurrencias se hacían insoportables. Como él decía, tenía todos los vehículos del mundo a su disposición, pero para mi desgracia avisó al chofer que olía a gasolina y que no hacia ni una parada hasta la llegada a su destino. Las náuseas estaban garantizadas.

Preparé mis cosas, entre las que se encontraban distintas cajas de libros y juegos y subí al vehículo, pero para mi sorpresa  decidió “escoltarme“ y comprobar así que llegaba a buen puerto. La alta temperatura que había en el interior, (pues aunque fuera verano no bajaba las ventanillas), unido a los vapores que desprendía la ropa de aquel individuo, empezaba a hacer mella en mi estómago. Aguanté como pude hasta el final del viaje, pero cuando paramos salí a toda pastilla de ese horrible coche empujando algunas de las cajas que llevaba. Nada más saltar fuera escuché unos gritos tremendos, y vi horrorizado un espectáculo sangriento. De una de las cajas se había salido un gato, que desesperado y asustado había saltado sobre la  cabeza de aquel pobre hombre, clavando sus garras sobre su calva dando la sensación que había “anidado” allí mismo, pues mi padre no conseguía arrancárselo.

A Periquito lo habían empaquetado especialmente para mí ese día. Amada le dijo a mi abuela que de esa manera pretendía quitarme de golpe mis miedos hacia aquel felino. “Por el bien de su nieto doña Clemencia…”. 

La verdad es que se estaba vengando de mí,  cuando le puse una pastilla de añil en la alcachofa de la ducha y la teñí de azul durante una temporada. Según dijeron los médicos esa “ansiedad” que le produjo explotaría tarde o temprano por algún lado.

Subí las preciosas escaleras de azulejos con motivos de caza de la casa de mi pueblo, notando esa agradable sensación de frescor que transmitían lo anchos muros encalados, blancos, rugosos, limpios, que parecían que te abrazaban cuando los tocabas. La puerta estaba abierta, para que entrara quien quisiera sin preguntar, incluso las moscas no pedían permiso…
Por Perseo.

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