Cuando éramos niños nos daban miedo los fantasmas y el coco, sobre todo en la oscuridad de la noche. Todo podía pasar, que nos raptaran, que nos comieran..., prácticamente cualquier cosa.
Ahora de mayores resulta que, en contra de lo que creíamos, seguimos teniendo miedo, sólo que ya no a los fantasmas y al coco. Ahora tenemos miedo a otros entes pululantes mucho más reales, por lo que el miedo es también mucho más real.
Ahora tenemos miedo, principalmente, de los políticos, los policías municipales, los médicos y los jueces, y además por ese orden (aunque no son todos los "fantasmas" que nos dan miedo).
De los políticos, ¡qué vamos a decir!. Dirigen o maldirigen nuestras vidas. Nuestro bienestar y nuestro futuro está en sus manos, con el agravante de que sus intereses no siempre son los nuestros. Ellos no sufren la crisis como nosotros, así que no la ven como nosotros. ¿No es para tener miedo?
La Policía Municipal son una pandilla de señores a los que se les sube a la cabeza el poder que les da una plaquita. Dicen que cumplen la Ley para ayudarnos, pero lo cierto es que suelen cumplirla como les da la gana interpretarla. Ante la prepotencia con la que actúan sólo cabe la indefensión. Además como a Policía Municipal llega cualquiera que no sirve para otra cosa, la "profesionalidad" está asegurada. Cada vez que vemos a uno nos dan ganas de salir corriendo. Puro miedo.
En el gremio de los médicos hay de todo, pero con el problema añadido de que su mala intervención puede fastidiarte totalmente la vida. Los hay malos, como en todas las profesiones, pero sus consecuencias son más importantes, pues no es igual una cadera mal puesta que un ladrillo mal colocado. Eso unido a la falta de humildad que rezuman (prefieren estropearte antes que mandarte a otro colega) les convierte en un enemigo público a temer. ¡Cómo para no tenerles miedo!
Y por último los jueces. ¡Dios nos coja confesados! A éstos sí que no se les puede ni rechistar. Son como pequeños dioses para los que las circunstancias personales no suelen tener ningún valor, tan sólo cuenta la Ley, a la que se deben y la que interpretan según su mentalidad. Y no hay más que hablar. Es difícil ser más prepotente que un juez prepotente.
¿Qué tienen en común todos ellos? El poder que ejercen. Al final va a ser verdad eso de que el poder corrompe, y si no corrompe al menos estropea bastante.
A todos estos (no a los que a pesar de pertenecer a a esos gremios ejercen bien su trabajo, que los hay) seguro que su prepotencia les impide mear dentro de la taza del retrete, porque creen que en su categoría va implícito saber apuntar. En fin, os aconsejamos que no entréis en el servicio con ninguno de estos señores, porque a buen seguro saldréis con los pantalones manchados de sus orines. ¡Qué asco!
Por Cástor y Pólux.