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EL COMENTARIO DE PÓLUX.




REFLEXIONES SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA.
Por Pólux (20 de octubre de 2016).


Se acerca el momento de un nuevo intento de investidura y nuestros políticos siguen haciéndonos sufrir.

Parece que algo de cordura llega a las filas del Psoe, según la manifestación de muchos de sus responsables de facilitar con su abstención el gobierno de España. Y es que la férrea negativa a facilitar la investidura de Rajoy como Presidente del Gobierno es la postura más antidemocrática que he observado en nuestros políticos desde hace ya muchos años. Me explico.

Votar no a dicha investidura equivale a ir a unas nuevas elecciones (y no sólo me refiero al no del Psoe). Los españoles ya hablamos en unas primeras elecciones y manifestamos nuestra voluntad. Fuere en el sentido que fuere, nuestros políticos tenían ya que haber cogido ese testigo y haberse puesto de acuerdo, porque era su obligación dar forma a esa voluntad.

El ir a unas segundas elecciones ya fue un fracaso de la clase política, incapaz de interpretar la voluntad popular. Quienes con su no facilitaron unas segundas elecciones y pretenden facilitar ahora unas terceras, manifiestan su negativa a acatar la voluntad expresada en las urnas. Si fuéramos a unas terceras elecciones y saliera un resultado parecido (como ocurrió con las segundas) no habría razón para que abandonaran su no a otra posible investidura de Rajoy, pues la situación sería la misma. Lo que quiere decir, según se deduce lógicamente, que hasta que los españoles no cambien su voluntad en las urnas y puedan gobernar los que le niegan ahora el gobierno a Rajoy, no van a ponerse de acuerdo para que haya gobierno, es decir, que hasta que el pueblo no les vote a ellos van a impedir un gobierno. Esa es una postura autoritarista y antidemocrática.

Eso significa la postura del no incondicional. El pueblo ya habló una vez, y si la izquierda fue incapaz de ponerse de acuerdo para desbancar al PP, debían haber pactado respetando la voluntad de la mayoría, que era clara. Pero fuimos a la segunda consulta y se repitió la situación. La izquierda ha vuelto a ser incapaz de ponerse de acuerdo (si lo hubiera hecho ya tendríamos gobierno), y si no gobiernan ellos no gobierna nadie. ¿Dónde está ahí el talante democrático?, ¿qué quieren, ir a las terceras elecciones a ver si ya salen ellos?, ¿y si no salen, volverán a decir no a un gobierno? Esto es una vergüenza, y de verdad que siento mucho decirlo.

Que podemos insista en el no me parece insensato, pero que lo haga el Psoe me parece además ilógico, porque digan lo que digan, Psoe y PP están más cerca de lo que quieren admitir, de hecho hasta ahora, desde que se instauró la democracia en España, hemos asistido a una alternancia en el gobierno de esos dos partidos, dando una continuidad y una normalidad ejemplar a la vida social y democrática.

No interpreten que estoy a favor del PP, pues lo que estoy es claramente en contra de los políticos que se niegan a pactar y llegar a acuerdos de conformidad con lo expresado por el pueblo en la urnas. Eso es lo que de verdad me duele. Si el pueblo ha votado mayoritariamente al PP habrá que respetar eso, ¿no?, ¿o acaso Podemos o el Psoe no reclamarían su legitimación para gobernar a falta de acuerdos si hubieran sido ellos los más votados con diferencia? Estarían en su derecho de hacerlo y yo abogaría por ello.

Me ha llamado la atención la sensatez que parece mostrar el Psoe de Andalucía, hablando ya claramente de abstención para facilitar un gobierno. Y es que Susana Díaz podrá ser muchas cosas, pero no tiene un pelo de tonta. Al Psoe creo que le favorece claramente facilitar gobierno, pues conseguirá hacerle un desgaste al PP que no consiguen hacer con ese no tajante e incomprensible. El Psoe no va a gobernar de ninguna manera. Lo más inteligente para ellos es facilitar el gobierno del PP y hacer una oposición efectiva y más provechosa para sus intereses. Creo que Susana Díaz tiene eso muy claro, y se percata que el no implica chocarse contra un muro y desgastarse innecesariamente, que es lo que ha estado haciendo hasta hace poco Pedro Sánchez de forma incomprensible. Además, parece que el descalabro de su partido se acentuaría en unas terceras elecciones, cosa que no me extraña por el hartazgo al que están sometiendo a muchos de sus simpatizantes. Corren incluso el riesgo de que el PP obtenga más votos. Por ello creo que la posición de Susana Díaz, como la de Javier Fernández, en la más coherente. Incluso éste lo ha defendido diciendo que no hay alternativa de gobierno. Esta actitud más reflexiva y coherente ha dejado al Pedro Sánchez a la altura del betún, pero es que se lo ha buscado a pulso.

La izquierda también alega que el PP es el partido de la corrupción y que no pueden permitir que gobierne un partido así. Pero ese es un argumento débil y tendencioso. Prácticamente todos los partidos han tenido casos de corrupción en sus filas. ¿Qué pasa en Andalucía con los famosos ERE o en Cataluña con la familia Pujol? Siempre habrá corrupción. Lo importante es que haya voluntad de atajarla, y prácticamente en ninguno de los casos conocidos la ha habido. Si en un hospital hay uno o dos o diez médicos con malas prácticas no se cierra el Hospital. Tampoco decimos, por poner un ejemplo, que los fontaneros sean unos sinvergüenzas porque alguno haya querido estafarnos.

Hay vías para atajar la corrupción, pero ningún partido que haya gobernado ha tenido verdadera voluntad de legislar hasta sus últimas consecuencias para evitarla.

El problema de fondo no es la corrupción, es la actitud antidemocrática de algunos que no están dispuestos a dejar gobernar a otros que no sean ellos mismos, y están dispuestos a repetir las elecciones hasta que lo consigan. Pero lo disfrazan rasgándose las vestiduras en público en pro de la decencia democrática, algo que con su actitud demuestran que no tienen.

Quien nos iba a decir que íbamos a echar de menos el bipartidismo y las mayorías absolutas. Llegó la pluralidad política tan aclamada y a priori tan necesaria y sana para la vida democrática, pero nos salió rana.


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DESCARTES, SOBRE LA RAZÓN Y EL RELATIVISMO.
Por Pólux (31/05/2016)


René Descartes (1596-1650)
Descartes, el llamado padre de la filosofía moderna, quiso encontrar una primera verdad en la que poder sustentar un sistema que no se viera viciado en su estructura por verdades en apariencia, que no fueran tales, deducidas a partir del propio sistema. Es decir, quería construir una estructura paso a paso, verdad a verdad, para que el sistema no tuviera fisuras, rompiendo con cualquier idea clásica previamente aceptada.

La vista me engaña, los sentidos en general pueden inducirme a error, igual que las ideas preconcebidas o los prejuicios. Su sistema debía ser ajeno a tales relativismos. Y su primera y más exhaustiva búsqueda dio con esa primera e irreductible verdad "cogito ergo sum", "pienso, luego existo" (expuesto en su "Discurso del Método" -1637-), lo que define claramente su racionalismo, es decir, dar un lugar importante a la razón en la comprensión del mundo y la explicación de éste. No sólo la religión puede aportar la verdad, la razón ha de tener su sitio.

Tal vez la objeción más radical que pueda oponerse al sistema cartesiano, como a cualquier otro sistema que intente encontrar una verdad absoluta, viene del relativismo radical, el cual pone en duda el cimiento mismo del sistema, ya que del pensamiento no se sigue necesariamente la existencia, pudiendo ser ésta sólo una idea pensada en un sueño que llamamos realidad. Cierto que esta crítica es radical, pero cierto es también que Descartes no fundamenta absolutamente que del pensamiento se siga la existencia, tan sólo dice, que no es lo mismo, que si pienso tengo que existir, tiene que haber un sustrato real objeto de tal pensamiento, pero ¿por qué ese sustrato real ha de tener la cualidad de la existencia?. Si nos engañan los sentidos puede también engañarnos el pensamiento. A lo que Descartes podría decir que si somos engañados hemos de ser algo que pueda ser engañado, y ese algo ha de existir precisamente por ser algo, porque tiene el ser.

Tradicionalmente la metafísica creía que el ser necesitaba de la cualidad de la existencia, y esa parece la reminiscencia que encontramos en el pensamiento cartesiano.

A pesar de las contextualizaciones que ha tenido su idea inicial, tendentes a enfatizar el carácter racionalista más que metafísico de su afirmación (cogito ergo sum), considero vigente la crítica que se le ha hecho a Descartes y que yo suscribo, según la cual su primera verdad quedaría de la siguiente manera: "pienso, luego existo como ser pensante".

De todas formas he de aclarar que se entiende perfectamente su argumento (y los antecedentes históricos del mismo) y que es bastante consistente. Lo que sucede es que frente al relativismo radical prácticamente no hay sistema de pensamiento que se mantenga en pie. Sin embargo aún no he encontrado un sólo argumento convincente y cierto a mi entender que apuntille lo absoluto frente al relativismo.

Cierto es que me pellizco y me duele, que cada día amanece, que me baño y siento el agua sobre mi piel, que pienso todo ello o puedo no pensarlo, que lloro, río y deseo, que cada día voy a trabajar, que a veces llueve y me mojo y otras el sol quema mi cuerpo, y que independientemente de mi inteligencia todo ello sucede. Me dirán, ¿qué más pruebas quieres de la existencia? Y todo ello es cierto, pero el racionalismo, como cualquier otro pensamiento, no encuentra una razón, un motivo o explicación para que todo eso sea así, a lo que el relativismo afirma que mientras no tengamos una razón clara y válida de todo, cualquier pensamiento sobre ello podría ser cierto. Creo que ésta es la razón crucial.

Tal vez todo se reduzca a las limitaciones de nuestra mente y nuestro conocimiento, y tanto lo absoluto como lo relativo no sean más que expresiones de esas limitaciones, lo cual no deja de ser una expresión del relativismo.

Creo que el concepto que más puede oponerse al del relativismo es el de objetivo, entendido por éste la cualidad del objeto real que estudia la ciencia y aprehenden nuestros sentidos (empirismo), posiblemente la ilusión más real, lo que no deja de tener una clara componente racionalista. Y es que el racionalismo, aunque no explique la razón del mundo y de la existencia, es la única herramienta que tenemos para intentar hacerlo. Lo que sucede es que la razón, por sí misma, no suele ser suficiente, y sólo el apoyo de la experiencia con el uso de la ciencia permite ahondar en el conocimiento de la realidad y, si ello es posible, también de la existencia.






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"LA JUSTICIA ES UN CACHONDEO"
Por Pólux (10-05-2016)


Recuerdo como a principios de 1985, desafiando los avisos de que aquello acabaría con la apertura de diligencias en un Juzgado, el incombustible alcalde de Jerez (Cádiz) por aquel entonces, Pedro Pacheco, abogado y político, pronunciaba la célebre frase de "la justicia es un cachondeo".

Incluso el Colegio de Abogados de Jerez convocó una reunión urgente de su junta gestora para estudiar sus declaraciones y emprender, en su caso, medidas disciplinarias.

Independientemente de las razones que le llevaron a decir aquello, lo cierto es que se convirtió al alcalde en una especie de Robin Hood moderno, y lejos de censurarse aquella frase y lo que significaba, se extendió por el pueblo como un reguero de pólvora la concepción cierta de que la justicia era un cachondeo, y la frasecita se repetía por todos lados.

Comenzó lo que parecía una lucha personal del Psoe de Andalucía contra Pedro Pacheco, líder del Partido Andalucista, que finalizó con la condena de éste por parte de la Audiencia Territorial de Sevilla, aunque posteriormente el Tribunal Supremo le absolvió  entendiendo que Pacheco había hecho "crítica política", por lo que resolvió a favor del derecho a la libertad de expresión, contrariamente a lo considerado por la Audiencia y para tranquilidad de una gran parte del pueblo que consideraba excesiva la pena impuesta por la Audiencia, resolviendo así el problema que le caía encima.

Cuento todo esto porque cada vez me viene más a la cabeza la célebre frase de Pedro Pacheco. Cierto es que la Justicia es ejercida por personas, con sus mentalidades e ideologías, pero si son incapaces de dejarlas de lado para aplicar con rigor lo que deberían ser unas pautas comunes, o consensuadas, allá donde puedan serlo, la Justicia se convierte en lo que es, un cachondeo, donde lo que prima es el parecer y la opinión particular del Juez.

Pregúntenle a Abogados y Procuradores, cuando dicen aquello de "vas listo, te ha tocado fulanito", o "te ha tocado el Juzgado con más retraso, antes de un año no te contestan". Pero es que no hay ni que preguntar a los profesionales, no tenemos más que ver los palmarios distintos criterios. Dos ejemplos.

En las Sentencias de Divorcio, el que den la custodia compartida o no de los hijos no dependen ni de lo reclamado, ni de las alegaciones ni de otras circunstancias a tener en cuenta, no, depende exclusivamente del Juez. Hay Jueces que consideran que hay que dar la custodia compartida y la dan de forma habitual, y otros que no, y lo habitual es que no la den. Al final que te den la custodia compartida depende del número del Juzgado en el que se siga el procedimiento, es decir, del Juez.

Otro caso, menos conocido, pero igualmente irritante. Las solicitudes de los extranjeros de nacionalidad por residencia en territorio español, inician un procedimiento en el Juzgado Civil correspondiente, donde el Juez encargado ha de determinar si el solicitante está suficientemente integrado en la sociedad española (requisito que marca la legislación). Para evaluar el grado de integración hay algunos requisitos más o menos objetivos, como por ejemplo que el interesado hable y entienda el idioma español, pero además el Juez entrega un cuestionario (o hace las preguntas) que debe contestar dicho interesado. Pues bien, algunos cuestionarios constan de diez preguntas del tipo quien es el Presidente del Gobierno, a qué edad se obtiene la mayoría de edad, diga el nombre de algún deportista famoso o si existe la igualdad entre hombres y mujeres. Pero otros Jueces usan un cuestionario que puede llegar atener hasta cuarenta preguntas, donde se llega a inquirir sobre conjugaciones verbales, cuestiones de organización política y territorial, funcionalidad de las Cámaras, cuál es la isla no española más cercana a la península y otras por el estilo, pareciera que en un intento desesperado porque no superen la prueba. Estoy seguro que la gran mayoría de los españoles no pasaría un cuestionario como ese.

La conclusión es que depende del Juez que le toque a un extranjero para iniciar su procedimiento se le concederá o no la nacionalidad, pues el Juez, cuestionario en mano, dirá si está o no suficientemente integrado en la sociedad española, lo que es concluyente para la concesión de la nacionalidad.

Este tipo de cosas son las que cuesta entender de la Justicia. Los Jueces son humanos y lo comprendemos, pero no lo hacemos, ni queremos hacerlo, cuando se muestran demasiado humanos, porque entonces dejan la Justicia a la altura de sus creencias y opiniones, y convierten con ello la Justicia en un cachondeo.





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"NAVIDAD Y SOLSTICIO, METONIMIAS QUE SON EUFEMISMOS."
Por Pólux (8 de diciembre de 2015).

Hay quien hasta en el nombre de las cosas quiere reivindicar su posicionamiento
político o ideológico. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero a mi entender la mejor manera de reivindicar las ideas es con las propias ideas, y más cuando hay libertad para hacerlo.

Cambiar el nombre de las cosas es una bandera de reivindicación, un símbolo, cuyo sentido y significado ha de acreditarse con argumentos. Pero hay una tendencia actual en cambiar el nombre de las cosas como forma de reivindicar lo que no es necesario reivindicar pues forma parte de la libertad de pensamiento. Es lo que sucede con lo que hoy se ha dado en llamar lo políticamente correcto (o incorrecto), forma velada de prejuicio, el de no llamar a las cosas por su nombre. Parece que es incorrecto por que lo es, sin necesidad de ser argumentado. Sucede por ejemplo con la palabra "intolerante", impronunciable dado que hemos de ser tolerantes con todo. La tolerancia es un valor, así que cuando algo no puede ser tolerado o es inadmisible ahora hay que decir que contra eso "tolerancia cero", que es lo mismo que decir "intolerancia" pero sin decirlo. Puro eufemismo (luego lo defino para mayor claridad).

Y cuento todo esto porque últimamente he escuchado cómo algunas personalidades políticas han dado en llamar a las fiestas navideñas las fiestas del solsticio de invierno, entiendo, por el lugar, España, que es el solsticio de invierno en el hemisferio norte (pues hay dos solsticios de invierno, uno en cada hemisferio y en fechas distintas como es de suponer), y lo digo a sabiendas de la obviedad. Ello me incita las siguientes reflexiones.

La razón por la que algunas personas han cambiado el nombre de Navidad por el de solsticio de invierno es el de reivindicar su sentir no religioso o ateo. Me parece bien. Pero no entiendo la necesidad de hacerlo. Las fiestas tienen un nombre y ya está, y sus raíces son cristianas, guste o no, y se le puede llamar Navidad siendo ateo sin que ello signifique renunciar a nada. Eso me hace pensar que quienes tienen interés en cambiar el nombre es porque sienten algún tipo de rechazo por lo religioso, o más bien por lo cristiano, pues esas mismas personas suelen ser muy respetuosas con las expresiones culturales de otros pueblos y naciones, incluidas las religiosas. Por ello me parece intuir cierta aversión hacia el cristianismo autóctono.

Por eso, lo que aparentemente es una metonimia ( sustitución de un término propio por otro que se encuentra con él en una relación real -causal, temporal, espacial, funcional...-), en este caso una sustitución del nombre por su relación temporal, es en realidad un eufemismo (perífrasis que se emplea para evitar una expresión penosa o grosera), ya que el cambio de nombre parece deberse a un sentimiento adverso al cristianismo causal e imperante en la actual España.

Parece como si con el cambio de nombre se quisiera negar la evidencia. Sí, entiendo que es una bandera o símbolo, pero el hecho de convertir en símbolo algo sin necesidad alguna es lo que me hace pensar que se quiere ir contra algo. La discusión ateísmo-religión es algo superado hace tiempo, y la libertad para hablar y argumentar a favor del ateísmo es total en nuestro pais, por eso no veo la necesidad de metonimias ni eufemismos cuando no se está haciendo literatura, sino opinando libremente sobre la religión y las preferencias personales e ideológicas en relación a la Navidad. 

Independientemente de preferencias e ideologías, la Navidad es la Navidad y sus orígenes son los que son. Se trata de hechos, no de opiniones. Después se puede discutir o reivindicar lo que se quiera, no hay problema, pero no entiendo el burdo intento de manipular la realidad cambiando nombres. Simplemente no es necesario.

Y con todo esto me refiero a la reivindicación a título personal. Hacerlo, como ha sucedido en algunos ayuntamientos, a nivel institucional pone de manifiesto un claro intento de manipulación, por lícito que pueda ser. Hablan de una celebración distinta de la Navidad. ¿Acaso quieren acabar con una tradición tan enraizada?, ¿en base a qué?, ¿a su propia ideología?, ¿acaso es un sentir mayoritario al de la tradición navideña?

Todo cambio es lícito cuando una mayoría lo acepta democráticamente, como ha sucedido con la fiesta de Halloween, importada y sin raíces, pero aceptada por el pueblo por las razones que sean. Cosa distinta es imponerle al pueblo una forma distinta de celebrar una festividad ya aceptada, porque determinado consistorio tenga tales o cuales ideas acerca de ella.

Si sólo fuera proponer ..., pero es que no proponen, determinan. Dejen que el pueblo se exprese libremente. 




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LA "CRISIS DE LOS REFUGIADOS".
Por Pólux (4-noviembre-2015)


Si las personas nos movemos principalmente por el interés, ¿cuánto más lo hará un gobierno o un estado que puede ampararse en la impersonalidad de su estructura y función?



En la gestión de lo que se ha dado en llamar "crisis de los refugiados" (además de ser víctimas son una crisis para los demás) los estados están demostrado cómo su principal motivación es el interés. Ahora hay voces que proclaman que hay que invertir e intervenir en los países en guerra para así acabar con el problema. Esa nueva proclama me lleva a hacerme algunas reflexiones.

Cuando no ha interesado intervenir en conflictos de otros países se ha alegado aquello de la soberanía del país en cuestión. Ahora que nos afectan sus problemas parece que eso de la soberanía ya no es tan importante, ahora nuestro interés es otro.

Cuando, por poner un ejemplo, Estados Unidos, solo o con algún aliado (recordemos que Inglaterra y España lo fueron), ha intervenido de alguna forma en otro país (con apoyo logístico, militar o económico), se le ha tachado de imperialista e intervencionista. ¿No lo seremos ahora nosotros si hacemos lo mismo?, ¿o es que la "crisis de los refugiados" es mejor motivo para preservar nuestros intereses?

¿En qué países se va intervenir?, ¿en los que están en guerra o en otros también? La respuesta ya la digo yo: en aquellos con los que se resuelva más pronto y mejor la actual "crisis". Porque, ¿cuál es la diferencia esencial entre huir de una guerra y huir de la pobreza extrema o la falta de futuro? El refugio que buscan es el mismo, esperanza y futuro, porque su problema es el mismo, afrontar una situación límite. Pero ahora hablamos de refugiados por un lado y de inmigración ilegal por otro, ¿cuál es la diferencia?, ¿que los primeros vienen del este y los segundos del sur?, ¿hay inmigración de primera y de segunda?

A mi entender, acabamos perdiendo la perspectiva de lo que realmente sucede, mediatizados e influidos por las razones interesadas bajo las que los estados europeos intentan justificar su falta de iniciativa.

Lo que sucede es que es muy fácil ser solidarios cuando se trata de entregar dinero, afiliarnos a una ONG para salvar vidas o pedir a un gobierno que actúe, porque el problema real sigue estando lejos y no afecta a nuestra sociedad de bienestar, pero cuando la acción supone un sacrificio real, básicamente el de compartir nuestra riqueza y nuestra tranquilidad, la palabra solidaridad suena demasiado fuerte.

Ciertamente hay un problema que no puede resolverse a corto plazo, como es el conseguir estabilidad y progreso en los países de los que huyen las personas, que habrá que afrontar con calma, paciencia, tiempo y seguro que con mucho dinero y apoyo, pero hay otro problema cuya solución no admite demora, pues cada día que pasa es un posicionamiento para su no solución, y es el de ayudar a los miles y miles de personas que desesperadamente llaman a las puertas de nuestras fronteras. En esto no caben paños calientes ni medias tintas.

Creo que los estados no están representando la verdadera voluntad del pueblo, dispuesto en muchos casos, como se ha demostrado, al sacrificio para ayudar, sino tan sólo un interés a largo plazo, encauzado por un posible descontento del pueblo a perder su sociedad de bienestar pasándole factura en futuras elecciones a los gobiernos que tomen las decisiones más difíciles.

¿Decisiones difíciles? Las decisiones difíciles ya las tomaron todos aquellas personas que abandonaron sus hogares en una carrera incierta y peligrosa en la que muchas se dejan la vida. Si les negamos la entrada a muchos de ellos sólo nos faltará, aunque sea duro decirlo, apartarlos en una cuneta y pegarles un tiro de gracia para que nos dejen en paz.

¿Y nuestra sociedad de bienestar? De poco servirá si no tenemos la conciencia tranquila para disfrutarla. No hay más que un camino, claro y directo, abrir las fronteras con las medidas de apoyo necesarias y aceptando las consecuencias, pero ese no es el que quieren tomar los gobiernos europeos que hablan de "cupos", como si la desgracia y la desesperación tuvieran un espacio limitado en nuestra sociedad, que una vez cubierto justificara cerrar las puertas a los que llegaron tarde. Pero hay que reconocer que no es fácil ser solidario a costa de perder nuestras mejoras. Lo entiendo, y por eso no pretendo ser la conciencia de nadie, pues antes habré de ser mi propia conciencia.

La mayor desgracia de estos refugiados es la de haber nacido donde lo han hecho y que exista un sistema social mejor que el suyo (el nuestro) al que no puedan acceder. Nosotros parece que estamos de suerte, pues hemos nacido a este lado.

Nuestro miedo a compartir puede tener una base real, pues nadie quiere perder su trabajo, ni reducir sus ingresos cuando ya son insuficientes a cambio de una solidaridad que puede convertir la desgracia de los refugiados en la nuestra. Pero algo habrá que hacer, y tal vez pase por controlar de alguna manera ese monstruo que nos domina y se llama capitalismo, a la vez benefactor de nuestra sociedad de bienestar y bestia sin piedad para quien no consigue encontrar su sitio en el al sistema.




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INMIGRANTES Y REFUGIADOS
Por Polux (6 de septiembre de 2015)


No puedo dejar de comentar, o al menos de hacerme eco, de la corriente de refugiados que la guerra en parte de Oriente Medio y otros países está generando, un verdadero éxodo.

Pasamos las dos grandes guerras europeas y creímos que ya lo habíamos visto todo, que el horror y la barbarie que subsistió en la memoria de todos y de las generaciones posteriores sería suficiente para no repetir las atrocidades y todo el daño causado.

Después llegó la guerra de los Balcanes, o mejor de la antigua Yugoslavia, para diferenciarla de la ocurrida a principios del siglo XX, donde se volvió a repetir la represión y el odio entre etnias.

Y ahora volvemos a lo mismo. Siria, los Yihadistas, Irak, Afganistán, Ucrania,y no sé ya cuantos países africanos... No, la memoria no evita la reincidencia.

Quienes huyen tienen la más poderosa de las razones, la de evitar la muerte o el riesgo real de muerte, el propio y el de sus familias. ¿Cuán no habrá de ser la situación para renunciar a todo, en el país y el pueblo del que son hijos, para aventurarse en un incierto y peligroso viaje abocado al fracaso?

Nuestra visión como países receptores es bien distinta. Parece ser que nuestro problema es como asumir tanta inmigración sin que peligre nuestro estado de bienestar. Opiniones las hay para todos los gustos, muchas de la cuales, según he escuchado, apelan a la resolución del conflicto en origen. Pero creo que esto no es atajar con realismo el problema. Para atajarlo en origen o se termina con la guerra, y a ver si hay alguien que me dice cómo se hace eso, o le levanta un muro de treinta metros de altura con alambre de espino para que no salga nadie de su país. Cualquiera de las dos soluciones no arregla el problema real que se plantea en Europa, el de acoger una avalancha de refugiados. Ese es el nuestro problema inmediato, y al que hemos de dar solución independientemente del origen de esta situación.

Una sociedad con recursos y desarrollada no puede dar la espalda a un problema así. Puede que económicamente nos debilite y socialmente nos incomode, pero no podemos hacer otra cosa más que acogerles, pues la otra opción es olvidarlos a su suerte hasta que mueran de alguna enfermedad o inanición. Claro que caben soluciones intermedias, como hacer campos de refugiados, pero sigo diciendo que eso es darles de lado y vivir con la creación de guetos para que no manchen nuestras calles. Es sólo mi opinión y lo que creo.

Por otro lado, una "ola" de solidaridad ha recorrido Ayuntamientos y Municipios de nuestra geografía española, dispuestos a acoger y ayudar a quien haga falta. Por supuesto que eso es lo más honroso, pero que pena que no hayamos sido tan honrosos con la inmigración (también refugiados en muchísimos casos) sudafricana que tanto años lleva inundando nuestras calles y nuestros semáforos, malviviendo en chabolas sin agua corriente ni la más mínima salubridad.

Campo de refugiados.
A ver si al final va a pasar como sucede con los Impuestos en España (y perdonen la frivolidad de la comparación), pero si no tienes hijos, ni hipoteca, ni eres menor de veinticinco años, parado o discapacitado y no sé cuántas cosas más, no hay desgravación que valga. Vamos, que si eres soltero, sin hijos y te compraste un pisito, pagas lo que no paga nadie. Pues igual, si eres tal o cual refugiado puede que reciba ayudas, pero si pasaste en patera jugándote la vida para huir de un país africano en guerra, molestas hasta en los semáforos.

La necesidad no es más que una, y la conciencia para ayudar también. Los problemas no se resuelven satisfactoriamente afrontándolos cuando están encima y sus efectos ya hacen daño. Pero qué le vamos a hacer, la memoria, estoy seguro, de nada servirá y tarde o temprano la situación se volverá a producir. Ahora hay que tomar medidas inmediatas y comenzar con medidas preventivas realistas y prácticas, pero dudo que éstas se planteen con la suficiente seriedad.

Acabar con el problema de la inmigración y el éxodo de refugiados es tan difícil como acabar con las propias guerras que los generan, pero al menos hemos de acabar con el problema que tenemos en nuestras puertas, aunque la solidaridad para hacerlo nos cueste más de lo quisiéramos dar. Sólo pienso que un día podía ser yo quien tuviera que huir a una tierra desconocida. Y no es una idea tan descabellada. España ya tuvo su propia guerra civil  y sus refugiados.Pólux.


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AIRES DE MAZAGÓN.
Por Pólux (30 de agosto de 2015).
(Fotos de Pólux. Pulsar sobre ellas para aumentar de tamaño).

Mar y cielo, lo imposible, lo ignoto, el vasto territorio de nuestra búsqueda aquí en Obtentalia. La tierra, donde hunde sus raíces nuestra atalaya, desde la que iniciamos hace ya tiempo esa búsqueda y desde la que escribimos cada una de esta palabras.

Podría estar en cualquier lugar, y en realidad lo está, pues se asienta en la tierra que cada uno siente como la que le reconforta cuando lo necesita, a la que acude cuando necesita respirar hondo, en la que vivió esos años que le marcó para siempre y a la que como referencia siempre recordará.

El lugar depende de cada uno y de sus vivencias. Las de Obtentalia, las mías, se ubican en la tierra onubense a la que tanto me refiero, y en particular en Mazagón, esa pequeña población (hoy más crecida) a unos quince kilómetros de Huelva, a la que me llevaron mis padres por primera vez siendo un niño.

Mis primeros recuerdos de Mazagón son de una felicidad extrema, de una avidez sin freno por descubrir los lugares más recónditos de aquellas playas inacabables, de aquellos pinares tan extensos. Descubrí un mundo nuevo que estimuló tanto mi cuerpo como mi mente, y sobre todo ésta. Perdido en parajes inexplorados, mi pensamiento se disparaba, y cada pinocha, cada escarabajo que huía de mis pisadas, cada rayo de luz entre la copa de los pinos, cada huella mía, cada grano de arena de aquellas playas era un motivo para la reflexión. Reflexiones aún hoy inconclusas que me llevaron a la búsqueda desde la atalaya.

Mazagón... Comprende parte de una extensa playa que se inicia tras el Puerto Exterior de Huelva y que no se interrumpe hasta la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda, algo más de sesenta kilómetros de playa ininterrumpida, parte de la cual está coronada por un acantilado arenoso de unos seis metros de altura, aunque es superada en algunas partes, donde pueden encontrarse pequeños fragmentos de piedra arenisca. Y tras los acantilados es elevan enormes dunas, la mayoría fosilizadas, algunas de las cuales alcanzan más de cien metros de altura. Una maravilla de la naturaleza que tenemos aquí mismo, a nuestro lado.

He subido a esas dunas, he bajado los acantilados, me he dejado acariciar por la brisa en una recóndita playa con la única compañía de las gaviotas, he recorrido esos pinares sin fin en los que incluso me he extraviado..., he sido esa misma tierra, por eso la llevo tan adentro.

¿Acaso no serían esos los pinares y los médanos de los que nos hablaba Juan Ramón Jiménez, natural de Moguer, tan cerquita de Mazagón?

Allí está nuestra atalaya, coronando uno de esos acantilados, con una vista infinita del horizonte, del mar y del cielo, allá a lo lejos. La tierra, la toco aquí, con mis dedos, aunque se me escape entre ellos.

Paseos solitarios, perdidos, enajenados, llenos de secretos inconfesables, en una tierra en la que anclé mis raíces y a cambio me dio el lugar donde madurar muchas de mis creencias, mi escepticismo vital y mi relativismo real, el cambio de los valores que me dieron mis padres por otros más subjetivos pero más plenos para mí. Paseos que me transformaron, o que fueron parte de mi transformación.

¿Cómo no voy a recordar con cariño esa tierra? Me dio tanto..., y amistades, conocidos... tanto. Y aún hoy me lo da. Tras varias décadas (no una ni dos) aún intento coronar mi transformación, ahora desde la atalaya, más sé que no lo haré pues la vida misma es transformación continua, aunque el objetivo final de conseguir la plenitud nunca debiera abandonarnos.

Cada año vuelto, y cada ocasión un poco más cansado, pero aún con ganas de retomar algún paseo de esos solitarios, perdido entre médanos y pinos.

Os dejo aquí algunos enlaces relacionados con Mazagón, tras ellos varios enlaces a entradas relacionadas con el tema en este mismo blog, y al final algunas fotos más:


Entradas relacionadas con el tema en este blog:


Mas fotos tomadas en Mazagón (todas del autor). Pulsar sobre las fotos para verlas a mayor tamaño.












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PUBLICIDAD Y MALAS PRÁCTICAS COMERCIALES.
Por Pólux (2 de agosto de 2015).



Nuestra vida intenta ser
manipulada por la publicidad
A diario nos bombardean con publicidad, ofertas, todo tipo de productos y un sinfín de ardides encaminadas a incrementar nuestro consumo y conseguir más ventas, hasta el punto de bordear cada vez más la línea de la legalidad, y en muchos casos traspasarla. El sistema capitalista al que tanto adoramos (y que tanto no da y tanto nos quita) tiene estos inconvenientes. El ejercicio de la libertad lleva aparejada la responsabilidad de un uso responsable de la misma, que no dañe al menos a los demás o lesione sus derechos.

Pongo como ejemplo de ello algo que me ha sucedido recientemente. Hace poco recibo en mi casa una carta de una empresa que no conocía de nada, denominada Domestic & General, sobre la cobertura de un seguro a mi nombre por un año, con una prima de unos 8 ó 10 €. Llevaba dos copias perfectamente rellenas con todos mis datos personales, una para mí y otra para que la firmara y la enviara por correo. Después de leerla sólo saqué en claro de que se trataba de un seguro, pero nada más. 

Aquello no me gustaba, tenía mala pinta, sobre todo por tres cosas. Primero, yo no había suscrito ningún seguro, por lo menos en los dos últimos años. Segundo, no se identificaba el producto, tan sólo había una referencia numérica y la palabra "Philips". Tercero, no había ninguna explicación que dijese que aquello era un seguro voluntario, no , tan sólo se explicaba que debía rellenarlo, firmarlo y enviarlo, cosa que, por supuesto, no hice. Daba la impresión que yo ya había contratado el seguro y ahora me enviaban el contrato, ya que todos los datos estaban rellenos, incluso la prima y las condiciones del seguro.

La publicidad
engañosa manipula
nuestra libertad
Intenté hacer memoria, pero no recordaba haber comprado ningún electrodoméstico de la marca indicada. Así que hice mis indagaciones en "el internet", como todo el mundo, y mira por donde había extensa información de la empresa aseguradora Domestic & General, su forma de proceder y cómo obtenía mi información. Entonce todo me cuadró.

Resultó ser una empresa cuyo servicio es la extensión de garantías, es decir, que por una cantidad determinada extienden por un año más la garantía del fabricante de un aparato, generalmente un pequeño electrodoméstico (para uno grande la prima sería mayor y sería difícil obtener la conformidad del cliente a quien consideran un panoli), de forma que si la garantía del fabricante es de dos años, ellos la extienden a tres años, un año más. La garantía de ese año de más ya no se le reclama al fabricante, sino a la empresa con la que se ha contratado la extensión de la garantía. En una garantía sobre el buen funcionamiento de un aparto, es decir, un seguro, que es de lo que ellos hablaban en la carta.

Pero me entero de algo más, y es que una de las empresas con las que "trabajan" es la conocida Media Mark. Y digo "trabajan" porque en realidad es un comercio en toda regla de datos personales. La cosa funciona más o menos así. Yo compro un pequeño electrodoméstico en Media Mark, que toma mis datos personales para hacerme la factura. Media Mark le pasa los datos a la empresa de extensión de garantía en cuestión. No he indagado más cómo se pasan los datos, pero supongo que le darán visos de legalidad. Y luego esa empresa me manda la cartita engañosa a todas luces a ver si me lía y cuela el seguro. Porque si no tuviera nada que ocultar me explicaría en ella claramente en qué consiste el seguro.
Las campañas publicitarias
nos suelen tratar como si
fuéramos monos.

Por fin recordé que efectivamente hacía ya muchos meses había yo comprado en Media Mark un pequeño electrodoméstico del que ya casi ni me acordaba.

Si bien la empresa Domestic & General es totalmente legal y hacen seguros de forma legal, la forma de proceder enviando cartitas como la que yo recibí es a todas luces ilegal o debiera serlo, no porque me enviaran una propuesta de negocio sin yo quererla, sino porque dicha propuesta era confusa y por tanto engañosa (y el engaño es una práctica ilegal de ventas) y llevaba datos personales cuya adquisición me parece igualmente ilegal (por parte de Media Mark también desde luego).

No debiera valer cualquier cosa con tal de vender, pero la libertad del mercado permite casi cualquier cosa. Para eso debe estar el legislador, para poner coto a los excesos del capitalismo.



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LA DIVERSIFICACIÓN DE LA OFERTA:
EL TORMENTO DE LA MEJOR COMPRA.
Por Pólux (19 de julio de 2015).


Lo que debería ser el placer de una
compra se convierte en el tormento
de una indecisión, la de no saber
cómo realizar la mejor compra.
En muchos casos la diversificación de la oferta, lejos de facilitar la adquisición de un producto, la dificulta.

Esa diversificación tiene como finalidad, además de facilitar las ventas al productor, no lo olvidemos, la de encontrar el producto acorde con nuestras necesidades. Lo que sucede es que generalmente nuestras necesidades no están tan bien definidas como la propia diversificación, de forma que la elección acaba siendo un tormento de indecisión.

Pongo un ejemplo. Quiero comprar un ordenador. Normalmente lo voy a querer para lo mismo que todo el mundo lo quiere, para conectarme a internet, escribir textos, jugar de vez en cuando, ver películas online, algo de edición de música, fotos y vídeos, y cosas por el estilo.

Me persono en una tienda y cuando pregunto por un ordenador me dicen que para qué lo quiero, si voy a editar vídeo o sólo para ver películas, si para un uso doméstico o más profesional en algún aspecto, si sólo voy a entrar en internet o lo quiero para jugar juegos. Me dicen que tal procesador es mejor que otro cual, pero que tampoco es necesario uno tan bueno según para lo que lo quiera. Que si quiero una tarjeta gráfica más buena o la que va integrada en la placa base, que ésta sirve para los juegos sin demasiados requerimientos, pero que aquélla es necesaria para los juegos de última generación. Que si más o menos RAM, que si más o menos memoria del disco duro, y así una y otra cosa. Y yo sólo sé decir que quiero un ordenador ni muy bueno ni muy malo, ni muy caro, pero tampoco el más barato, que me sirva para editar música y pueda usarlo para juegos pero que no se vaya de requerimientos para que no se encarezca mucho. ¡Vamos!, que si no eres un experto no te ayudan mucho.

Pero el problema de la elección no se queda ahí. Por desgracia he podido observar como los expertos en informática son como los médicos, cada uno te dice una cosa y al final no sabes a quien hacer caso. Cuando pido asesoramiento en otras tiendas la elección se vuelve imposible, lejos de lo que pretendía. Un vendedor me dice que ni loco instale Windows 8 (dan por supuesto que no existe más sistema operativo que el de Microsoft), que es mucho mejor el Windows 7, otro me dice que lo mejor es esperar a que salga Windows 10 (se comercializa a partir del día 29 de este mes), otro que ponga el Windows 8 y luego lo actualice al 10. Luego la RAM. Uno me comenta que si compro un intel core i3 le ponga 8 Gigas de RAM, otro que para qué quiero 8 Gigas si va perfectamente y es más barato ponerle 4 Gigas para lo que necesito. Y así con todo, el microprocesador, la caja, la placa base, la impresora, el monitor, el disco duro, etc.

Pero si ni los propios entendidos en la materia (supuestos entendidos) se ponen de acuerdo, ¿cómo lo vamos a hacer nosotros, usuarios que confundimos la RAM con una marca de leche, nos parece que un monitor LCD es una televisión drogada con LSD, o que una tarjeta gráfica es una postal llena de dibujitos?

Finalmente un vendedor, el más listo de todos, me dice "éste está muy bien para el precio medio que tiene, la relación calidad-precio es excelente". Al fin alguien que se deja de tecnicismo y me dice algo que entiendo (por eso era el más listo). Y sin más, convencido de que hago una buena elección guiado por el vendedor, digo "pues sí, me llevo ese".

Casi más fácil es llegar y decirle al vendedor "dispongo de 375 €, por ese dinero ¿cuál es el mejor ordenador que me puedo llevar?", aunque seguramente me respondería "¿para qué lo quiere usted?"... ¡Ya me ha fastidiado!

Por Pólux.



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YIHADISMO Y OTROS TERRORISMOS: DIFICULTAD POR SER UNO MISMO"
Por Pólux (28 de junio de 2015)


Los extremismos nunca son buenos, porque tienen una visión sesgada de la realidad. Sólo tienen en consideración la parte de la realidad que se encuentra en su extremo, teniendo una visión borrosa del punto medio y nula del otro extremo o forma de ver y afrontar los problemas que aborda o trata de resolver desde su extremo.

El extremismo es radical pues la única base que fundamenta su punto de vista, su única o principal razón de ser y el único argumentario que está en la base de su sistema, es su tesis, negando cualquier otro punto de vista.

Todos los extremismos dan una visión irreal del mundo y de los problemas que tratan de abordar, sea desde un punto de vista político, racional o religioso, precisamente por su carácter extremo.

Y ese es el problema de fondo del yihadismo, ejemplo de todo lo dicho, esa corriente del islam que pretende extender e imponer su religión basada en el Corán. La yihad (esfuerzo, lucha) siempre fue parte de esa religión, como esfuerzo por la perfección espiritual o como lucha por extender la religión en lo que el propio Corán define como guerra santa. Pero todo tiene un contexto, hasta la aludida guerra santa. Los islamistas extremistas que abrazan el yihadismo interpretan que ellos y su religión han sido agredidos y ultrajados, y por tanto se defienden conforme refiere el Corán. Esa es precisamente la visión extremista. Razones tienen, claro que sí, pero las de la locura colectiva y la manipulación de unos dirigentes que interpretan la religión según su interés y que no se inmolan ni se sacrifican, pero que no tienen reparos en ordenarle a otros que lo hagan.


Las víctimas son siempre las mismas.
Es una de las vergüenzas del ser humano, la de matar y asesinar a sus semejantes alegando razones que sólo convencen al asesino. Los animales matan por su supervivencia, los humanos, además, por cuestiones ajenas a ese instinto. Y tenemos tantos ejemplos..., los muertos por las ideas políticas extremistas de ETA, los muertos por las descabelladas e igualmente extremas ideas del nacionalsocialismo de la Alemania Nazi, los muertos en aras a las palabras de Alá (Dios) interpretadas radicalmente a su antojo por los extremistas yihadistas...

Quiero saber qué pasa por la mente de esos terroristas de "ideologías" radicales, quiero entender cómo se pueden cometer tantos asesinatos sin sentido con tanto convencimiento.

Y creo que lo que pasa por sus cabezas es el convencimiento en una ideas que les han sido facilitadas porque carecen de otras, como también carecen de la fuerza y seguridad necesarias para decidir por sí mismos. Es más fácil dejarse conducir que conducir uno su propia vida. El problema es que las ideas que adoptan no están en consonancia con la realidad porque normalmente están al servicio de intereses particulares, que encuentran en las personas desencantadas, sin futuro o simplemente débiles de espíritu, su caldo de cultivo. Es lo que siempre se ha llamado manipulación. Si bien el manipulado es el terrorista asesino, el verdadero peligro está en el manipulador, igualmente terrorista y asesino, porque el manipulado ejecuta su acción y normalmente es abatido o apresado, acabando ahí su historia, pero el manipulador, el cabecilla que sabe atrapar a los demás con falsos pero convincentes argumentos, enviará una y otra vez a sus manipulados a cometer asesinatos.

No voy a ir más allá, desengranando las barbaridades, brutalidades y asesinatos crueles y repugnantes que pueden llegar a hacer estos terroristas, de lo que además se jactan, pero no debemos olvidar a qué extremos están dispuestos a llegar en esa locura inducida que convierte al ser humano en el ser más depravado que pueda imaginarse.

El respeto por la vida debe ser el más importante de los valores humanos, e inculcarlo está en nuestra mano. Nadie nace terrorista, pero la experiencia nos va enseñando que en determinadas condiciones no es tan difícil llegar a serlo.


Artículo relacionado en este blog: 
"El yihadismo y la renuncia a la libertad", por Calíope (22 de marzo de 2015


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PERCEPCIÓN Y ESCALAS.
Por Pólux (31 de mayo de 2015)


Durante toda la noche el mar ha llenado el espacio con su sonido fuerte e impetuoso. Es un gusto dormir en la atalaya bajo ese ruido que pareciera la mejor música por la forma en que altera el espíritu. A veces incluso me despierta para volverme a arropar.

Me hace ahora pensar en las distintas formas en que se nos aparece la realidad, tan desconcertante e incompresible en ocasiones, produciendo la incómoda duda sobre si es la naturaleza la que se muestra incomprensible o es nuestra mente la que es incapaz de comprenderlo todo (¿no es lo mismo?).

Cerca de la orilla, donde la olas rompen, se mezcla el sonido individualizado de cada ola con las demás, en una suerte de sonido estéreo muy marcado, con picos de intensidad cuando las olas rompen. Sin embargo, en la atalaya, a algo menos de 200 m. de la orilla, sobre el modesto acantilado que recorre la costa encaramado a lomos de impresionantes dunas colonizadas por pinos, en parte endurecidas hasta formar arenisca, y más allá, el sonido se torna uniforme y continuo, desapareciendo el sonido estéreo para ser sustituido por otro envolvente que se me antoja una barrera infranqueable, amenazante y auspiciadora, pero con cierta afabilidad.

Una misma realidad, el sonido producido por las olas rompiendo en la orilla, se percibe de dos formas distintas dependiendo de la distancia a que nos situemos de la orilla. Esa doble percepción de una misma realidad no parece depender de la naturaleza del objeto de que se trate, ya que no observamos cambio alguno en ella. Tampoco parece depender de la naturaleza misma de la mente que lo percibe y quiere comprenderlo, pues la capacidad y la ventana de percepción de la mente es siempre la misma. Parece entonces depender de las condiciones mismas en que se encuentran el objeto y el sujeto, es decir, de la relación de ambos entre sí mismos y en relación con el entorno común o realidad bajo la que se presentan.

Podría ser así, pero no sabemos armonizar ambas percepciones, es decir, no sabemos la causa de que ello sea así, no sabemos explicarlo, lo que evidentemente siembra cierta duda sobre la realidad de ese hecho.

¿Cuál de las dos percepciones es, pues, más cierta o definitoria de la realidad? Ninguna por sí sola, quiero pensar. Pero ¿y si sólo conocemos un aspecto de algo sin saber que puede tener otra percepción y otra forma de mostrarse en la realidad? Si aceptamos que lo que no podemos percibir y no nos afecta no forma parte de nuestra realidad, nada nos importa lo que no conozcamos. Ahora bien, cabe la posibilidad de que algo que no conozcamos nos afecte sin que sepamos apreciar o percibir que nos afecta, como por ejemplo las propiedades de la materia a nivel atómico, que no podemos ver ni medir directamente, de cuya estructura dependen muchas propiedades de la materia que observamos y manipulamos a nivel macroscópico, y que durante casi toda la historia del hombre fueron ignoradas. Esto sí parece ser un límite efectivo de nuestro conocimiento: lo que no sabemos que existe no podemos tenerlo en cuenta en nuestro conocimiento.

Dicho límite, así expresado, no deja de ser una toma de postura a favor de un cierto cientificismo. Y es que no puedo ocultar mi profunda creencia en la ciencia como forma de conocimiento válida, claramente por encima del conocimiento filosófico, aunque éste pueda ser un instrumento de estudio válido en ocasiones.

Otro ejemplo que ilustra perfectamente todo este problema de la naturaleza de las cosas y su percepción es el de los mundos microscópico y macroscópico antes aludidos y el universo tomado en su conjunto, tal como hoy lo conocemos. El mundo microscópico se vuelve imperceptible, sin embargo algunas de sus características afecta al mundo macroscópico. Así, el tipo de enlace atómico hace que la materia sea sólida o líquida. Lo que a nivel microscópico percibimos como el tipo y la fuerza de unión entre un átomo y otro, a nivel a macroscópico lo percibimos como el estado de la materia. Asimismo nuestra percepción del universo es la percepción de las condiciones particulares del hábitat que ocupamos en ese universo, pero somos incapaces de percibir la estructura de las galaxias y del universo en su conjunto. Eso mismo sucede con el tiempo. Percibimos como cambian las cosas en segundos o minutos, pero no percibimos los cambios a escala geológica (millones de años).

Parece que en el fondo la única variable a tener en cuenta es la escala, pues con ella varían tanto el sonido de las olas olas (distancia), como la percepción de los mundos microscópicos y macroscópicos (tamaño) o la percepción del tiempo (tiempo). El problema es que, en principio, la escala se nos muestra como una variable arbitraria, sin un sentido real pleno. Entendemos la escala como una forma de medir las cosas, y nos cuesta admitir que de la forma de medir las cosas dependan su naturaleza y sus características. Si nos cuesta admitirlo y no nos convence es que seguramente no sea esa la esencia del problema.

Replanteemos la cuestión. La forma en que actúa y se percibe la naturaleza depende de su escala física, y ésta depende de nuestra percepción, es decir, de nuestra capacidad de percibir sólo en determinadas condiciones (nosotros mismos somo la escala, la medida). La escala, en verdad, sólo señala nuestro sitio en el mundo, el nicho biológico en el que nos desenvolvemos y para el que se han desarrollado nuestro cerebro y nuestras aptitudes de adaptación, es decir, la parte del mundo que nos es suficiente conocer para desenvolvernos en él plenamente como animales.

Este problema de las escalas, que afecta a otros campos como a la historia, es ya antiguo. Yo sólo propongo relativizar nuestra forma y nuestra capacidad de conocer hasta englobar en ella el concepto de escala, de forma que ésta no pueda ser entendida como realidad en sí misma. Desde un punto de vista filosófico nada impide hacerlo, pero desde un punto de vista científico no es tan simple, pues no podemos relativizar las variables a nuestro gusto. Sobre esta cuestión en particular ya han hablado e inquirido grandes y autorizados científicos, y a ellos me remito.



Todas mis percepciones de la realidad me llevan siempre hacia el mismo camino o creencia: la subjetividad y el relativismo. Podría ello ser un sesgo de mi conocimiento, pero sólo podría. Si alguien me mostrara con certeza que así fuera lo aceptaría sin dudar, a pesar de que ello me llevaría a un relativismo descarnado.


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OBJETOS IMPROPIOS EN LAS MARISMAS DEL ODIEL.
Por Pólux (23 de mayo de 2015) 

Parque Natural Marismas del Odiel

Ayer salí de la atalaya para ir a dar un paseo. Entre otras cosas más agradables en dicho paseo me encontré, entre otras cosas, pues la lista es interminable, lo siguiente: envases de todo tipo, de zumos, agua, bebidas, detergentes, limpiadores, mantequilla ..., algunos de plástico, otros metálicos y oxidados y otros tetrabrik, bolsas de plástico, un balón de fútbol, una pelota de golf, un trozo de tronco de palmera, una almohada, un trozo de gomaespuma, zapatos de todas clases, de niño, clásicos, de deporte, zapatillas, babuchas, botas de goma, suelas sueltas, suelas rotas, un mechero, una caja de cerillas, cubos enteros, cubos rotos, un bolígrafo, una camisa rota, la cubierta de una rueda de coche, trozos de metal oxidado cuya procedencia soy incapaz de imaginar, trozos de tubería de PVC, un trozo de tubería grande, unos calcetines, una raqueta de tenis rota, trozos de corcho, tapones de botella y de lavabo, y muchas otras cosas que ahora no consigo recordar.

Parque Natural Marismas del Odiel
No paseaba por un vertedero, ni por unas calles muy sucias, no. Por extraño o exagerado que parezca paseaba por un Parque Natural (como todos protegido), el de las Marismas el Odiel, muy cerca de Huelva capital, en una zona de la llamada Isla de Saltes, frente al Muelle del Club Naútico de Punta Umbría, y separada de ésta por el Canal de Chate o Ciate, cerca de su desembocadura al mar. Al lado contrario estaba el río Odiel y en el otro margen del río una Refinería y otras industrias químicas.

¿Cómo podía haber todo aquéllo en aquél Parque Natural y en aquella zona especialmente poco transitada por el hombre? Está claro que no se trata de la acción directa del hombre, pero sí de su acción indirecta. El mar devuelve lo que se vierte sobre él en zonas lejanas e incluso remotas. Pero en este caso dudo que sean muy remotas. Frente a la costa de ese Parque siempre hay anclados entre cinco o seis y once o doce petroleros y otros barcos con cargas de gas y productos químicos para las industrias antes citadas, algunos esperando para entrar en el puerto y otros para descargar frente a la costa, a través de un dispositivo habilitado al efecto para los grandes petroleros que no pueden entrar en el puerto.

Parque Natural Marismas del Odiel
Ciertamente no sé que parte de toda aquella basura puede provenir de tantos barcos, pero no me extrañaría que parte se debiera a ellos. Luego están las playas cercanas, Punta Umbría y Mazagón, y todo el llamado polo químico de Huelva. Cada uno pondrá su granito de arena y el resto cualquiera sabe de donde vendrá. Tal vez alguien conozca una explicación mejor que la que he dado yo.

En cualquier caso es sorprendente estar rodeado de agua, vegetación, peces, cangrejos y aves de muchos tipos, observando el drástico cambio que la subida o bajada de marea produce en el paisaje, y tener al lado, en una franja de entre dos y cuatro metros de orilla del canal todos los objetos que antes he relacionado.

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CURIOSIDADES DEL CÓDIGO CIVIL
Por Pólux (3 de mayo de 2015)


El Código Civil es la norma legal que regula la vida civil de todas las personas. Su primera redacción data de 1889. Pudiera parecer, y en algunos casos así es, que como texto jurídico no es de fácil comprensión, pero así como regula aspectos más técnicos jurídicamente hablando, como los contratos de prenda, hipoteca y anticresis o la sucesión hereditaria, en otros aspectos resulta un texto cercano y comprensible.

Si no hemos tenido un especial acercamiento al Código Civil, nos puede llamar la atención lo mundano de algunos aspectos que regula. Y no es extraño que así sea, pues, como he comenzado diciendo, regula la vida civil de todas las personas.

El objeto de la presente es precisamente resaltar algunos de esos aspectos tan mundanos, que muchos conocerán, por supuesto, pero que tal vez otros no. Nos resulta normal y comprensible que el Código Civil regule el matrimonio y los regímenes matrimoniales, dado que ello comprende la forma en que civilmente se reconocen algunas de las formas de relación entre las personas, pero tal vez no nos resulte tan propio que regule aspectos referentes a un acto previo al matrimonio. Pues así es.

Pero antes una salvedad. El acto que regula el Código Civil no es, como pudiera parecer, el noviazgo, que no es más que el nombre dado a una relación especial entre dos personas, que no implica matrimonio, en todo caso, y como mucho, intención futura. El Código Civil no entra, ni debe entrar, en regular aspectos en los que no hay un acto objetivo que comprometa frente a otro, como un contrato o un mandato. Es por esto que el acto previo al matrimonio al que me refiero no es el noviazgo, sino la promesa (la promesa cierta) de matrimonio. La promesa, sin ser un contrato, en una firme intención que compromete a otro. Digamos que sería la mínima expresión del acto objetivo que regula el Código Civil, por expresarlo de forma sencilla.

El Libro I del Código Civil, titulado “De las personas”, regula, entre otros aspectos, el nacimiento, el domicilio, el matrimonio, la paternidad, la ausencia, la tutela y la emancipación. El Título IV de dicho Libro I se refiere al matrimonio, y el Capítulo I de dicho Título a la promesa de matrimonio. Dicho Capítulo contiene sólo dos artículos, el 42 y el 43, cuyo contenido actual es el siguiente:
 -Artículo 42:
“La promesa de matrimonio no produce obligación de contraerlo ni de cumplir lo que se hubiere estipulado para el supuesto de su no celebración.
No se admitirá a trámite la demanda en que se pretenda su cumplimiento.”

 -Artículo 43:
“El incumplimiento sin causa de la promesa cierta de matrimonio hecha por persona mayor de edad o por menor emancipado sólo producirá la obligación de resarcir a la otra parte de los gastos hechos y las obligaciones contraídas en consideración al matrimonio prometido.
Esta acción caducará al año contado desde el día de la negativa a la celebración del matrimonio.”

El artículo 42 deja muy claro que la promesa no crea la obligación de lo prometido (no hay contrato), pero el artículo 43 aclara que si esa promesa hubiera causado en el otro gastos u obligaciones tendrá derecho a resarcirse de éstos. Aún no habiendo contrato, hay un acto objetivo causado por la promesa cierta, y ese acto es el que regula el Código Civil.

Primera página de la publicación del Código
Civil de 1889 en la Gaceta de Madrid, el día 25
de julio de dicho año. [Pulsar en la foto para
aumentar de tamaño]
Pero tan curioso como el contenido de dichos dos artículos, es apreciar cómo ha cambiado respecto al contenido original de los mismos. Como antes hemos dicho la primera redacción del Código Civil, como tal, data de 1889 (Ver foto de la primera página de la publicación del Código Civil 1889 en la Gaceta de Madrid el 25 de julio de dicho año. Ampliando la foto pueden ver como consta que el texto legal está sancionada por la Reina Regenta doña Cristina -madre de Alfonso XIII- y por el entonces Ministro de Gracia y Justicia don José Canalejas y Méndez).

En dicha primera versión, los artículos que regulaban esos mismos aspectos de la promesa de matrimonio eran el 43 y el 44, con el siguiente contenido:
 -Artículo 43:
“Los esponsales de futuro no producen obligación de contraer matrimonio. Ningún Tribunal admitirá demanda en que se pretenda su cumplimiento.”
 -Artículo 44:
“Si la promesa se hubiere hecho en documento público o privado por un mayor de edad, o por un menor asistido de la persona cuyo consentimiento sea necesario para la celebración del matrimonio, o si se hubieren publicado las proclamas, el que rehusare casarse, sin justa causa, estará obligado a resarcir a la otra parte los gastos que hubiese hecho por razón del matrimonio prometido.
La acción para pedir el resarcimiento de gestión, a que se refiere el párrafo anterior, sólo podrá ejercitarse dentro de un año, contado desde el día de la negativa a la celebración del matrimonio.”

Se aprecia una pequeña diferencia en el artículo 44. En la actualidad el Código Civil se refiere a promesa cierta de matrimonio, y la versión de 1889 se refiere a promesa de matrimonio hecha en documento público o privado o publicadas las proclamas.

Y otra curiosidad. Todos sabemos que la mayoría de edad comienza a los 18 años. El Código Civil lo especifica en su artículo 315, en el que expresa que comenzará a los 18 años cumplidos: “La mayor edad empieza a los 18 años cumplidos”. Pero podríamos preguntarnos ¿en qué momento exactamente? Si nací el 1 de enero de 2000 a las 10 horas de la mañana, ¿cuándo seré mayor de edad?, según lo antes dicho el 1 de enero de 2018, pero ¿a las 10 horas de la mañana, al comenzar ese día o al acabarlo? Pues también regula eso el Código Civil. En su segundo párrafo, dicho artículo 315 expresa lo siguiente: “Para el cómputo de los años de la mayoría de edad se incluirá completo el día del nacimiento”. Pues ya sabemos, tenemos que esperar a que acabe el día para tener la mayoría de edad.

Yo les animaría a que leyeran algunas partes del Código Civil, sobre todo del Libro I, “De las personas”, donde encontrarán otras muchas curiosidades, como la ausencia o la declaración de fallecimiento.




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"RECUERDOS DE LA INFORMÁTICA EN LOS AÑOS OCHENTA:
ZX SPECTRUM, BASIC Y MS-DOS"

Por PÓLUX (19 de abril de 2015)


ZX Spectrum
Aún guardo entre mis libros, como recuerdos de determinadas épocas de mi vida, algunos manuales de instrucciones y de programación informática usados a principios de los años ochenta. ¡Hace ya la friolera de 35 años!
  

Conservo el manual de programación en Basic del ZX Spectrum, de Sinclair, (con su incómodo aunque útil teclado extendido, parecido a los que usan los portátiles modernos). Yo tuve el Spectrum de 48 KB (KiloByte) de memoria RAM (los había también de 16 KB y de 128 KB, éste el mayor de los "hermanos"). Teniendo en cuenta que un mega equivale a 1.000 KB, el Spectrum tenía de memoria RAM menos de la mitad de la décima parte de un mega, algo irrisorio para la actualidad, en que cualquier equipo modesto tiene dos o más GB (1 Giga Byte = 1.000 KB) de  memoria RAM (como comparación, las fotos de los móviles actuales consumen alrededor de varios MB, por lo que en la memoria del Spectrum no cabría ni media foto). Otra característica del Spectrum es que no poseía disco duro (memoria ROM), y cuando se desconectaba se borraban completamente los datos que habíamos introducidos, por lo que se ideó un sistema de almacenamiento en cintas de cassette mediante unos pulsos de sonido que podía interpretar el ordenador. Cierto es que evolucionó mucho en cuanto a periféricos y posibilidades, pero con las limitaciones propias de su microprocesador Z80A  de 8 bits a 3,5 MHz (MegaHerzios). De nuevo como comparación, mi ordenador actual, desde el que escribo estas líneas, con ocho o nueve años de antigüedad, tiene un microprocesador de 32 bits a 2,11 GHz (1 GigHerzio = 1.000 MegaHerzios). La diferencia es abismal.

También conservo un manual de intérprete Basic de Olivetti y un manual de instrucciones del ordenador Z-140 PC de Zenith. Éste tenía 128 ó 256 KB de RAM ampliables a 640 KB, un microprocesador 8088 a 8 MHz y usaba discos flexibles como unidades de memoria externa, hoy en desuso (tanto que los ordenadores hace tiempo que no llevan lectores de unidades de disco flexible). La cosa iba mejorando, aunque poco a poco.

Y por último merece la pena mencionar todos los volúmenes del manual de MS-DOS, versión 3 (creo que llegó hasta la versión 7), de Microsoft, editada por la antes nombrada empresa Zenith (Zenith data systems). El MS-DOS era el lenguaje de instrucciones directas, con sus argumentos, que entendía el microprocesador y que era necesario para hacer funcionar el ordenador y las distintas aplicaciones o programas a falta de un sistema operativo. En realidad sí era un sistema operativo, pero no como los que usamos hoy día, pues aquél carecía de interfaz gráfica, que es lo que caracteriza a los actuales.

Comprendo que eso del Spectrum y el MS-DOS le suene a chino a la juventud actual, que habla de Gigas y Teras, tarjetas gráficas y Android, pero también son parte de nuestra cultura general los hechos y sucesos que nos tocaron vivir. La juventud de hoy ha nacido prácticamente en la era digital y en pleno desarrollo de la informática, pero mí generación y otras vivieron el inicio de la informática y el auge actual. Seguramente muchos se reirían de las máquinas usadas en las oficinas en la década de los ochenta. El contenido del disco duro del primer ordenador que tuve, comprado de segunda mano a una empresa que renovaba sus ordenadores cada pocos años (entonces los adelantos comenzaban a ser de vértigo), cabía en un CD actual, y digo CD, no DVD.

Aquéllo me enseñó los conceptos más básicos bajo los que trabajan los ordenadores, el bit, los tipos de memoria, la instrucciones que entiende el microprocesador..., y la importancia del sistema operativo, esa interfaz que nos permite comunicarnos con el ordenador (o también con el teléfono móvil en la actualidad), y que ha conseguido que cualquiera podamos ser usuarios sin necesidad de saber informática. Es algo así como el volante, las marchas y los pedales de un automóvil, sabiendo utilizarlos no nos hace falta saber nada de mecánica del motor para hacerlo funcionar.

El surgimiento y desarrollo de la informática ha sido algo que he vivido en primera persona, y como recuerdo de los distintos momentos de esa evolución, conservo aún los manuales de instrucciones y programación que antes cité, alguno de los cuales me sabía casi de memoria, mucho más que cualquier libro de texto que debía aprenderme en el B.U.P. (Ballicherato) de la época, pero por entonces la informática no era una asignatura.

Los ratos de creatividad, entretenimiento y placer que me regaló la informática no los olvidaré nunca. Y es que además que los sigue proporcionando.


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SEMANA SANTA: RELIGIOSIDAD POPULAR

Por Pólux (29 de marzo de 2015)
Fotografías de Adonis.


Hoy es Domingo de Ramos. Ya tenemos aquí la Semana Santa, tal vez la fiesta religiosa más popular, la que más fuertemente conserva tanto su aspecto religioso como popular. Y cuando hablamos de religión aquí en España, nos referimos evidentemente al Cristianismo, dadas las evidentes raíces cristianas de nuestra cultura.

Seguramente la única fiesta del mismo índole que podría rivalizar con la Semana Santa sería la celebración de la Navidad, pero yo creo que claramente está por encima, en cuanto a participación y sentimiento, la primera. No hay que ver más que el esfuerzo económico (mucho dinero) y laboral que invierten la Hermandades, con todas las personas integradas en ellas, en tener a punto sus pasos, sus tronos, o como se les llame en cada lugar. También habría de citar la Primera Comunión como otra celebración importante, pero creo que su aspecto religioso está claramente disminuido respecto de su aspecto festivo y de divertimento.

El puente de Triana, Sevilla.
¡Cómo vivimos la Semana Santa aquí, en España, y aquí, en el Sur, en Andalucía! Es un prodigio de síntesis politeísta en una religión monoteísta. Aunque para apreciar esa en apariencia contradictoria síntesis no hemos de esperar a la Semana Santa, sólo hemos de obsevar el acervo cultural que subyace en la multitud de romerías que celabran los pueblos de nuestra geografía sureña, por hablar de nuestra tierra, o la devoción especial que tienen determinadas Vírgenes o Cristos. Pero la aparente contradicción va más allá, pues no es igual la devoción de la Virgen de Consolación de Utrera, colmada de exvotos hasta lo indecible, que la Virgen de Consolación de otro pueblo. No debe ser fácil de asumir por la Iglesia esa síntesis entre el monoteísmo doctrinal y no ya el pseudo politeísmo de un Dios o un Santo para cada necesidad, sino entre ese monoteísmo y el fetichismo que parece haber en la devoción hacia una Virgen o un Cristo concretos, una figura concreta.

Pero cada pueblo vive la religiosidad como la entiende, lejos de adoctrinamientos teológicos más o menos coherentes. Qué mas da que se hable de muchas Vírgenes si se sabe que Virgen sólo hay una. En realidad se populariza hacia la religión la necesidad de encontrar un remedio concreto para un mal concreto. De ahí también el uso de los Santos especializados en temas. Uno para encontrar lo que perdí, otro para conservar el trabajo, otro para los casos difíciles, y una larga lista casi interminable.

En realidad si a alguien debía preocupar esta religiosidad algo desvirtuada es a la Iglesia, pero hemos de entender, como lo hace ella, que no se puede ir contra el conocimiento popular y la forma en que cada pueblo, debido a su ideología e idiosincrasia, entiende la realidad. Por ello la Iglesia lo explica y lo ampara. Lo explica con el concepto de advocación mariana (refiriéndonos a la Virgen), que sería una alusión o reconocimiento de un atributo o cualidad de la Virgen María, desde un punto de vista místico (ligado al concepto que representa: Virgen de la Anunciación, Virgen de la Consolación, etc.) o terrenal (ligado a apariciones o milagros: Virgen de Fátima, Virgen de Covadonga, etc.). La estructura y coherencia del sistema explicativo por parte de la doctrina parece impecable, pero como toda explicación ad hoc deja cierta insatisfacción conceptual.



La contradicción no existe en los hechos que suceden, puesto que suceden (la contradicción lo impediría). Esa es una de las Leyes básicas que siempre hemos proclamado en Obtentalia. La contradicción sólo existe en nuestro pensamiento o en el lenguaje que usamos, y sólo ahí. Por lo tanto hemos de entender el hecho de una religiosidad popular aparentemente politeísta en una religión monoteísta. Creo, al margen de la explicación ad hoc que antes he referido, que sólo es una forma de expresar la religiosidad, transmitida de generación en generación, y consolidada  en la práctica popular de Romerías y figuras vinculadas a sitios y pueblos concretos.


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MATERIALISMO Y REDUCCIONISMO EN LA CIENCIA.

Por Pólux (18 de enero de 2015).

No es la intención de este breve artículo hablar de las distintas concepciones filosóficas del materialismo y el reduccionismo (sobre lo que podrán encontrar mucha información en internet), ni desgranar el materialismo científico propiamente dicho. Tan sólo me voy a referir al materialismo y al reduccionismo en un sentido amplio y aplicado particularmente al método científico.

Definiremos, pues, el materialismo como la corriente de pensamiento que entiende la materia, la realidad física observable y cuantificable, como la esencia primaria de todo, como aquello que está en la base tanto del mundo material como del mundo espiritual, entendiendo por éste la conciencia, el pensamiento y aquellas manifestaciones que no parecen tener un correlato material directo. El materialismo, definido de esta forma genérica, entendería, pues, que la naturaleza, la esencia y el origen del alma, por ejemplo, se encuentra y se explica a partir de la materia que forma nuestro cerebro, o que el amor surge en las redes neuronales cerebrales. En contra de esta concepción está el idealismo.

En cuanto al reduccionismo, lo podríamos definir de forma genérica diciendo que es la corriente de pensamiento que postula que el método para conocer y entender la realidad es el estudio de sus partes. En contra de ello se encuentra el holismo, que postula que el todo es algo más que las partes que lo componen. Por ejemplo, un concepto holista en Biología consideraría que un ser vivo no puede comprenderse en su totalidad en función de sus componentes químicos.

La ciencia, con su método, es la que nos ha llevado al progreso y desarrollo actuales. Eso lo creo incuestionable. A quienes creemos en el método científico como única forma de conocimiento válida para intentar comprender el mundo, se nos suele tachar de materialistas y reduccionistas. Mucho de cierto hay en ello, pero bien entendido, pues suelen usarse esos dos calificativos más como una ofensa que como argumentos.

El materialismo de la ciencia forma parte de su misma esencia, pues su objeto es aquello que puede medirse y cuantificarse, aquello que es susceptible de ser observado bajo parámetros controlados. Pero este materialismo no es una reducción, es una definición. Nada afirma la ciencia de lo que no es su objeto, simplemente porque no puede aplicarle su método. Esa es una postura coherente. Lo que no es coherente es afirmar cosas sin más base que la pura subjetividad y la imaginación. ¿Quién nos asegura que lo que afirma alguien sobre un espíritu que le persigue es algo real, si la única garantía para creerlo es su palabra (subjetividad) y su capacidad para explicárnoslo (imaginación)? Seguramente habréis leído el libro o visto la película "El Señor de los Anillos",  que recrea un mundo complejo donde casi todo es posible, con una indudable coherencia interna atendiendo a sus leyes propias (prácticamente esa es la definición de un sistema cerrado). ¿Qué diferencia esa película de ciertas creencias filosóficas, religiosas o construcciones paranormales y del más allá que afirman la existencia de todo un mundo diferente al material del que nos dan hasta sus características (por ejemplo los atributos de Dios o las características y formas de manifestarse un espíritu), y del que nos aseguran tener experiencia, pero del que yo jamás he tenido experiencia alguna? Voluntad, a eso entiendo que se reduce todo, voluntad de creer o no creer, pura relatividad. La ciencia, sin embargo, no depende de la voluntad. Limitada lo que se quiera, lo que describe puede se experimentado por todos.

El reduccionismo de la ciencia también forma parte de su misma esencia, pues sólo puede conocer aquello que viene definido como su objeto (lo medible y cuantificable), y éste es reducible a sus partes como método de trabajo. De lo que no puedo conocer, simplemente no puedo hablar, pero no creo un sistema ideal y arbitrario para explicarlo (religión, mundo de los espíritus). Puedo vivir perfectamente sin explicar todo lo que me rodea, con dudas y limitaciones. ¿Por qué hemos de explicarlo todo si no podemos? Intentarlo es lícito, es más, creo que es hasta necesario, pero no lo es para mí ir más allá sin más prueba que mi voluntad para creer.

Estoy un poco cansado de la vieja discusión sobre si Dios sí o si Dios no, a pesar de haberla tratado tanto en este blog, porque jamás he avanzado un ápice en mis ideas o en mis discusiones con quienes no piensan como yo, como ellos tampoco lo han hecho.

La ciencia sí es un asidero, un asidero real, limitado, pequeño, incompleto..., como se quiera, pero un asidero real. Lo demás son intenciones, deseos y voluntades, muy bonito seguramente, muy esperanzador seguro, pero un asidero para quien no necesite más que creer. Yo necesito realidad, ver y tocar, tropezar y sentir, son mis premisas. Si eso es materialismo y reduccionismo así también me manifiesto yo. Se me podrá decir que esa es mi voluntad, como lo es igualmente la de creer en el más allá. Y es cierto. Al fin y al cabo eso es lo que yo postulo, que las voluntades para creer una y otra cosa están a la misma altura sin preeminencia de ninguna de ellas. La elección por tanto es lícita, y yo elijo creer en el método científico por las razones expuestas en estas líneas. Lo que no acepto es la aseveración de mis amigos religiosos de que su elección está por encima, porque les explica o les llena más. También a mí me llena más mi elección.

A pesar de todo, la ciencia, con su método, ha sido capaz de mostrarnos y describirnos mundos ocultos a la vista, tan fantásticos que llegan en mucho a ser contrarios a nuestra intuición, como podría ser el antes aludido "El Señor de los Anillos". Esos mundos son, por ejemplo, la cosmología o la mecánica cuántica. Ninguna experiencia tenemos de esta última (según conocemos sólo opera a nivel microscópico), por tomarla de ejemplo, pero la ciencia nos ha mostrado su existencia real sin dudas, con la objetividad del experimento y de la técnica aplicada. Y ejemplo de esa realidad son los actuales transistores y microprocesadores usados en los ordenadores, los nuevos materiales semiconductores y superconductores, o la cirugía láser o la exploración radiológica tan usada hoy en medicina, nada de lo cual podría haberse elaborado sin el conocimiento aportado por la mecánica cuántica.



Las concepciones materialista y reduccionista aquí expuestas de forma general tienen implicaciones más extremas (materialismo radical y reduccionismo radical), y sus detractores aducen, de forma también general, que no explican toda la realidad. Y considero que es cierto. Por ello creo que ambas concepciones son métodos de trabajo válidos que han dado grandes frutos, y que sus limitaciones son las mismas que las de todo sistema que intenta comprender y explicar totalmente el mundo, las de no conseguirlo. Es posible que el reduccionismo científico no explique la vida, pero ha ayudado a comprender mucho sobre ella. No creo que el creacionismo, la filosofía y la religión realmente expliquen más de forma indudable, tan sólo son sistemas idealistas cerrados que explican toda la realidad bajo unos parámetros predefinidos, es decir, es como una explicación "a la carta". No quiero ser injusto simplificando excesivamente la vieja discusión, pero en esencia es lo que creo. En cuanto a la ciencia y sus métodos, pienso que debe conformarse con explicar sólo lo que explica, sin intentar ir más allá afirmando que todo lo que existe sólo puede ser válidamente explicado por ella. Es una afirmación demasiado categórica, que yo reduciría diciendo que el único método válido de conocimiento que tenemos es el científico.

Los límites del conocimiento están ahí, y es el espacio en el que sobreviven la filosofía y la religión. Tal vez debiéramos intentar ser capaces de vivir con las dudas y la incertidumbre que esos límites provocan.

La discusión que en términos generales he tratado aquí, da evidentemente para mucho más, y las implicaciones que cada postura conllevan van mucho más allá de lo referido. Tan sólo he intentado esbozar tales posturas y mi parecer sobre ellas. Nada más.


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CERRAR LOS OJOS.

Por Pólux (28 de diciembre de 2014)


¿Qué parte de vuestro cuerpo creéis que os ayuda más a vivir? Es posible que para un atleta sean sus piernas, o que para un filósofo o un científico sea su cerebro, que da a uno su capacidad de raciocinio y al otro la suya de observación, incluso es posible que para un mecánico sus dedos, por poner unos ejemplos esclarecedores.

Pero cuando uno no tiene una profesión tan definida o abarca muchos campos diferentes, ¿qué parte del cuerpo pensáis que ayuda más a vivir? Tal vez no esté relacionada con la profesión, sino con cuestiones más íntimas. Puede ser.

A mí, particularmente, la parte de mi cuerpo que más me ayuda a vivir son los párpados. El por qué es fácil de adivinar, y no es para lubrificar mis ojos. Los párpados me ayudan a vivir porque me permiten cerrar los ojos. La impasividad propia y ajena frente al dolor, la crueldad, los más desfavorecidos y la total falta de respeto por lo más elemental, no se soporta así como así. La inocencia de la alegría por la vida se me torna crítica con los años, y la crítica sin acción culpa, también propia y ajena, y cada vez he de cerrar más los ojos para llevar una vida "normal", sin excesivo lastre por esa culpa.

Yo soy una tuerca más de esa maquinaria llamada sistema, que se realimenta con cada omisión, con cada cerrar de ojos, incluso con aquello contrario que lo combate y que es permitido por el propio sistema para conseguir la síntesis que lo integre. Nada hay fuera del sistema y lo que parece estarlo es, en realidad, permitido por él para ser controlado más eficazmente. Pero todo esto no es más que repetir lo que ya han explicado antes otros.

Mientras, yo, cierro los ojos cuando estoy con los demás, para evitar incomodarles vomitando delante de ellos. Luego, en mi soledad, cierro los ojos para evitar hundirme demasiado y poder retomar el día siguiente. A las personas que no tenemos nada de especial y que somos incapaces de otra cosa, sólo nos queda cerrar los ojos.

Pero de forma racional también puede argumentarse una vida sin culpa, o al menos con una culpa relativa.

De forma genérica, si algo sucede es porque puede suceder, es decir, porque está en la naturaleza de aquéllo que obra el suceso. Así, si el hombre es bondadoso o mata a un semejante es porque de alguna manera está en su naturaleza poder obrar de esa forma (cuestión diferente es la ética de su comportamiento). Si el hombre, en su consciencia diferenciadora de lo puramente animal y natural, crea su propia red social y su propio sistema (como la maquinaria realimentada antes referida), aún con la característica de la auto represión, es porque está en su naturaleza el poder hacerlo (lo que también llamamos condición humana).

Bajo esta argumentación parece lícito y natural no sentir la culpa de la que antes hablaba, por estar en nuestra naturaleza el ser así. El problema es que bajo esa misma argumentación parece lícito absolutamente todo lo que seamos capaces de hacer, y una cuestión es explicar nuestros actos, por radicales que sean, en base a nuestra naturaleza, y otra muy distinta justificar esos mismo actos. Precisamente nuestra sociedad y el propio sistema bajo el que vivimos (con todos sus defectos) sobreviven porque no lo justifican todo.

Más consideraciones podríamos hacer sobre el dolor, la culpa y la forma de afrontarlo, algunas de carácter personal, pero lo cierto es que cada cual encontrará, fácil es, justificación para su postura. Yo, después de darle muchas vueltas, y por ahora, sólo consigo seguir adelante cerrando los ojos.


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MANIPULAR VOLUNTADES.
Por Pólux (02/11/2014).


El poder de la imagen en la publicidad va más allá de lo evidente. Incluso a veces, como en el caso de algunos productos de limpieza o productos bancarios, contradicen lo evidente. Da igual, ya lo dice el refrán, “difama, que algo queda”. La empresa busca que su marca se asocie a una imagen positiva, tenga o no que ver con la realidad del producto que hay bajo esa marca. Es mejor siempre encontrar alguna relación, por remota que sea. Eso lo hará todo más creíble, pero no es necesario.

Nunca mezclarías en el mismo lavado un jersey rojo con unos calcetines blancos. Un anuncio dice que sí, que se acabó eso tan antiguo e innecesario de separar la ropa. Todos sabemos que eso no es así, tanto el empresario, como el publicista y el público. Pero se dice. Tal vez quede algo en nuestro subconsciente que revele cierta preferencia a la hora de elegir ese producto. Tal vez sea mentira, pero tal vez no sea malo, tal vez, bajo la exageración de la publicidad está el convencimiento del empresario en la calidad de su producto. La complejidad de la mente no nos deja comprender y explicar los procesos que en ella acontecen, pero podemos observarla y estudiar sus respuestas. Y es este estudio el que nos muestra que la influencia que la publicidad ejerce en nuestra mente es real.

Sabes que las explotaciones petrolíferas que abastecen de gas y petróleo no son, porque no pueden serlo, respetuosas con el medio ambiento. Pero hay por ahí un anuncio de una empresa de ese ramo, cuya imagen pretende ser esa, la de respetar la naturaleza.

Pareciera que nos tratan como niños chicos, a los que se dice lo contrario de lo evidente para engañarlos. A nosotros no nos engañan, pero siembran en nuestra mente una semilla que en algunos casos, si no en muchos, germinará.

Voy a poner un ejemplo más cotidiano, donde la publicidad no está tan profesionalizada, pero cuyo rendimiento y efectividad no es menos dado que se rige por los mismos principios, que es al fin y al cabo lo que importa.

En la frutería de muchos supermercados han puesto guantes de plástico para manipular la fruta. No sólo eso. Además, si cojo algo sin los guantes se me acerca rápidamente un empleado con ellos y me insta a que me los ponga. Al principio me resultaba chocante. ¿Qué pretenden?, ¿mantener la salubridad de la fruta? Pero si muchas veces alguna fruta y algunas hortalizas están sucias y llenas de tierra. Será para que no nos manchemos las manos. Sin embargo, constantemente estamos tocando cosas en el supermercado y no nos obligan a usar guantes. Tocamos las latas, los carros…, en fin, casi todo.

Después, cuando advertí que no podía haber una razón de salubridad tras el gesto de los guantes, entendí que se trataba de un ardid publicitario, de pura y simple imagen. Quieren que asociemos la frutería con la imagen de limpieza, pulcritud y salud. Después de varios meses usando los guantes, si vamos a una frutería donde no los hay, seguramente tendremos la sensación de que no es tan limpia.

La publicidad es como una larga serpiente que asoma su cabeza entre la hojarasca, nunca sabemos donde está la cola. No sabemos cómo funciona, pero sí que funciona, ni sabemos cuál es su alcance real, pero sí que es una forma efectiva de manipular voluntades y criterios. La mente aún es para nuestra comprensión un laberinto del que sólo conocemos la puerta de entrada.



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CÓMO PASAR LA ITV Y APRENDER SOBRE EL CARÁCTER HUMANO.

Por Pólux (24 de agosto de 2014)


Ayer sábado era el día tope para someter mi vehículo a la Inspección Técnica de Vehículos, más conocida como ITV. Semanas antes había conseguido mi cita para ese día, a las 7:50 horas, bien tempranito. Lo prefiero, así pienso que tardaré menos. Un 23 de agosto, a las 7:50 horas, sábado, y en la provincia de Sevilla (medio vacía por las vacaciones), me pareció el plan ideal para evitar colas, esperas y aglomeraciones.

A las 7:35 entraba en el recinto con mi vehículo, y ¿qué me encuentro?, pues colas, esperas y aglomeraciones. ¡Por Dios, cómo puede ser!

Con las oficinas aún cerradas estaríamos esperando unas veinte personas, si no más. De pronto se acercó un señor y rompió la monótona tranquilidad que respirábamos diciendo con ímpetu “¿quién es el último?”. Le miré y le dije que yo era uno de los últimos en llegar, pero que tenía cita y no creía que importara tener que guardar una cola. Las demás personas asintieron, pues todas parecían tener cita previa. Aquel señor no pareció contento con la respuesta y comenzó a decir con tono poco amistoso: “No, si yo lo pregunto porque luego vienen los problemas, y lo último de lo que tengo ganas es de que alguien me diga algo porque crea que me quiero colar, porque desde luego hay gente para todo, y yo ya estoy peinando canas para aguantar que venga cualquiera a decirme nada a mí, y menos después de querer saber cuál es mi sitio en la cola.” Algunas personas, con ánimo tranquilizador, le decían que no pasaba nada, que no había cola porque todos teníamos cita previa, que cuando entrara preguntara, que nadie le iba a decir nada. Pero el señor que decía peinar canas (serían las de su barba, porque en la cabeza tenía más bien pocas) seguía erre que erre: “Yo lo que no quiero son luego líos, porque no tengo ganas de aguantar que nadie me diga nada, porque siempre hay quien se molesta o piensa que uno se quiere colar o aprovecharse, y desde luego no estoy dispuesto a aguantar cosas de esas porque ya tengo una edad y no me da la gana.” ¡Qué mareo me produjo escucharle!

A aquella temprana hora del sábado no había colas, todos estábamos tranquilos esperando y ya empezaban los problemas con la cola. Si hay cola, problemas, si no las hay también, ¿qué queremos entonces?

Abrieron por fin las oficinas a las 7:50 horas, la hora de mi cita, que por cierto era también la cita de otras tres o cuatro personas más. Aquello me recordó a los médicos, que citan a unos pocos a la misma hora y luego hay unos retrasos de hasta horas (en el caso de la ITV está justificado pues hay varias líneas de inspección que se usan a la vez, en el caso de los médico no hay justificación, aunque ellos pretendan que sí). Pero como yo tenía la segunda hora con cita (la primera era las 7:45 y la segunda las 7:50) no preveía tardar mucho.

Una vez en las oficinas hay que aprender la mecánica de atención al cliente. Primero vas a una máquina con pantalla táctil en la que buscas tu matrícula y la seleccionas. Entonces la máquina expide un billete con la matrícula. Tras esto hay que estar pendiente de una pantalla en la que aparece tu matrícula con indicación de la mesa en la que vas a ser atendido. Te diriges a esa mesa, entregas el billete, te piden los papeles pertinentes, pagas lo que no es otra cosa que un impuesto revolucionario al que llaman tasa para que parezca algo legal (menudo negocio el de las concesiones de la ITV), te devuelven los papeles con otros más y esperas a que tu matrícula aparezca en otra pantalla junto con la indicación de la línea por la que será inspeccionado tu vehículo. Claro, todo eso descoloca a cualquiera la primera vez, y más cuando llegas pensando que harás la cola de toda la vida. Pero en verdad no hay problema, en un minuto, observando lo que hacen los demás o preguntando a cualquiera, entiendes el sistema y adviertes su simplicidad y beneficios. Pero llega el señor de turno y la monta: que si vaya país de ineptos, que a quién se le ha ocurrido tamaña barbaridad, que esto es de locos, que claro, nos callamos y hacen con nosotros lo que quieren, que aquí todo el mundo se aprovecha, que si este es el país de las colas… En fin, acabó diciendo cosas sin sentido, porque si para algo sirve ese sistema es para evitar las colas y facilitar la atención al cliente.

Habían pasado veinte minutos, todo iba sobre ruedas y ya hubo dos incidentes, y ninguno derivado de una mala actuación de los señores de la ITV (que suele ser lo procedente). ¡Y luego nos quejamos de los políticos!

Lo único agradable, todo hay que decirlo, fue el trato recibido por parte del operario de la línea que revisó el automóvil. La costumbre te enseña que suele ser al revés, pero en este caso la norma no se cumplió. Aquel hombre me comentó que, efectivamente, en contra de lo esperado había mucha afluencia de clientes, y que a esta fecha le habían llamado como refuerzo por la cantidad de trabajo que tenían. Asimismo me contó, mientras trabajaba, claro, algunos casos que me reafirman en la conclusión a la que llego al final de este escrito, como el de un señor con una Audi nuevo, con asientos de cuero, todos los extras, en fin, un coche de lujo, pero que llevaba las ruedas tan gastadas que podían verse los alambres que refuerzan la cubierta por dentro. Evidentemente el operario le dijo que no pasaría la ITV hasta que cambiara las ruedas (que eran de una anchura acorde con el tamaño y el motor del automóvil), a lo que el usuario del Audi le respondió algo así como “Pero, ¿sabe usted cuánto valen unas ruedas como estas?, por su culpa voy a tener que dejar a mis hijos sin comer, ¿quién se cree usted para hacerme eso?”. Vemos claramente que la lógica no siempre funciona con lógica, al menos al tipo del Audi no. “Yo a lo mío y el mundo en mi contra, no hay derecho”, algo así debió razonar.

Finalmente, en cuarenta minutos había acabado. Mucho teniendo en cuenta que tenía una de las primeras citas (aunque yo llegué quince minutos antes) y poco comparado con la hora y más que en anteriores ocasiones me habían hecho esperar en otras instalaciones.

Conclusión: entre la masa pasan desapercibidas personas conflictivas e insatisfechas dispuestas a estropear cualquier cosa que toquen, y sólo es cuestión de suerte que un energúmeno de esos sea tu vecino, tu compañero de trabajo, o quien conduce detrás tuya intentando adelantarte. ¡Dios nos coja confesados!




Por cierto, pasé la ITV sin incidentes. Así que hasta la próxima, a ver lo que da de sí.


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IGLESIA, DOCTRINA Y MENTALIDAD.
Por Pólux (03/08/2014).


Recuerdo como mi madre, no sin cierta decepción, hablaba sobre cuando era joven y no podía entrar en la Iglesia en mangas cortas, y mucho menos con una falda corta, ni siquiera con un escote que hoy sería de lo más normal, y como en religión le enseñaban más sobre el miedo al infierno y el dolor que sobre el amor a Dios y al prójimo. Lo que entonces le parecía moderno y apropiado ahora le parece engañoso e innecesario, y ello porque siempre se preocupó no sólo de ser religiosa, sino de conocer la doctrina de la religión bajo cuyas reglas vivía.
 

Su decepción creo que pone de manifiesto cierta confusión entre lo que es la doctrina de la Iglesia, es decir, el conjunto de ideas y pensamientos que dan cuerpo, vertebran y definen una religión, y la mentalidad de una época, es decir, la forma de pensar que caracteriza a un grupo social en un momento determinado. La doctrina la entendemos con una base arraigada, establecida y estable, cuyas enseñanzas no cambian en el tiempo, y en la que muchas personas basan su vida. La mentalidad, aún pudiendo tener ese misma base arraigada, que en su caso no es condición indispensable, es cambiante a lo largo del tiempo, y los valores de una época dejan de serlo en otra, a costa de otros en ocasiones muy diferentes.

La confusión es produce al adecuar la enseñanza de la doctrina a la mentalidad imperante, como forma de facilitar la integración con los fieles y el pueblo en general, y lo que son formas de entender la vida y normas sociales más o menos arbitrarias o relativas se entienden como parte de la doctrina.

Pero esa confusión entre los conceptos doctrina y mentalidad no ha existido en el pasado ni lo hace ahora de forma gratuita, aunque por distintos motivos. Antaño (tras nuestra dolorosa guerra civil y en épocas anteriores) fue beneficiada la Iglesia, ahora lo es un cierto anticlericalismo que, por cierto, siempre estuvo ahí, sólo que no siempre pudo expresarse.

Una confusión que los propios sacerdotes fueron incapaces de evitar, más bien al contrario, pues les benefició para mantener un estatus privilegiado junto al poder político y social de la postguerra. Nada tenía que ver la doctrina cristiana con apoyar a un régimen político, pero la mentalidad de entonces, manipulada por común interés político y eclesiástico, posibilitó creer que ese apoyo dado por la Iglesia a los vencedores, más afines a sus creencias, era consecuencia de su propia doctrina. Hablaban de la doctrina "ama a tu prójimo" pero actuaban amando a su prójimo si pensaba como era de bien hacerlo, esto es, como el régimen decía. El pueblo no fue más que una víctima de todo ello.

Y el tiempo ha pasado y le ha hecho pagar a la Iglesia esa confusión consentida. Son ahora los contrarios a la Iglesia quienes la acusan de inmoral por la forma en que actuó, no sin razón. Lo que sucede es que se aprovecha ese argumento en contra a pesar de que el tiempo ha pasado y muchas cosas han cambiado. Y es ahora a estos contrarios a la Iglesia a quienes beneficia la confusión entre doctrina y mentalidad, pues las tornas han cambiado y es la Iglesia la que está situada en una posición más débil frente al poder político, imperando una cierta mentalidad proclive a lo laico.

Por ello tiene tanto valor el aperturismo de la Iglesia y la independencia frente a otros poderes fácticos que ha mostrado en las últimas décadas, algo tan necesario, por otro lado, para su fortalecimiento y credibilidad como institución.

El amor del que hablaba Jesucristo nada tiene que ver con épocas y mentalidades, al menos tal como está en la doctrina de la Iglesia. Y las convicciones y pensamientos de aquéllos que están en contra de la Iglesia tampoco deben someterse a prejuicios y formas de pensar pasajeras. Todos nuestros pensamientos deben tener cabida en nuestra sociedad, y la libertad para tenerlos y expresarlos debería ser lo que nos uniera a todos, no lo que nos dividiera. Ateísmo y religión siempre han subsistido juntos a pesar de las tensiones entre uno y otra, y así debería seguir siendo.

Dice el refrán que Dios aprieta pero no ahoga, pero los hombres, en nombre de Dios, han apretado y ahogado, y aún lo hacen en muchas partes del mundo, convencidos de que su Dios es el Dios.

La Iglesia debe vivir y preocuparse del presente y dar cobijo a sus fieles y a quienes no lo son, por encima de mentalidades, opiniones y otras creencias, y ese debiera ser un ejemplo de humildad para todos, pero sobre todo para aquellos que justifican guerras y muertes en nombre de Dios.



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"MI PROFESOR DE FÍSICA Y EINSTEIN."
Por PÓLUX (15-junio-2014).



La primera vez que me explicaron la relatividad del tiempo no la entendí, ni la segunda ni la tercera ni la cuarta, pero al menos no cogí complejo de tonto. Dos razones hubo para ello.

La primera era la dificultad para cambiar la forma de pensar. Acostumbrado, como los demás alumnos de la clase, a pensar en el tiempo y en el espacio de forma absoluta, resultaba imposible entender que dos relojes, uno en la superficie de la Tierra y otro moviéndose rápidamente en una nave en órbitas a su alrededor, acabaran marcando diferentes horas, o peor aún, que un reloj en nuestra mano y otro que ascendiera y descendiera en un ascensor a gran velocidad también marcarían diferentes horas, y digo peor porque a pesar de tratarse del mismo caso, el segundo ejemplo resultaba menos claro a nuestra imaginación viciada, y ese fue el que nos puso el profesor.

La segunda razón era la imposibilidad del profesor de física de hacernos ver que nuestra forma de pensar, a pesar de ser intuitiva, no era totalmente correcta, pues no describía la realidad que acontecía con los relojes, y que ponía de manifiesto la teoría de la relatividad. Nosotros no teníamos la flexibilidad mental necesaria y el profesor no tenía el don de la explicación para hacérnoslo ver. Recuerdo que nos decía que lo explicaría todas las veces que fuera necesario hasta que lo entendiéramos. Voluntad tenía, por que no sé cuántas veces lo repitió..., hasta la saciedad y hasta que él mismo se hartó. Pero claro es que nos repetía una y otra vez lo mismo, incapaz de poner un ejemplo distinto. Así, si no lo entendíamos la primera vez tampoco lo hacíamos en las sucesivas mismas explicaciones. Así una y otra vez hasta que acabamos todos hartos, sobre todo el profesor, que lo dejó por imposible, lo que reforzaba su idea de que eso de la relatividad no era para el plan de estudios. Yo ahora pienso que, a pesar de su voluntad, era él quien no estaba hecho para el plan de estudios.



Años después, cuando ya entendía algo más sobre la relatividad, leí el famoso y accesible libro "Sobre la Teoría de la Relatividad especial y general" que escribiera el propio Albert Einstein (1879-1955). El verdadero descubrimiento tras su lectura no fue una nueva clarividencia de su teoría, sino comprender lo preclara, intuitiva y capaz que era la mente de ese físico. La lectura de su librito (es pequeño y se lee con facilidad con unas nociones básicas de física) fue tan natural y llevadera que cuando acabé me pregunté qué dónde estaba la dificultad en entender aquella teoría. Comprendí dos cosas. Una, la diferencia entre un mal (aunque voluntarioso) profesor y un buen profesor con capacidad para hacerse entender. Y otra, que lo difícil no era realmente entender la Teoría de la Relatividad, sino llegar a formularla, llegar a darse cuenta a partir de la observación y la experiencia de que la realidad va más allá de lo que ven nuestros ojos, y ser capaz de describir esa otra realidad a pesar de la oposición de las ideas establecidas, por una parte, y de la propia intuición, por otra.


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EL IMPUESTO DE LA ZONA AZUL.
Por Pólux (8 de junio de 2014)


El último tramo de la calle donde vivo lo han hecho zona azul, como ya lo era el resto. El barrio donde trabajo también.

Los Ayuntamientos, ávidos de ingresos, adoptan nuevos modelos para acrecentar sus ingresos, la injusticia de uno de los cuales esconden bajo el eufemismo de "Zona Azul". ¡Perdonen!, que "Zona Azul" ni "Zona Azul", "Impuesto por Aparcar" de toda la vida, aunque ahora veremos que ese impuesto va más allá.

Por si no anduviéramos suficientemente ahogados con los Impuestos Estatales y la subida real de los precios (aunque fuera por bajada del poder adquisitivo debido a otros motivos -recortes salariales, sanitarios, educativos), viene el Ayuntamiento por lo suyo.

Ya pagamos una buena cantidad a cuenta del automóvil con el Impuesto de Circulación, uno de los muchos que gravan al automóvil, pero este además lo pagamos todos los años. Realmente grava a un vehículo, por que con el pago de ese Impuesto adquiero el derecho a su uso para circular con él por mi ciudad. A primera vista parece que la "Zona Azul" (ya saben, el "Impuesto por Aparcar") grava los vehículos, pues limita el aparcamiento del mío. Y así es. Pero desde los ojos de quien vive en la zona afectada por ese azul municipal, la aplicación del impuesto adquiere una dimensión distinta. Resulta que la calle donde vivo y en la que siempre aparco sin mayores problemas la hacen zona azul. Así que ahora si quiero aparcar como siempre, he de pagar, o si no tomarme la molestia de dejar el automóvil dos o tres calles más lejos, si no más. No me afecta el impuesto por el uso de mi automóvil, sino por vivir en determinada zona. Oiga, ¿pero no existe ya el Impuesto sobre los Bienes Inmuebles (I.B.I.)?

Esto es lo que hace a la "Zona Azul" tan injusta, pues aplica un impuesto en una zona determinada de la población, en detrimento y con perjuicio respecto de otra zona, y además por un motivo que en realidad afecta a los vehículos, los cuales además tienen ya su propio impuesto (Impuesto de Circulación, como vimos).

Pero aquí, en este pueblo del sur, como en otros tantos lugares, sucede eso. No es lo más grave, ¡Gracias a Dios!, pero cuando pica acaba escociendo, y más si se trata del bolsillo. Los políticos alaban nuestro esfuerzo frente a la crisis, el que nos han obligado a hacer, pero no saben lo que es sufrirla, pues ellos la gestionan, es su trabajo, el pago del cual lleva implícito precisamente que no sepan lo que es sufrirla (¡no se van a aferrar a los cargos!).

Creo que se puede entender fácilmente que estemos ya muy cansados de tanto deseo administrativo. El Estado, Ministerios, Direcciones Generales, Asesorías, Gobierno Autonómico, Consejerías, más Asesorías, Ayuntamientos, Concejalías, Diputaciones..., y esto es sólo por encima. ¿No vamos a estar como estamos habiendo tantos organismos necesitando cobrar su propio impuesto? Son personas quienes dirigen y gestionan las instituciones, y son ellas las que han de darle un giro de comunión con el pueblo del que emanan sus poderes y facultades, aunque no se les ve muy por la labor.


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LO INCOMPRENSIBLE Y DIOS.
Entrada de Pólux (26/04/2014)



Uno de los argumentos que en muchas ocasiones hemos escuchado esgrimir a favor de la existencia de Dios es la maravillosa, compleja e inexplicable funcionalidad del cuerpo animal.

Pongamos por ejemplo el cuerpo humano. Un sistema circulatorio de sangre para repartir nutrientes por todo el cuerpo, con millones de ramificaciones microscópicas, sistema arterial, sistema venoso de retorno... Las proteínas que construyen nuestro cuerpos, tan variadas y funcionales. Millones de neuronas interconectadas por las microscópicas sinapsis, a su vez un mundo de modificaciones químicas y eléctricas para transmitir una señal, neurotransmisores que regulan esa señal, recaptación que regula los neurotransmisores, "sensores" químicos que regulan la recaptación, potenciales de activación que regulan los "sensores", moléculas químicas que regulan los potenciales de activación...La célula, con los orgánulos citoplasmáticos que la independizan, y el núcleo, verdadero corazón de la célula, con los cromosomas donde se encuentra el secreto de la vida, el ADN (ácido desoxirribonucléico), guardián del código genético, hoy descifrado pero no por ello totalmente comprendido, compuesto por la doble hélice de bases químicas entrelazadas por puentes de hidrógeno, sólo cuatro bases, las famosas Adenina, Citosina, Guanina y Timina. Tamaña complejidad con sólo cuatro bases, todo un logro de ingeniería del que nuestra mente no sería capaz hoy día. Los distintos órganos, hígado, riñones, corazón, pulmones, etc., y glándulas, trabajando al unísono de forma interconectada e interdependiente. Y podríamos ver uno por uno el funcionamiento interno y la autorregulación de cada órgano, de cada músculo, de cada poro de la piel, de cada célula, para descubrir el fascinante misterio de la vida. Es difícil ver en la evolución la única causa de tan completa ingeniería.

Comprendemos la tentación de encontrar en todo ello un argumento a favor de un Creador capaz de realizarlo, aunque entendemos que no es rigurosamente necesario. De lo incomprensible y misterioso sólo sabemos que nada sabemos. Vivimos y cohexistimos todos los días con multitud de cosas que nos son incomprensibles y misteriosas y no nos lo planteamos. El motivo o la causa por la que cuando nos acercamos a la puerta de unos grandes almacenes ésta se abre sóla al detectarnos, puede ser desconocida y misteriosa para muchas personas, pero conviven perfectamente a diario con ese misterio. Nos podrán ustedes a ello argüir que no saben la causa concreta pero saben que tiene una causa, justo nuestro argumento que hace innecesaria la idea de Dios: no sabemos la causa de la complejidad del cuerpo humano, pero debe haber una causa que, simplemente, nos es desconocida. A lo que también ustedes nos podrán decir que esa causa desconocida es Dios. O no. Una causa desconocida es lo desconocido, lo incomprensible, allá donde nuestra mente, al menos por ahora, no llega. Dios es algo concreto, una causa determinada con señas de identidad. Pero nosotros no vemos la relación entre la causa ignorada y desconocida y Dios. Para nosotros son dos cosas distintas y se puede vivir perfectamente aceptando cualquiera de las dos. Lo desconocido nos hace vivir aceptando límites que no comprendemos, Dios nos hace vivir aceptando también un límite, sólo que en vez de llamarlo incomprensión le llemamos Dios.

El siguiente paso sería discutir sobre esa falta de diferencia que argumentamos entre los desconocido y Dios, lo que nos llevaría a hablar de la definición de Dios, sus atributos (toda una teodicea) y analizarlo con nuestra corta mente racional. Sean las que sean nuestras conclusiones siempre nos podrían aducir que provienen de la propia limitación de la razón de la humana, incapaz de comprender totalmente a Dios.

Lo desconocido no se puede ni demostrar ni negar, de ahí la polémica que suscita hablar de lo desconocido, sólo caben teorías. Y para nosotros Dios entra dentro de la categoría de lo desconocido. Al menos no tenemos experiencia de él.


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PRESENTE Y REALISMO.
Por Pólux (20/04/2014).


Como parte de la entrada que hicimos Cástor y Pólux el 19 de septiembre de 2012 en este blog, "El presente, nexo con la realidad", escribimos lo siguiente:

“El ahora es la mayor y más poderosa arma que tenemos para actuar en el mundo, modificarlo y mejorarlo -y también empeorarlo-. Cada instante es único y juega a nuestro favor, pues constantemente nos da la posibilidad de mejorar y superar limitaciones. De hecho el presente es lo único que tenemos, pero es también todo lo que necesitamos, es el mayor don. Vivir a gusto es el mejor regalo que podemos hacernos, por eso es tan importante estar en paz con uno mismo. El futuro es ensueño, el pasado inútil recuerdo, y el presente nuestro único nexo con la realidad.”

El 31 de marzo de este año 2014 publicamos ese contenido en nuestra página de Facebook también llamada Obtentalia, y José Álvarez nos hizo el siguiente comentario: “Entonces, ¿Por qué se critica siempre a los que sólo viven el presente? Léase el cuento La cigarra y la hormiga.”

En el presente artículo intentaré contestar a José según mi forma de entender las cosas, que es la única que tengo.

El término “vivir el presente” puede usarse en muchos sentidos. Veamos dos, primero el de más uso tal vez, y segundo el que justifica nuestro uso del término.


Puede entenderse como forma de vida, en la que lejos de importarnos el futuro nos volcamos en el presente e intentamos disfrutarlo. Es el sentido al que hace alusión la fábula de La cigarra y la hormiga a la que se refiere José. Creemos que en el fondo es una postura que tiene mucho de tópico, pues la realidad es que son pocas, muy pocas, las personas que viven sin tener en cuenta su mañana, su jubilación, sus posibles necesidades futuras a medio y largo plazo. Tomando como ejemplo el aspecto económico, lo ideal sería encontrar un equilibrio entre no disfrutar nada por tal de ahorrar y asegurarnos el futuro y gastarlo todo en el presente para disfrutar todo lo posible. Lo primero nos imposibilita disfrutar de muchas cosas, lo segundo nos convierte en cigarras sin ninguna visión de futuro. En cualquier caso hay que tener cuidado con los tópicos, pues no por querer vivir el presente se “vive” más “intensamente”, cosa que a veces se da a entender, como si pensar en el futuro impidiera de alguna forma “vivir intensamente”.

El movimiento Hippie de los años sesenta, al menos en cierto sentido, sería un ejemplo de esa forma de vivir el presente despreocupándose del futuro.

 Pero el término “vivir el presente” puede usarse en otro sentido. Vivencialmente dividimos el tiempo en pasado, presente y futuro. Desde un punto de vista experiencial, filosófico y psicológico nuestra única relación con el mundo es el presente, que parece transcurrir en momentos únicos que se suceden de forma continua. La mirada al pasado puede condicionarnos negativamente al estar recordando constantemente lo que ya no es, o lo que queremos olvidar, y es pura contemplación sin posibilidad de actuación, por lo que sólo puede servirnos como experiencia adquirida. La mirada al futuro nos introduce en el mundo de lo que aún no es, en la expectativa, en la ilusión o en la desesperanza. En cualquier caso es también pura contemplación sin posibilidad de actuación, por lo que sólo puede servirnos como objetivo o meta, como ideal por el que luchar. La forma más realista de afrontar el mundo, y por tanto más positiva, es centrándonos en el presente. En realidad es la única forma de afrontar la realidad, pues sólo podemos actuar desde el presente. Pero esto se convierte en una poderosa arma. Por negativo que sea nuestro pasado siempre podremos actuar en el presente de forma que a eso negativo, ya inamovible, se añadan cosas positivas, y asimismo de forma que podamos alcanzar o evitar (según nuestro criterio) las perspectivas futuras. Pero por mucho que nos centremos en el pasado o en el futuro nuestra única vía para cambiar lo que queramos es actuando, y sólo puede actuarse en el presente. A esto es a lo nos referíamos Cástor y yo en la reflexión que comentó José Álvarez.

Veamos dos ejemplos, la obsesión y la falta de realismo (aunque por motivos diferentes ambos ejemplos responden a un modelo de falta de realismo). La obsesión es una idea fija que asalta pertinazmente nuestra mente, aparece en desacuerdo con nuestro pensamiento consciente y acaba imponiéndose a éste. Pero por irreal que sea la obsesión tiene una razón de ser. Sus causas pueden ser diversas, desde un trastorno de la personalidad a un hecho traumático sucedido en el pasado. Me interesa este último caso. El hecho traumático pasado es invariable, luego la única forma de luchar contra él y oponerle cierta resistencia a la idea obsesiva que produce es desde el presente, con el realismo que sólo el momento presente puede proporcionar, pues éste nos dice que la realidad no es lo pasado, sino lo que ahora está sucediendo.

La falta de realismo suele provenir de una visión distorsionada del futuro y derivar en una visión distorsionada del presente. Eso nos crea problemas a la hora de actuar y afrontar la vida, para los que la mejor solución es una buena dosis de realismo, de presente, pues nos hablará sobre las posibilidades reales de alcanzar esa idea futura distorsionada.

Para los dos ejemplos que he puesto la psicología es muy clara: realismo, realismo, realismo (aunque obviamente no es lo único). Y el realismo sólo puede conseguirse desde el presente, pues es lo único que en verdad tenemos, nuestro único nexo con la realidad.

Y nuestro amigo José Álvarez se preguntaba “¿Por qué se critica siempre a los que sólo viven el presente?”. Esa es cuestión bien distinta a la tratada. Quien esté de acuerdo criticará a los otros y viceversa. La mentalidad en nuestro país, de clara raíces cristianas, aún reconocibles, nunca ha suscrito la idea de vivir el presente por encima de todo lo demás, pues la transcendencia de lo divino imponía una visión y un objetivo más allá del puro presente, una vida más allá del presente que conocemos. Más bien fueron corrientes más liberales de influencia externa las que crearon cierta moda del “vive el presente”, que en realidad no aboga más que por aprovechar en lo posible la vida, lo que sucede es que, como todo, se simplifica y se radicaliza, y es esta versión más simplona la que fácilmente es criticable.

Nada creo que haya de mayo en vivir el presente lo más posible, pues en realidad no es incompatible con mantener ciertas perspectivas futuras, y en cualquier caso se trata de una postura personal. Pero no era de ese presente del que hablábamos en nuestra reflexión Cástor y Yo, sino, como he explicado, de nuestra relación con el mundo a través del presente, nuestro nexo con la realidad.

Sólo añadir que la idea pasado-presente-futuro me parece más una imagen de nuestra concepción y aprehensión del mundo que una realidad en sí misma, y no sé hasta qué punto la forma de analizar las cuestiones está influida y mediatizada por esa concepción de cuya realidad no estoy plenamente seguro.


Mi agradecimiento a José Álvarez por su comentario.




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UNA BIBLIOTECA DE MAGISTERIO ASTRONÓMICA.
Por Pólux (02/02/2014).


¡Cuántas sorpresas inesperadas nos depara la vida! Pequeñas cosas, en pequeños lugares, que para nosotros son grandes.

Una de mis aficiones más desarrolladas y que aún hoy mantengo, al menos en su aspecto teórico, es la Astronomía. No es la primera vez que en las páginas de Obtentalia me refiero a la Astronomía, la Astrofísica y la Cosmología, tres de las ramas que más me apasionan de las Ciencias del Espacio.


En los años ochenta estaba cursando estudios universitarios en Sevilla (nada o muy poco tenían que ver con la astronomía). La chiquilla que entonces me robaba los sueños, y aún hoy después de tantos años me los sigue robando, estaba cursando sus estudios en la Escuela Universitaria de Magisterio, en la Avenida Ciudad Jardín, donde aún hoy se encuentra. Mis sueños entonces estaban tan a flor de piel y eran tan intensos que los estudios se me antojaban una especie de distracción de las bondades amatorias de la chiquilla de mis sueños. Dicho con otras palabra, andaba más pendiente de la atracción femenina que de mi futuro y los estudios que los aseguraran. Bien o mal así sucedía.

Ella veía como aparecía cada vez con más frecuencia por su escuela. Llegó un momento que conocía mejor a sus compañeros de clase a los míos. Mentalmente fue una época convulsa, compleja, insegura…

Un día, para evitar que se molestara por mi continua presencia allí (que por otro lado le alagaba, me confesó más tarde), y tener que volverme a mi facultad, me fui a la biblioteca de Magisterio a ver que podía encontrar interesante allí mientras esperaba que ella acabase sus clases.

No se trata de que en mi facultad me aburriera, pero me solía ir temprano a Magisterio para evitar las tediosas primeras clases. Si conseguía estar hasta el medio día en mi facultad el plan estaba asegurado, cervezas, charlas… y para qué seguir, lo propio de esa época y esa edad. Pero volvamos al tema principal.

Llegué aquella fría mañana de otoño a la biblioteca de Magisterio y comencé a ojear las fichas de libros, algunas manuscritas y otras mecanografiadas. Había mucho sobre psicología (que también me interesaba) y de pedagogía. Las fichas estaban agrupadas por temas. Y cual no sería mi sorpresa cuando al final de los temas, como quien no quiere la cosa, empiezo a leer títulos de astronomía, libros sobre Cosmología, Agujeros Negros, Evolución estelar, el diagrama de Hertzsprung-Russell (comúnmente abreviado como diagrama H-R) y la secuencia principal, estrellas binarias y sistemas múltiples, el Big Bang y la evolución del Universo, cuásares, estrellas de neutrones, materia oscura, astropaleontología, química estelar, nebulosas planetarias, nubes interestelares y química aromática en su interior, ondas gravitatorias, cometas y un largo etcétera. ¡Todo un descubrimiento!, una oportunidad que se me brindaba…

Me saqué el carnet de la biblioteca y comencé a ir todos los días a leer un rato. Cada vez pedía un libro distinto para tantearlos y ver cuales eran mejores. Un día Arturo, el más joven de los bibliotecarios, con su bata azul, unas gafas de cristal ancho, me preguntó con cierto reparo si me gustaba la astronomía, pues había observado que todos los libros que pedía versaban sobre ese tema. Le hable de mi afición y mi pasión. Pero mi revelación no fue nada comparada con la que estaba apunto de hacerme Arturo. Me comentó su igualmente apasionado interés por la astronomía. Tras una breve charla ya nos tuteábamos. Mi pregunta no se dejó esperar más, ¿cómo es que tenéis esta colección de libros de astronomía?

Me relató que todos los meses tenían un presupuesto para libros, y que algunos meses las peticiones del profesorado no agotaban dicho presupuesto, por lo que los bibliotecarios solicitaban con lo que sobraba los libros que a ellos les gustaba. A pesar de ser una situación irregular, nunca habían tenido ningún problema. Y dado que llevaban bastante tiempo haciéndolo, de ahí la colección de astronomía y otros temas que tenían. Según me contó, cada bibliotecario tenía un tema favorito, y el de Arturo era la astronomía.

Aquello fue el inicio de una fructífera relación. A pesar de que quienes no cursábamos estudios de Magisterio no podíamos sacar los libros fuera de la biblioteca, Arturo me los dejaba sacar para fotocopiarlos o incluso para llevármelos a casa varios días.

Y en esa época, pues, además de aprender a abrirle mi corazón a la chiquilla de mis sueños, aprendí a abrirle mi razón a un conocimiento nuevo y profundo, que marcaría gran parte de mi interés futuro.

No sé cuántas horas pasé en aquella biblioteca de Magisterio estudiando agujeros negros, singularidades, horizontes de sucesos, ondas gravitatorias, la edad, el origen y la evolución del universo, pero sobre todo, el libro que más me impresionó de aquella biblioteca fue uno del que no recuerdo el título, pero que trataba del nacimiento, evolución y muerte de las estrellas. Las nociones básicas que tenía sobre ese tema fueron fundamentales para poder profundizar con la lectura de aquel libro, que a pesar de ser muy técnico y riguroso, tenía el don de saber explicar con facilidad conceptos nuevos y diferentes para mí. Aún hoy recuerdo perfectamente las fases de la muerte de una estrella tal como me lo explicó aquel libro, hoy un poco obsoleto pero válido en sus nociones fundamentales.


Acabados los estudios no volví por allí, y dejé de ver a Arturo. Lo que quedó de todo aquello fue el conocimiento que adquirí donde jamás pensé que pudiera hacerlo y, por supuesto…la chiquilla de mis sueños, dos joyas que aún conservo.




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“EL PUEBLO Y LOS POLÍTICOS”
Por Pólux (15-12-2012)


Son muchas las ocasiones en las que he escuchado algún comentario peyorativo sobre la clase política, acusando a los políticos de quedarse con el dinero público, de corruptos, “chorizos”, estafadores…, como si la clase política estuviese por ello alejada del pueblo, no fuera representativa de éste. Y mientras, alguien se golpea el pecho por su propio honor, como si por decirlo fuera suficiente para ser creíble, clamando justicia por la actuación de esos políticos que no nos merecemos. Finalmente tenemos la percepción de que la clase política es corrupta.



Puede haber una clase corrupta, y de hecho en muchos países la ha habido y la hay, especialmente en los sistemas totalitarios o en los muy personalistas, donde el control sobre los políticos es menos efectivo, pues suelen ejercerlo sólo ellos.

Siempre he estado convencido, y de hecho ya me parece una obviedad, que en el caso de España, y de la mayoría de los países, la clase política no responde al estereotipo de la corrupción, sino al reflejo de la sociedad que nutre esa clase política. No quiero con ello decir que no haya corrupción, pues es evidente que la hay desde el momento en que se abusa a favor de intereses particulares de un cargo público. Lo que quiero decir es que esa corrupción creo que no está institucionalizada, sino que responde a la forma de ser de un pueblo.

Hay muchos principios que operan en la vida y que solemos aprender por la experiencia, por tanto no a edad temprana, y es una lástima porque suele ser muy útil tenerlos presentes y aplicarlos. Veamos uno que vienen al caso: “quien es capaz de lo menos es capaz de lo más”.

Vamos a ver antes un ejemplo de la aplicación de ese principio en sentido negativo. Cuando yo tenía ocho o nueve años aproximadamente, estando en un colegio religioso, un cura nos preguntaba a una clase entera si seríamos capaces de morir por Dios. Rápidamente todos respondimos que sí, por supuesto. Entonces el cura nos dijo algo así como lo siguiente: “Si pecáis constantemente, si sois incapaces de hacer un pequeño sacrificio por Dios como estar en silencio en misa cuando se os pide, no pelearos entre vosotros o no desobedecer a vuestros padres, ¿cómo vais a ser capaces de hacer un sacrificio tan grande como el de dar vuestra vida por Dios?” Aquello nos dejaba pensativos, y yo, no queriendo dar mi brazo a torcer, pensaba para mis adentros que ese cura no entendía que frente a lo pequeño claudicáramos precisamente por ser pequeño y no tener importancia, pero que frente a lo importante nos pudiésemos mantener firmes precisamente por ser importante. Pura inocencia la de ese pensamiento mío. La experiencia demuestra que el cura tenía razón, pues, por norma general, quien no es capaz de lo menos no es capaz de lo más, que es la versión en negativo del principio antes enunciado.

Pero vamos a ver un caso más directo. Ayer mismo estaba aparcando en un centro comercial cuando llegaron dos hombres en su coche y aparcaron en la única plaza reservada para minusválidos, justo al lado de la puerta de acceso. Ninguno era minusválido, pero se ve que ni tenían muchas ganas de andar ni ningún respeto por quien hubiera podido necesitar de verdad esa plaza y por todos los que aparcábamos respetándola. Sí, un pequeños gesto, pero muy revelador. ¿Cuántos engañan a Hacienda para pagar menos?, casi todos los que podemos. ¿Cuántos engañan sobre su trabajo para cobrar el paro, o para coger una baja innecesaria?, casi todos lo que podemos. ¿Cuántos han sisado algún euro a su empresa de una caja olvidada o en el recibo de una comida de empresa?, casi todos los que podemos. Y digo “casi” porque quiero creer que hay personas, aunque sean muy pocas, que no se prestan a esos chanchullos “sin importancia”. Pero si todo un pueblo está acostumbrado a hacer estas cosas, ¿por qué no va a seguir haciéndolo cuando en vez de estar en su puesto de trabajo esté en un cargo público?, ¿acaso pensamos inocentemente que el cargo cambia a las personas? No, el cargo no dignifica a las personas, son las personas las que han de dignificar el cargo.

Volvemos a decir “quien es capaz de lo menos es capaz de lo más”. Nuestro pueblo está habituado al engaño y la picaresca, y hará uso de ello en su vida personal, en su vida laboral y en su vida pública si la tiene, sólo que a nivel particular le estafaremos a hacienda 100 euros y en un cargo público estaremos ante la posibilidad de estafar 1.000.000 de euros. ¿Quiénes son los políticos si no las personas del pueblo que acceden a esos cargos? Los políticos son el reflejo del pueblo, como lo son otras clases trabajadoras. No vamos por ejemplo a invalidar a la clase docente porque uno, dos o diez profesores realicen malas prácticas.

El problema no son las personas, sino los controles efectivos para que todo ello no suceda, y a seo se ve que no están dispuesto los políticos, pues es ir contra ellos mismos, pero ése es otro problema.

Cuando seamos íntegros en nuestra vida personal, seremos íntegros en la vida pública, pero para ello algo debe cambiar en la educación de este pueblo y en su capacidad para respetar a los demás.

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"VIAJAR EN EL TIEMPO"
Por Pólux (15/09/2013).



Viajar en el tiempo es un recurso ya clásico de la ciencia ficción, única “disciplina” que podía permitirse elucubrar sobre ello hasta hace no mucho, principios del siglo XX, cuando la revolución conceptual de la mecánica clásica newtoniana que supuso la nueva teoría de la relatividad de Einstein, iluminó nuestras mentes con una realidad que había permanecido ahí, incomprensiblemente imperceptible. Pero así son los descubrimientos científicos.

Personalmente creo que las dos teorías más fantásticas y acertadas creadas por el hombre han sido la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad, de infinitas aplicaciones en la actualidad, desde las puertas que se abren automáticamente cuando vamos a entrar en un comercio o pruebas diagnósticas médicas (tomografía axial computerizada –TAC-), hasta los satélites artificiales (sistema de posicionamiento global –GPS-) o el teléfono móvil.

La mecánica cuántica es uno de los artificios cumbre de la razón humana, de lo más alejado a la intuición y a la experiencia diaria que pueda imaginarse, pero de una elegancia experimental incontestable.

La Teoría de la relatividad sorprende por la fácil comprensión del punto de partida y de los razonamientos que la sostienen. El propio Einstein la explica en un librito comprensible para cualquiera con unos conocimientos básicos de física. Y fue esta teoría de Einstein la que posibilitó comprender cómo podrían hacerse viajes en el tiempo, más como realidad que como ciencia ficción, aunque con las limitaciones de la tecnología actual.

La posibilidad de viajar en el tiempo viene dada por el carácter relativo del espacio, que ya no se entiende como algo absoluto (Newton –mecánica clásica-), sino como una variable más que se ve afectada por la masa y por la velocidad.

En la realidad el viaje en el tiempo es posible pero con ciertas limitaciones. No es lo mismo viajar hacia el pasado que hacia el futuro. El viaje al pasado impone restricciones que no impone el viaje al futuro, y esas restricciones se manifiestan como paradojas, que ya la literatura y el cine de ciencia ficción se han encargado de popularizar. La paradoja invalida aquello que se pretende demostrar al introducir contradicciones en principio insalvables, por eso las paradojas que aparecen al explicar el viaje al pasado invalidan éste.

La paradoja que se evidencia en el viaje al pasado es la conocida popularmente como paradoja del abuelo. Viene a decir que un pasajero que viajase al pasado y matase a su abuelo, acabaría con él mismo ya que el propio viajero no nacería nunca y, por tanto, acabaría con la posibilidad misma de ese viaje al pasado. Sin embargo para realizar eso ha tenido que hacer el viaje al pasado, viaje que, hemos visto, es imposible. Esta paradoja puede complicarse lo que se quiera y puede matizarse en múltiples maneras (un pequeño viaje al presente de Internet os dará más información). Uno puede encontrarse a sí mismo en el pasado. Pero la misma persona no puede existir dos veces a la vez en un mismo momento del tiempo, se lleguen a encontrar o no. Eso contradice la experiencia, la razón, la lógica y la intuición, pero sobre todo contradice la misma realidad (téngase en cuenta que la mecánica cuántica, salvo la realidad experimentalmente contrastada, también contradice la experiencia, la razón, la lógica y la intuición, y a veces se busca en ella una salida a estas paradojas).

Otra formulación de la paradoja sería que cualquier cambio introducido en el pasado cambiaría el futuro de ese instante, por lo que cualquier momento en el tiempo sería cambiante y no estable, lo que es contrario a nuestra experiencia. Podría aducirse que es posible que sucediera, pero que simplemente aún no lo ha hecho, a lo que podría responderse que una vez iniciados los cambios en el pasado cada instante del futuro de ese pasado sería susceptible de ser cambiado, con lo que el tiempo, pasado y futuro, dejaría de tener sentido, y no sólo eso, sino que cambios drásticos introducidos por el paso del tiempo, la evolución, una guerra o un hecho catastrófico desaparecerían (¿?) de la noche a la mañana y serían sustituidos por otros. No sabemos en realidad cómo sucederían estas cosas de ser posibles, pero resultan totalmente paradójicas.

Todo ello hace pensar que el viaje al pasado está restringido por la naturaleza. Aunque no sepamos bien por qué, el concepto de tiempo sólo tiene sentido si va parejo al concepto de pasado y de futuro (un pasado cambiante es un concepto distinto que difícilmente sostiene el concepto de futuro). Si bien el tiempo ha de entenderse como no absoluto en cuanto a su forma de transcurrir (Teoría de la Relatividad), parece que el tiempo ya transcurrido (pasado) no puede alterarse sin alterar el mismo concepto del tiempo (carácter absoluto e inamovible del pasado).

A parte de extrañas teorías de mundos paralelos y otras por el estilo, no se conoce manera física de viajar al pasado, y de poder viajar a él se nos plantean las paradojas del tipo antes expresado, que no son coherentes con la realidad que vivimos, y que vienen impuestas por el carácter estático e inamovible del pasado (aunque quién sabe, tal vez mañana se encuentre la forma de modificar el presente actuando sobre el pasado de forma que hoy desconocemos, no será nuestro espíritu científico el que se vuelva cerrado).

Viajar al futuro ya es otra cosa, y viene posibilitado por el carácter abierto e indefinido del futuro (indeterminación). Si de alguna manera voy al futuro no puedo encontrarme conmigo mismo, pues yo viajo de forma paralela al discurrir del tiempo, es decir, si me meto en una “máquina del tiempo”, no estoy en el tiempo que transcurre “normalmente”, y no me duplico, no puedo encontrarme conmigo mismo, ni con mi abuelo. En todo caso puedo encontrarme con situaciones cuya modificación en nada afectará al presente del que parto.

Sabemos, tal como postuló Einstein, que el tiempo no es absoluto (al menos en su forma de transcurrir), y que, al igual que el espacio, se ve influido por fuerzas gravitatorias intensas y por velocidades cercanas a las de la luz, de forma que se ralentiza tanto en las cercanías de objetos muy masivos como a velocidades cercanas a la de la luz.

Pongamos como ejemplo que nos montamos en una nave espacial capaz de alcanzar casi la velocidad de la luz en un espacio de tiempo corto (hoy día no existe nada que se le parezca). Salimos de La Tierra, en pocos días alcanzamos la velocidad cercana a la de la luz y la mantenemos durante una semana describiendo una enorme órbita alrededor de La Tierra. Luego deceleramos en un par de días y acabamos volviendo a La Tierra. Mientras más cerca haya sido nuestra velocidad a la de la luz, más se habrá ralentizado el tiempo en nuestra nave. Digamos que nos hemos acercado lo suficiente a la velocidad de la luz como para que el paso del tiempo se redujese en un 98 % respecto al paso del tiempo en La Tierra, lo que significa que mientras para nosotros ha pasado una semana, en La Tierra han pasado cuarenta y nueve semanas, poco menos de un año.

Este efecto ha sido comprobado experimentalmente en los satélites que orbitan La Tierra, sólo que las cantidades en que se desvía el tiempo son ínfimas, debido a que la velocidad que alcanzan, aún pareciéndonos importantes, son una muy pequeña fracción de la velocidad de la luz, y sin embargo son lo suficientemente importantes como para tenerlas en cuenta en los cálculos del sistema de satélites que forman el Sistema de Posicionamiento Global (GPS), antes aludido, que hoy forma parte de nuestra vida cotidiana a través de los teléfonos móviles.

Por tanto el futuro no impone las restricciones al viaje en el tiempo, ni aparecen las paradojas propias del viaje al pasado.

Pero cabría pensar que todas las consideraciones hechas son consecuencia de nuestro concepto absoluto del tiempo, que por tanto estamos mediatizando todas las consecuencias y paradojas referidas por esa concepción, y que tal vez se trate de un planteamiento erróneo de las consecuencias de un concepto distinto del tiempo. Tal vez lo que sea diferente, verdaderamente diferente, no podemos ni imaginarlo, y menos aún sacar conclusiones o consecuencias de ello.


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EL SISTEMA Y LA LIBERTAD.
Por Pólux (04-08-2013).


¿Qué nos falta para vivir de verdad en libertad? En España gozamos de una democracia y un estado aconfesional, donde la constitución "garantiza" la igualdad y la libertad de pensamiento. 

Hace algunos años, antes de la democracia, España era un estado confesional, donde declararse comunista, ateo u homosexual era sinónimo de "destierro" social. Hoy día me alegro de que no sea así, aunque aún quedan rescoldos de una mentalidad que cree en una "normalidad" que no acepta la adopción de un hijo por una pareja gay, o que piensa que un ateo es una persona sin principios capaz de cualquier cosa, o que cree que el bien y el mal son patrimonio de personas "de orden" o de la religión que ellos profesan.

Las mentalidades suelen ser más fuertes que los sistemas políticos, sociales o religiosos, aunque con el tiempo acaban en muchos casos sometidas a éstos. Pero los tiempos cambian, y lo que en una época era un principio aceptado para la convivencia -represivo o no- en otra deja de tener sentido. ¿Qué queda de la represión que en otras épocas -alguna no muy lejana- ejerció la religión en España? ¿Para qué sirvió? ¿En qué quedó la represión política y el sufrimiento que se produjo tras la cruenta guerra civil de nuestro país?

Ahora parece que gozamos de más libertad, ¿es real o un espejismos? Hoy los mecanismos de represión son más sutiles, pues serían desechados si se evidenciaran. Nuestra libertad es en realidad la que nos permiten los estrechos engranajes de los que formamos parte en esta sociedad de consumo. Nuestra sociedad es ante todo manipuladora e influyente, y todo lo somete a esos "principios", incluida la libertad.

El último rescoldo de verdadera libertad que nos queda es la libertad individual, siempre que sepamos gestionarla y no sucumbamos a los deseos inducidos de la manipulación publicitaria, que es el arma más poderosa que en libertad usa la política y todo sistema globalizante. El poder no suele ir de la mano de la libertad, por ello desconfiamos intuitivamente de todo sistema que ejerza cualquier forma de poder: gestores de grandes empresas, directores de grandes periódicos que nos quieren hacer creer que sus intereses son los nuestros, cualquiera con poder que diga ejercerlo en nuestro nombre.

Pero alguien tiene que dirigir un país ... Uno de los problemas de la globalización es la de dar un ingente poder a instituciones y personas cada vez más alejadas del pueblo, de las individualidades. ¿No nos sentimos ya ignorados cuando escuchamos a un gestor o un político hablar de cifras "macroeconómicas"? Ese es el problema, que nosotros tratamos con economías individuales, nuestras economías, que no tienen un traslado real a las cifras de economía global que manejan aquéllos que nos dirigen. Pero éste es un problema insalvable, estructural. Seguro que tampoco nos gustaría retroceder unos siglos y volver a una economía individual que no permita el progreso y las comodidades de las que disfrutamos hoy (el llamado estado de bienestar).

Por eso, finalmente, agachamos la cabeza y seguimos hacia adelante pensando que éste es el menos malo de los sistemas. Ya se encarga él de no ahogarnos y dejarnos algo de libertad individual para poder mantenerse él mismo. El sistema está si nosotros estamos. Y en ese acuerdo tácito estamos, queriendo y temiendo, aguantando pero subsistiendo. Nos manipulan sutilmente para que parezca otra cosa. Y es que al final el bienestar lo valoramos por encima de la libertad, al menos no encuentro mejor explicación para entender cómo este sistema social y político se mantiene a pesar de los baches y crisis que sistemáticamente le asaltan.

Creo que solemos engañarnos cuando tomamos distancia con el sistema y lo declaramos algo ajeno que nos “invade”. El sistema somos nosotros, es un reflejo de nosotros mismos, por eso no queremos reconocernos en él, porque no nos gusta ver nuestros propios defectos. Los problemas sociales de la libertad son en el fondo los mismos que los de la libertad individual (aunque no se planteen de forma idéntica). Porque también ésta hay que saber gestionarla frente a quienes tenemos a nuestro lado. Si somos honestos hemos de saber que no podemos exigirle al sistema más de lo que nos exijamos a nosotros mismos.

El sistema habla de generalidad, nosotros de la particularidad, y eso es lo que hace irreconciliables los puntos de vista de uno y otros. Pero entendido el problema y aceptada la irresoluble discusión, no podemos olvidar que es normal sentirse antes individualidad que colectividad, aunque una categoría lleve a la otra, y seguramente por eso seguimos valorando nuestra libertad individual por encima de todo.

Cada cual elije en lo que creer (en principio). En eso consiste la libertad individual. Querer elegir por los demás es ejercer el poder. Inconscientemente queremos que los demás piensen como nosotros, pues creemos que poseemos la verdad, aunque sea de forma inocente. Si creo en algo y estoy convencido de ello llegaré a pensar que quien no lo crea así está equivocado. Ése es el germen de la represión. Hemos de ser más flexibles en nuestros pensamientos.


Personalmente me alegro de vivir en un lugar donde nadie está obligado a pensar de forma determinada, donde puedo ir vestido como quiera, donde ninguna religión me marque por no adoptar determinada ortodoxia, donde puedo expresar lo que quiera o donde puedo ir donde quiera, a pesar de las limitaciones del sistema que todo eso ampara, principalmente la de quedar fuera de esos beneficios si pierdes cierto status y la indefensión producida cuando quedas atrapados en sus desengrasados engranajes.

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"CREATIVIDAD Y CONCIENCIA ALTERADA"
Por Pólux (06-07-2013)



El arte es consecuencia de la capacidad de representación simbólica de nuestro cerebro humano. La capacidad para crear está directamente relacionada con esa capacidad de representación

Es curioso observar como una mayor creatividad está secundada por una mayor capacidad de representación simbólica, pero ¿en qué condiciones se da un aumento de ésta?

En cierto sentido la representación simbólica es un estado alterado respecto de las capacidades de los demás cerebros animales. La alteración produce algo distinto, eso sí, con un sentido simbólico, y esa es la esencia de la creación y por ende del arte. Una de las primeras manifestaciones de este simbolismo fueron las pinturas rupestres, lo que no en vano se ha dado en llamar arte rupestre. La esencia del arte actual es la misma.

Volvamos ahora a nuestra pregunta, ¿en qué condiciones se da un aumento de la representación simbólica? Básicamente con un aumento del estado alterado que la conciencia. Una emoción profunda, especialmente de tristeza, puede producir esa alteración. Los momentos de mayor creación de muchos reconocidos artistas coinciden con épocas en sus vidas de fuertes convulsiones emocionales. Una enfermedad mental puede causar el mismo efecto. Se ha especulado mucho al respecto, por ejemplo con el pintor Vicent van Gogh. No queremos decir con ello que su pintura sea consecuencia de una enfermedad, sino que un estado alterado en determinado momento pudo influir en su capacidad simbólica, lo que popularmente llamamos inspiración. Después, su capacidad para plasmarlo como arte necesita, como no, de un control voluntario de la técnica para hacer lo que quieres hacer.

Más modernamente se ha hablado de la combinación creativa entre el talento y las drogas, que no dejan de ser una forma más de conseguir un estado alterado de la conciencia. Y creo que de hecho ha dado sus frutos. Este caso lo observamos, tal vez de forma más evidente, en el campo de la música, seguramente por su influencia mediática. Todos conocemos multitud de ejemplos de músicos que se han puesto hasta arriba de drogas, incluido el alcohol, para interpretar su música. La interpretación no deja de ser una forma de creación. Las drogas, sin duda, permiten conseguir un estado alterado de la conciencia que facilita la creatividad. 

Pero, ¿por qué un estad alterado produce más creatividad? Ya se ha contestado a esta pregunta. Porque al alteración produce algo distinto, una expresión simbólica más radical y más alejada de la realidad. De entre todo el contenido que produce la alteración, el artista sabe recoger aquéllo a lo que sacarle provecho, aquéllo que poder utilizar en su obra y que de otra forma posiblemente no se le habría ocurrido.

Pero hemos de dejar claro que el estado alterado es sólo un potenciador de lo que ya debe haber. Un artista no se hace porque se drogue, aunque haciéndolo puede ser más fructífero en algunos casos.

Una fuerte emoción, una enfermedad mental, las drogas, un carácter extraño ..., todos producen el mismo efecto en la capacidad creativa, el de alterar el estado de conciencia  y producir relaciones simbólicas "extras", de las que el artista sabe sacar partido.

Cuando hablo de artista lo hago en sentido amplio, pues la creatividad es patrimonio de todos

La obra de arte, una vez creada, es independiente del artista, de su método y de su estado para crearla. Pertenece ya a todo aquél capaz de apreciarla. No deja de ser, pues, un prejuicio valorar una obra de arte por las simpatías que nos despierte o no su creador, o por la metodología usada para la creación.

En cualquier caso debe quedar claro que la alteración voluntaria del estado de ánimo o del estado de conciencia no es más que un recurso de quien quiere, o necesita, ir un poco más allá, pero no hace una obra más auténtica ni le añade ningún valor más que el que intrínsecamente la define.

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“ÓRDENES DEMASIADO LITERALES”
Por Pólux (29-06-2012)

Suele decirse que la realidad supera la ficción. Y es que hay sucedidos que por más exagerados que parezcan son reales.

Voy a contar cuatro sucedidos de ese menester, que no es que estén basados en hechos reales, es que son hechos muy reales, lo que puedo asegurar porque estaba presente en todos ellos.

Creo que la razón por la que sucedieron es simple. El lenguaje está lleno de matices, ambigüedades y giros creados cuyo significado no es la literalidad de sus palabras. Sucede más claramente en el argot de alguna profesión o actividad, donde hay palabras que no tienen su significado habitual. El desconocimiento del argot, o no captar en un momento dado el matiz con el que se expresa algo unido al desconocimiento sobre eso que se expresa, hace que interpretemos algunas palabras en su literalidad cuando lo que quieren decir es algo distinto.

Vamos a ver ahora esos cuatro casos en los que se da esa interpretación férrea del lenguaje (y algo de desconocimiento sobre lo que se está haciendo).


CASO 1. Orden directa: "¡Vete corriendo!".

Este caso sucedió hace ya bastantes años, y se contó en una introducción de Obtentalia, por lo que voy a reproducirlo ahora aquí tal como se hizo en esa introducción.

"Recuerdo aquella mañana soleada de verano en la costa onubense. Habíamos salido a dar un largo paseo en bicicleta. Nos dirigimos a una zona sombreada de pinos y eucaliptos, que en invierno se convertía en un humedal cuando la lluvia arreciaba.

No era la primera vez que íbamos por allí. Recuerdo lo que de lejos parecían unas cajas de color claro. En realidad eran panales, y sabíamos que estaban allí, pero siempre pasábamos sigilosamente a una distancia prudencial. A veces se escuchaba el zumbido combinado de las miles de abejas que debía haber.

Esa mañana vi un hombre entre las cajas, ataviado con esa extraña vestimenta que les protege de las picaduras. Pasamos sin problemas, pero a la vuelta la situación varió. Habíamos pasado ya la altura de las cajas cuando de pronto sentí un fuerte picotazo. Ella, que venía detrás mía, me dijo al momento que algo le había picado. En un momento nos vimos rodeados de abejas.

Lo mejor era salir de allí cuanto antes, y aumentar la marcha de las bicicletas era lo mejor. Así que mientras empujaba con fuerza los pedales y sentía un nuevo picotazo en la espalda le dije a ella: "corre, corre, sal corriendo". En ese momento miré hacia atrás sin dar crédito a lo que veía. Ella, interpretando mis palabras en toda su literalidad, se había bajado de la bicicleta, la había dejado tirada en el camino y venía corriendo hacia mí rodeada de abejas.

Le grité que corriera pero con la bicicleta. Se volvió, se montó y empezó a pedalear hacia mí.

Finalmente nos volvimos a casa sin más ganas de paseo, yo con tres o cuatro picotazos y ella con cinco o seis, si no más. A veces pienso que pocos picotazos fueron para las abejas que había.

Luego me explicaba que era tal la confianza y la seguridad que tenía en mí, que a pesar de las abejas, al escuchar que le dije que saliera corriendo ella lo hizo. Y es que hasta unos picotazos de abeja pueden convertirse en un halago, aunque por otro lado me sentí responsable de su decisión de bajarse de la bicicleta."


CASO 2. Orden directa: "Ponme un huevo bien frito".

Este caso le sucedió a un amigo muy cercano, siendo aún muy jóvenes, bueno, y a mí también, que fui quien tuvo que comerse el huevo frito.

Yo apenas tenía experiencia en la cocina, pero como veréis ahora mi amigo tenía menos aún, aunque lo suplía con su atrevimiento, o mejor dicho con su desconocimiento. Nos habíamos quedado solos en mi casa un fin de semana. Mis padres no querían dejarnos pues, entre otras cosas (creo que no se fiaban mucho de nosotros, cosa normal por otro lado), no había comida preparada y decían que no sabíamos hacer nada. Les convencimos de que una tortilla o un huevo frito lo hacía cualquiera y que con eso tendríamos bastante para el fin de semana (nos hubiésemos quedado sin comer por tal de estar solos ese fin de semana).

Y llegó la hora de comer. Mi amigo dijo que él haría un huevo frito. No sé cómo conseguimos abrir la cáscara sin romper la yema, toda una proeza más debida a la suerte que a la maña. Pero al menos le dio confianza a mi amigo. Le dije que yo lo quería bien frito. Mi amigo comenzó a freírlo con el aceite tan frío que aquello no reaccionaba. Entonces abrió al máximo el fuego del quemador. Al poco cogió temperatura y se asustó cuando vio como saltaba el aceite y le salían pompas a la clara por todos lados. Pero en vez de bajar un poco el fuego (pura lógica), ni corto ni perezoso cogió la espumadera, se la metió por debajo al huevo y le dio la vuelta con muchísima dificultad. Yo empecé a reírme, pues aunque nunca había frito un huevo sí había visto hacerlo (se ve que él no). Justificándose me dijo: "¿no lo querías muy hecho?".

Pero el mérito fue mío, por comerme aquella cosa refrita. Aquel huevo frito no tenía parte de arriba ni parte de abajo, ni se distinguía la yema de la clara. Finalmente hay que reconocer que freírlo, lo frió.


CASO 3. Orden directa: "Cuando acabes de limpiar el suelo dale a la mesa".

En esta ocasión fui yo el pardillo. Tendría 11 ó 12 años, y unos tíos me habían llevado, junto con un hermano, a un "bungalow" que tenían junto a la playa, con piscina y césped, todo un deleite para dos niños ávidos de diversión. Por la mañana, después de pasar la primera noche, mi tía nos puso a limpiar, "tenéis que ayudar", nos decía. Aunque no nos hacía gracia no nos podíamos negar, era el precio que había que pagar por aquel fin de semana de diversión.

A mi hermano le puso a quitar el polvo con un trapo, y a mí a limpiar el suelo con un cepillo de barrer. Me dio las siguientes instrucciones: "Cuando acabes de limpiar el suelo dale a la mesa". Mi hermano y yo queríamos agradar a nuestros tíos, así que, a pesar de no gustarnos empezamos a limpiar intentando hacerlo lo mejor posible. Yo me esmeré mucho, por eso no entendí el enfado de mi tía y los gritos que me dirigió: "pero, ¿qué haces?, ¿cómo se te ocurre?, valiente guarrería". Hice lo que me dijo, después de darle al suelo le di a la brillante y pulcra mesa del salón, donde comíamos, con el cepillo de barrer el suelo. ¿Acaso no hice lo que me dijo?

Mi falta de experiencia en la limpieza del hogar sólo estaba a la altura del conocimiento de mi amigo friendo un huevo. Así nos pasó lo que nos pasó.


CASO 4. Orden directa: "Trae un poco de hierbabuena de la que hay plantada abajo para echársela a la sopa".

Este último caso sucedió apenas hace unos meses. Estaba en casa de unos amigos, que tienen un hijo que por cierto no es ningún niño, y lo digo para que no se achaque su desconocimiento a su inexperiencia.

Íbamos a almorzar una sopa calentita a la que le pegaba mucho unas hojitas de hierbabuena. Ya sentamos en la mesa se advirtió que no había yerbabuena, y entonces esa amiga le dijo a su hijo que fuera al jardín, donde tenía plantada esa hierva aromática, y trajera un poco para echársela a la sopa. Sin muchas ganas el hijo fue. Al poco volvió, y diciendo “aquí está”, dejó sobre la mesa dos o tres plantas completas arrancadas de cuajo, con sus raíces llenas de tierra oscura. Sólo le faltó haberlas echado, con raíces, tierra y todo, en la sopa.

Era evidente que no sabía que con arrancar unas hojas a la planta era más que suficiente. Hubo que explicárselo.

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"LA PALABRA GENTE"
Por Pólux (27/04/2013)


Hay una palabra, simple sencilla, de sólo cinco letras, cuyo significado todos conocemos, que siempre me ha llamado mucho la atención, y no por su significado, sino por su uso. Esa palabra es "GENTE".

Empecemos por ver los significados que le atribuye a esa palabra el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española (RAE).

GENTE.
(Del lat. gens, gentis).
1. f. Pluralidad de personas.
2. f. Con respecto a quien manda, conjunto de quienes dependen de él.
3. f. Cada una de las clases que pueden distinguirse en la sociedad. Gente del pueblo. Gente rica o de dinero.
4. f. coloq. familia ( grupo de personas que viven juntas). ¿Cómo está tu gente?
5. f. Am. persona ( individuo).
6. f. Am. Persona decente. Ser gente. Creerse gente. Hacerse gente.
7. f. desus. pueblo ( conjunto de personas de un lugar).
8. f. pl. desus. Entre los judíos, gentiles.
  
Gente: pluralidad de personas
Como puede apreciarse, todos los significados hacen alusión o a un conjunto de personas (1, 2, 3, 4, 7 y 8) o, particularmente, a una persona (5 y 6). Vamos a referirnos al significado más común como conjunto de personas. Podríamos, pues, aunar los distintos significados en lo que tienen de común, es decir, la referencia a un conjunto de personas, como pluralidad general (1) o como pluralidad sectorial (2, 3, 4, 7 y 8). La definición 1 es la más general y, dado ese carácter, contiene a las demás.

¿Y por qué me llama la atención esa palabra tan normal? Porque según yo lo entiendo tiene un uso real que no está recogido en las distintas acepciones mencionadas. Es un uso más bien derivado del carácter psicológico con el que en muchos casos se usa. Veamos tres ejemplos.

1- En una conversación varias personas hablan sobre un caso mediático que ha saltado a los periódicos, por ejemplo, el atropello de varias personas por un conductor a quien conocen directamente porque son amigos suyos. En la prensa ha salido la noticia y las personas en la calle hablan de cosas distintas, de que el conductor iba borracho, de que se le estropeó la dirección del automóvil, de que tuvo un desmayo momentáneo, etc. Uno de los que están en la conversación dice: "es que la gente habla sin saber".

2- Dos amigos hablando se quejan de que en las oficinas donde trabajan, sus compañeros se burlan de quien consideran más incapacitado, y les llaman tontos, torpes, inútiles … Un amigo le dice al otro: "la gente no tiene consideración con los demás".

3- Unos amigos hablan de la crisis y de que este año se quedarán sin ir a ningún lugar de vacaciones, pero hacen la observación de que conocen a personas que, a pesar de la merma económica, se irán por ahí de vacaciones aunque eso les suponga sacrificarse en otras cosas más importantes. Uno de los amigos comenta: “la gente prefiere gastar lo que no tiene a quedarse sin vacaciones”.

¿Qué tiene en común el uso de la palabra gente en estos tres ejemplos? En principio parece que se refieren al conjunto de las personas, conforme a la acepción 1 que antes vimos. Pero hay algo más. El uso de la palabra gente en esos ejemplos tiene un uso restrictivo o excluyente, pues gente no se refieren a toda la gente, sino a todos los demás menos yo. En el ejemplo 1, con la frase “es que la gente habla sin saber”, lo que en realidad quiere decirse es “los demás no saben de lo que hablan, pero yo sí”. En el ejemplo 2, con la frase "la gente no tiene consideración con los demás", lo que en realidad quiere decirse es “yo tengo consideración con los menos favorecidos y los demás no”. Y en el ejemplo 3, con la frase “la gente prefiere gastar lo que no tiene a quedarse sin vacaciones”, lo que en realidad quiere decirse es “yo hago bien quedándome sin ir al ningún sitio y los demás hacen mal haciendo lo contrario”.

Todos menos yo
Éste es el uso excluyente, tan frecuente y que no se recoge en las acepciones antes referidas: gente se refiere a todos los demás menos yo. Es una forma de hablar que afirma mi correcta forma de proceder frente a los que no tienen esa forma de proceder correcta, pero para ello usamos un término que abarca a todos los demás (lo cual no suele ser cierto, pues habrá más personas que actúen o piensen igual). En realidad se trata de un uso incorrecto de esa palabra, o más bien un uso figurado para recalcar que yo soy quien no se equivoca. En su lugar podríamos decir, “yo creo que …”, “a mí me parece que …”, “soy de la opinión de que …”, “conozco el tema y puedo afirmar que …”. Eso sería más realista y marcaría mi posición individual, pero psicológicamente es más fuerte no sólo marcar mi posición individual, sino hacerlo frente a todos los demás. Es usar una exageración para expresar mi opinión, es decir, es referir que yo tengo razón diciendo que todos los demás están equivocados.

Esta acepción va acorde con cierta necesidad psicológica muy común, que denota inseguridad frente a los demás, la del reconocimiento ajeno, la de sentirse el centro del mundo, la de suplir la falta de seguridad en uno mismo con ese reconocimiento ajeno. ¿Qué necesidad tengo de que los demás piensen buenas cosas de mí y me tengan en estima si yo ya sé como soy en realidad?: ninguna en ese caso. ¿A quién pretendo engañar? Del uso de la acepción que he referido no se colige directamente inseguridad en uno mismo, es obvio, pero sí se colige cierta necesidad inconsciente de anteponerse a los demás. ¿Y por qué nos queremos anteponer a los demás? Pues será porque tenemos necesidad de ello, y si necesitamos reafirmarnos frente a los demás es que nos falta esa afirmación propia ante nosotros mismos.

Por otro lado la “nueva” acepción referida puede servirnos para ejemplificar lo que sucede con el tema de la relación entre el lenguaje y la mente o el pensamiento. Nuestro pensamiento es, en cierta manera, presa de nuestro lenguaje, pues la complejidad y plasticidad de muchos pensamientos no tienen cabida en el contenido férreo, estricto y determinado de las palabras. Esta es una de las justificaciones de las licencias lingüísticas de que se vale la poesía. Sólo giros poco comunes y nada convencionales pueden añadir matices que expresen ciertos pensamientos, o al menos se acerquen más a ellos.

Al contrario también opera la relación mente-lenguaje. ¿Hasta qué punto podemos pensar aquello que no podemos expresar con palabras o con las ideas que subyacen o evocan esas palabras? Es algo parecido a lo que pasa con la realidad y la imaginación. Nuestra imaginación está limitada a la realidad que conocemos, por más ilusoria o fantástica que pudiera parecer. Por ejemplo, imagínese, querido lector de Obtentalia, la fantasía más extraña, absurda e incoherente que pueda, lo más alejada posible de la realidad. Y ahora piense en los distintos elementos que la componen. ¿Existe cada uno de éstos por separado en la realidad? Parece que sí. No podemos imaginar aquello de lo que no tenemos experiencia, pues por ello mismo no sabemos de su existencia. Y me podrían decir: “de la infinitud no tengo experiencia y la imagino”. No. Sólo tienen experiencia de la finitud y de que hay procesos que pueden durar o tardar millones de años, e incluso miles de millones de años. Por extensión podemos decir “me imagino un proceso que dura tanto que no acaba”. Piénsenlo bien. Al final acaban pensando en la infinitud como “algo”, y todo lo “algo” que conocemos es finito. Podemos nombrar la infinitud, pero no imaginarla realmente. Pues de forma parecida, con las palabras (elementos de la realidad) no podemos elaborar pensamientos (imaginación o fantasía) que no puedan se construidos con ellas. Aunque esto no deja de ser una tesis (a lo largo de la historia la filosofía del lenguaje ha propuesto varias respuestas a ese problema –mente/lenguaje-).

Si lenguaje y mente van tan íntimamente ligados, ¿qué función cumple el término gente? Tal vez ninguna, y sólo es un ejemplo más de cómo las palabras contraen el contenido mental más amplio que intenta abrirse paso con ellas. Tal vez sea el mismo caso que la poesía, que necesita añadir nuevos matices y significados a las palabras para poder expresar las ideas y los sentimientos.

Pero no quería hablar aquí de otro tema más que del curioso uso, según yo lo veo, de la palabra gente, si bien vemos que nos lleva con facilidad a otros muchos temas y disciplinas relacionados.

Para acabar propongo añadir una nueva acepción de la palabra GENTE: f. Con respecto a quien habla, todas las demás personas. Dicho coloquialmente, respecto a mí, el resto del mundo. Así vemos más claramente cómo con ese uso realmente nos tomamos a nosotros mismos como referencia del mundo.



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LA COCHERA MÁGICA.
Por Pólux (30-03-2013)
(Basado en hechos reales)


Sí señores, tal como suena, tengo una cochera mágica, una cochera para guardar el coche. Forma parte de la casa de mis padres, por tanto es particular y se paga por ella al Ayuntamiento de un pueblo cercano a Sevilla (lo de excelentísimo se le presupone pero a todas luces no es así) el correspondiente impuesto. Tiene su placa oficial de prohibido aparcar y el bordillo de la acera que le corresponde pintado de amarillo continuo, todo es bien visible.

Pero en esa cochera suceden unos fenómenos muy extraños, lo que la convierte en mágica, pues no encuentro explicación lógica a lo que acontece. Tal vez algunas de las personas que lean esto pueda darle una razón coherente que me saque de la incertidumbre.

¿Qué no se entenderá de esa placa?
Es una cochera pero no puedo aparcar en ella, pues si lo hago después no puedo salir. ¿Por qué? Porque algún otro usuario de la vía pública que no paga impuesto por aparcar allí tiene a bien hacerlo sin importarle lo más mínimo el perjuicio que pueda causar (no poder coger el coche para ir a trabajar, no poder llevar a alguien enfermo al médico y tener que llamar a un taxi o retrasar no sé cuantas horas la salida a la playa un domingo). Hay gente así, que le vamos a hacer.

Pero la magia va más allá. Cuando llamas a la Policía Local (no hay otra, pues la Guardia Civil no se encarga de eso) para denunciar el hecho, vienen unos señores vestidos de azul con unas botas muy grandes, que parece que imponen, pero es al revés, todo el mundo se los toma a pitorreo, el que ellos mismos provocan con su falta de autoridad (aunque en realidad sólo tienen autoridad para lo que les interesa). Pues bien, esos señores de azul no multan el coche mal aparcado y llaman a la grúa, no. Se dedican a buscar al dueño a partir de la matrícula, para ver si es un vecino o alguien conocido. Si es así van en su busca para pedirles amablemente que retiren el coche, pues hay alguien a quien le molesta. Ese alguien soy yo, por supuesto, que les importuno en lo que estuvieran haciendo. El usuario infractor quita el coche malhumorado, como si yo le estuviera molestando por ello. Si además se me ocurre decirle algo (como “tenga más educación y no aparque donde no se puede”, o “¿no se da cuenta de la molestia que me causa aparcando aquí?”) me miran cabreados y me increpan, ¡como si el que infringiera el Código de Circulación fuera yo!

En el supuesto de que el infractor no sea vecino ni conocido, los hombres de azul se pasean con sus grandes botas por todos la bares y tiendas de la zona preguntando por el dueño del coche. Sólo si después de media hora o más de búsqueda no aparece el infractor se deciden a llamar a la grúa. Si tienes suerte aparecerá en poco menos de una hora, si no … olvídate de lo que fueras a hacer.

Este fenómeno se repetía día tras día, no siempre pero con una asiduidad más que molesta. Además no sólo sucedía cuando querías sacar el coche, sino también cuando llegabas a las tres y media o las cuatro de trabajar para dejar el coche e ir a tu casa a comer y descansar. Adiós comida, ese día ayuno forzoso. Otro efecto curioso de la magia, por aparcaba no comía.

¿Cómo creen que se puede sentir uno después de diez o doce veces ( y no exagero) con el mismo “cachondeíto”? Claro yo subía algo el tono y ya no pedía amablemente que no aparcaran allí, ya les decía “A ver si tenemos un poco más de vergüenza y no andamos por ahí fastidiando a los demás”. Entonces la magia se multiplicaba. Simplemente me decían de todo, incluso alguna gitana desvergonzada se atrevió a maldecirme. La cochera me había transformado, me había hecho pasar de ofendido a ofensor. Al final toda la culpa era mía.

Las excusas de los infractores eran de lo más variopintas, desde “es que era sólo un momento” (pero yo llevaba más de media hora esperando para que al final saliera de un bar con el bigote manchado de cerveza), hasta “es que como la puerta de la casa estaba cerrada creía que no había nadie” (esa lógica no servía porque a todas luces la cochera se usaba con independencia de quien estuviera en casa, cosa que por lo visto era muy complicado de entender) o un “como se pone por nada” (sí, claro por nada, a ti te quería ver yo esperando una hora), e incluso “me podía haber buscado, que estaba ahí al lado” (es decir, que si no quiero esperar tengo que ponerme a buscar por los alrededores, y si no lo hago allá yo, tendré que esperar –pedazo de lógica aplastante-).

Lo mejor de todo era que los infractores se iban sin multa ni nada. Sólo les multaban cuando tenía que venir la grúa, como si tuvieran que hacer rentable la actuación. Aunque pocas fueron las veces que apareció la grúa.

Acabé por pedirle a esos hombres que se hacen llamar Policías que por favor multasen a los infractores, pues aparcaban sin miramiento una y otra vez ya que sabían que no se les iba a multar. Entonces, además del desagrado de los vecinos por no poder aparcar en mi puerta, me gané el desagrado de la Policía, ¡como si yo disfrutara viendo poner multas!

Pero el aspecto mágico va más allá. Un día decidí que sería yo el que aparcara en la puerta de la cochera. A fin de cuentas no multaban a nadie si yo no llamaba a la policía, y, claro, no la iba a llamarla por mi propio coche. Pero ¡magia!, van y me multan. Sí, creánselo, me multan. Voy a la oficina de la Policía Local dispuesto a estrangular a alguien, le explico la situación, que la cochera es mía y que aparco porque si no lo hacen los vecinos, pero nada. No puede quitarme la multa, ya es imposible. Les pregunto que cómo me han puesto una multa si ellos no multan nunca allí. Me dicen entonces que la denuncia la ha puesto un vecino mío (¡ole la envidia!, y creía que eso de la envidia española era un tópico), y que han buscado al dueño del vehículo pero no lo han encontrado. ¡Claro!, la cochera estaba a nombre de mi padre y mi coche al mío.

Tuve que recurrir al “amiguismo” que tanto funciona en esta tierra para que me quitaran la multa que era imposible que me quitaran. No me importa decirlo, aunque sea una vergüenza, pero recurrí a ese sistema que tanto mal nos acarrea. Yo no podía pagar esa multa, ¡era lo que faltaba!

El Policía que me quitó la multa, amigo de mi hermano, tras explicarle todas las vicisitudes de la cochera, me dijo que el problema era yo, que tenía que llamar a la Policía y esperar, y no andar a la gresca con los vecinos y con la propia Policía. Aquí nadie me soluciona el problema, todos hacen impunemente lo que les da la gana y la causa de todo soy yo. Ni siquiera tengo derecho a protestar.



Véase el comentario de la foto adjunta.
Esto es lo que sucede cuando la autoridad
se inhibe de sus obligaciones, y los que
pagan impuestos por usar su cochera se
ven indefensos: se toman la justicia por
su mano.
Finalmente, harto ya de todo, decido dejar el coche en la calle, donde yo vivo, unas manzanas más allá de donde está la cochera. ¿Es mágica o no mi cochera? Tengo una cochera que es para aparcar pero donde no puedo aparcar, en cuya puerta puede aparcar todo el mundo menos yo, donde no multan a nadie menos a mí, que pago los impuestos por usarla, y sin derecho a quejarme a la autoridad (ja, es que cuando pronuncio esa palabra me da la risa tonta), porque entonces me convierto automáticamente en culpable. Incluso cuando voy por esa calle algún vecino me mira de soslayo y comenta algo con su acompañante, y me imagino lo que será: “ahí va el mamón ese, que no deja que nadie aparque en la puerta de su cochera”.

Con el tiempo sometieron la calle a ese impuesto municipal abusivo a todas luces que se llama “zona azul”, implantado, al menos en este pueblo, para recaudar a causa de la crisis (lo de regular el aparcamiento en el centro viene muy bien como excusa).

¿Saben lo que sucede hoy? Pues algo muy curioso. Ahora quien deja el coche delante de la puerta es mi hermano, que utiliza el coche de mi padre, una combinación perfecta por lo siguiente. Dado que la Policía investiga quién es el dueño del coche no le multan, pues averiguan que es del dueño de la casa y de la cochera, por tanto está incluso a salvo de la denuncia de algún vecino “ofendido” por no poder aparcar él delante de la cochera de otro. Como el vado es competencia de la Policía Local, los operarios de la zona azul no pueden multarlo, y de hecho no lo multan. Eso sí, que ni se le ocurra aparcar el coche dentro de la cochera, porque entonces estará perdido y acabará como yo. El único problema que se le presenta es cuando llega de algún sitio y se encuentra que ya hay un coche delante de la cochera, quitándole el sitio, entonces, como directamente ha renunciado a llamar a la Policía, pues aparca donde puede y se acabó.

Al final la política municipal es igual que la nacional pero más pequeñita, con los mismos condicionamientos, quiero decir ineptitudes, falta de interés en solucionar los problemas de las personas, intereses partidistas, intereses particulares … y para qué seguir. Luego nos quejamos de los políticos que tenemos y de la corrupción, y no sé por qué, en este pueblo pasa exactamente lo mismo que a nivel nacional. Désele un cargo nacional a cualquier político o Agente de la Policía Local de estos y veremos qué hace, si en un pueblo donde se le conoce es un inepto que sólo sabe funcionar con el “amiguismo” y la lógica aplastante del “usted tiene la culpa”. ¡Pues claro que tenemos lo que nos merecemos! Y a sufrirlo sin rechistar, no vaya a ser que nos multen.



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 LA PASTILLA
Por Pólux (02-03-2013)



Imaginemos que se nos ofrece una pastilla muy particular, capaz de producir durante unas horas una especie de euforia que mejorase nuestro ánimo y nuestra disposición para con los demás y para con nosotros mismos, capaz de facilitarnos durante ese tiempo una visión positiva de los problemas que nos rodean, y por tanto capaz de influir en nuestra respuesta a esos problemas, haciéndola más acorde a lo que nosotros mismos siempre hemos deseado. En definitiva, capaz de hacernos sentir mejor. ¿Nos la tomaríamos o tendríamos algún recelo en hacerlo?   

Tal recelo podría surgir al pensar que los efectos producidos por la pastilla fueran en realidad una manipulación de mi conciencia, como si de una droga se tratara. Pero, dadas sus connotaciones negativas, olvidemos por un momento la palabra droga.

Yo la tomaría, porque en principio no parece que los efectos de la pastilla, tal como los he descrito, produzcan un estado alterado de mi personalidad o conciencia, más bien parecen el refuerzo de una faceta de tal personalidad o conciencia. ¿Realmente es así? El reparo que pudiera sentir por el hecho de que se tratara de un estado alterado vendría dado, al menos en gran parte, porque lo alterado no es un desarrollo consecuente con lo auténtico, sino un desarrollo desarraigado de lo auténtico (esta es la connotación de la palabra droga a que antes me refería). Lo alterado lo entiendo como un estado distinto y distante de lo original. Yo no quiero dejar de ser yo mismo, por ello no quiero un estado alterado de mí (sólo lo querría si yo no me gustara y quisiera ser de otra forma). En realidad lo que quiero es potenciar lo positivo que creo que ya hay en mí pero que no siempre aflora como me gustaría, es decir, lo que quiero producir en mí con la pastilla es lo mismo que pretende producir, a grandes rasgos, la psicología (sólo que ésta requiere esfuerzo y aquélla me lo produce casi sin esfuerzo). Pudiera parecer una diferencia que la psicología puede producir efectos más o menos permanentes (en el mejor de los casos) y la pastilla no, pero una toma continuada de ésta disipa la diferencia. En lo demás ambos procedimientos (psicología y pastilla) pretenden lo mismo, mejorar aspectos de mi personalidad y de mi conciencia.

¿Tal vez la pastilla nos parezca un medio menos “natural”? ¿Por qué? La psicología actúa en nuestra psique (mente, conciencia) y la pastilla en nuestro cuerpo. Pero, ¿realmente podemos separar claramente esos dos aspectos (psique y cuerpo) de nuestra persona? Creo que la única separación justificada entre dichos aspectos es la pedagógica, aunque no sé hasta qué punto es válida. Son sólo dos manifestaciones de lo mismo, de forma que afectar uno de esos aspectos es afectar al otro.

Nuestra tradición filosófica nos ha acostumbrado a pensar en la dicotomía psique-cuerpo porque ha bebido directamente del Cristianismo. El cuerpo, lo material, lo perecedero, lo imperfecto, lo vehicular, frente a la psique, lo inmaterial, el alma, lo imperecedero, lo que nos hace humanos, lo esencial. Esta mera distinción ya alude y presupone la aceptación de lo trascendente, pero creo que esto puede entenderse de dos maneras. Una es la concepción de lo trascendente como lo más allá, algo externo de lo que podemos participar, es decir, la concepción religiosa de la vida más allá. Otra es la concepción de lo trascendente como lo que va más allá de lo puramente material pero sin llegar a una idea externa a nosotros, es decir, lo trascendente sería el propio pensamiento, la psique, aquello de nosotros que no es puramente material y trasciende a la materia, pero a la que está íntimamente ligado. La primera concepción distingue claramente entre cuerpo y alma, y esa distinción en sí misma es parte de su esencia. La segunda concepción hace una distinción operativa del cuerpo y la psique, porque nos ayuda a entender y explicar la realidad desde este punto de vista, pero no es una diferencia real ni esencial, simplemente porque esa diferencia no existe. No quiero con ello decir que no pueda hablarse como distintos de lo puramente material y de la representación puramente mental, pero se integran en una sola y única realidad, la existencia, no pudiendo concebirse un aspecto sin el otro.

Adoptemos la concepción que adoptemos nuestra pastilla influye en la parte psíquica de nosotros. Pero no es éste el momento de desarrollar la discusión mente-cuerpo, que debiera ocupar un capítulo aparte.

¿Y si tomar la pastilla me produjera secundariamente algún efecto negativo, digamos de escasa importancia?, ¿la tomaría?

¿Podría llamarse dependencia a la necesidad de tomar la pastilla de forma continuada para mejorar mi carácter, como hemos visto, e incluso como profilaxis psicológica? ¿De verdad pondríamos reparos a tomar la pastilla? Nos llevamos toda la vida queriendo ser quienes deseamos, e incluso a veces luchamos por ello contra nosotros mismos. Y cuando lo conseguimos nos sentimos mejor. En el caso de que sintamos algún reparo en tomar la pastilla, pensemos de verdad, reflexionemos, ¿por qué ese reparo?, ¿acaso no es el desarrollo humano actual una carrera por mejorar con ayuda de la técnica?, ¿por qué es menos lícito lo que me produce la pastilla que el bienestar que me crea una calefacción en invierno?, ¿acaso esa calefacción no redunda en bienestar físico y psíquico?

Pero no nos engañemos, una pastilla así no nos va a hacer mejores personas. Podrá sacar lo mejor que haya en nosotros, y hacerlo más visible, más patente y más continuado, pero jamás sacará lo que no hay, pues si lo hiciera dejaría de ser una pastilla y se convertiría en una droga en el más cruel de los sentidos.

Ahora confieso que yo tomo mi pastilla todos los días dos veces y jamás se me olvida, pues cuando he dejado de tomarla he vuelto a probar el amargor de lo peor de mí mismo, y no es que esa faceta desaparezca con la pastilla, pero al menos me ayuda a contenerla. ¿Y tú?, ¿tomas tu pastilla?, ¿aún no sabes cuál es? Busca, la puedes encontrar en muchos sitios y de muchas formas, y a lo mejor tienes la suerte que tuve yo, que la encontré de la forma más cómoda de tomar: un comprimido con un sorbo de agua.


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EL CONCEPTO DEL TIEMPO
Por Pólux (23-02-2013)


¿Qué es el tiempo? Miles de definiciones se han dado, algunas muy ocurrentes, pero todas tienen algo en común: que no aclaran nada sobre su naturaleza. ¿Hasta qué punto es real la división que hacemos entre pasado, presente y futuro?

Pareciera que el pasado sólo existe en nuestra memoria, pero la realidad parece rebatir esa idea. Cada cosa en cada momento es el resultado de infinidad de variables, y una de ellas lo sucedido con anterioridad. Un pensamiento es resultado de una elaboración previa, una playa es el resultado de una erosión que ha tenido lugar durante millones de años, una estrella es el resultado de la acreción de un material preexistente. El presente parece que sucede porque antes hubo un pasado, o hablando más propiamente, el presente contiene como efecto causas pasadas. No vamos a debatir aquí las consecuencias metafísicas del binomio causa-efecto, pero hemos de saber que es una discusión previa o complementaria a la del tiempo.

Si interrogantes plantea el pasado, más lo hace el concepto de presente, pues es más complicado “ubicarlo”. Asimilamos el pasado a la memoria, a lo vivido, a la causa que nos ha llevado al estado actual … Pero, ¿a qué asimilamos el presente?, ¿a un instante?, ¿a un punto? ¿Y qué sentido tiene ese instante que tal cual está desaparece para dejar paso al instante posterior?, ¿cuánto dura ese instante? Son malas preguntas, erradas en su sentido, porque no pueden responderse o la respuesta carece de sentido. Suele compararse el presente con un punto que va recorriendo una línea. Lo que queda detrás sería el pasado, el recorrido que aún falta sería el futuro. Pero estos ejemplos son simplificaciones excesivas cuya única validez es la de posibilitar imaginarse el presente.

El futuro, como el pasado, no tenemos muchos problemas en conceptualizarlo, no hay más que anticipar la “ubicación” del pasado. Pero así como parece que del pasado y del presente tenemos una “experiencia” directa, del futuro no es así, no sabemos que va a suceder hasta que lo hace. No se ha descubierto una ley, ni tenemos una teoría acerca del tiempo. Parece haber consenso en que es unidireccional, en que es inviolable que apunta siempre hacia el futuro. Pero en realidad sólo tenemos la experiencia de que, hasta ahora, siempre ha sido así. ¿Qué nos garantiza que a partir de mañana, o de dentro de tres horas, no deje de transcurrir el tiempo como ahora lo hace? Nada. El desconocimiento hace posible las cosas, y es eso lo que nos sucede con el tiempo. Sabemos tan poco que todo parece posible.

Generalmente no podemos hablar de espacio y de tiempo de forma independiente, ya nos lo enseñó ese genio llamado Albert Einstein. Eso nos da una pista sobre la naturaleza especial del tiempo, nos dice que estamos equivocados cuando pensamos en el tiempo de forma tradicional, como si de algo independiente se tratara.

Tendemos a conceptualizar todas las ideas, y a intentar objetivar todos los conceptos, y ello por la razón a la que acudimos tan a menudo, porque es la forma en la que nuestra mente aprehende la realidad. Y hay conceptos, como el de tiempo, que tal vez no puedan conceptualizarse, que tal vez no obedezcan a las leyes de nuestra comprensión, que tal vez no sean más que una ilusión de nuestra percepción.

Por otra parte, parece claro que el tiempo es sinónimo de cambio y de movimiento, pues apreciamos el paso del tiempo por los cambios que tienen lugar en las cosas. ¿Cómo sabríamos que transcurre el tiempo si todo fuera estático e igual, si el universo no se moviera, ni lo hicieran las manillas del reloj, si de pronto todo se quedara parado?

De hecho cuando se paran las manillas del reloj no decimos que el tiempo se ha parado, sino que el reloj es el que se ha parado,  porque seguimos observando cambios, movimientos en las cosas que lo rodean  en nosotros mismos. Y el movimiento es energía, en el más puro sentido físico de la palabra energía. Parece que el tiempo fluye porque también fluye el mundo. Si no hubiera nada susceptible de cambiar, no habría cambio, no habría energía.

En definitiva, ¿cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Existe realmente el tiempo o es una consecuencia de la forma en que nuestra mente aprehende y se comunica con la realidad? No podemos quitar de un plumazo el concepto de tiempo, pues está implícito (y también de forma explícita) en nuestra concepción del mundo, por más que se escape a la racionalización de nuestra mente.

No he pretendido aquí estudiar la naturaleza del tiempo, ni sus implicaciones filosóficas, sólo referir que se trata de un concepto de difícil definición y comprensión, lo que nos lleva a poner en duda, a veces, su existencia real. Pero poner eso en duda tiene también otras implicaciones y consecuencias poco admisibles. Está claro que habrá que volver sobre este tema con argumentos y presupuestos más elaborados. No es fácil arrojar luz sobre la disyuntiva entre entender el tiempo como una realidad física o como una ilusión de nuestro entendimiento. Mientras tanto, dejemos pasar el tiempo …



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UNA HISTORIA CON QUÍMICA (PARTE I).
Por Pólux (01-12-2012)


Siempre me atrajo la química. Es una de las pocas aficiones que llegué a dejar con el tiempo, aunque no el interés por ella.

Recuerdo aquel primer (y último) año estudiando la carrera de química …, fue toda una liberación a nivel personal. Pero no es de eso de lo que quiero hablar.

Mi interés por la química, y por la ciencia en general, lo ha sido no sólo a nivel teórico, sino también a nivel práctico.



Por aquel entonces conseguí (los precios prohibitivos me obligaban a “buscarlos” por ahí) mi primer matraz, tubos de ensayo, vaso de precipitación, útiles para observar por un pequeño y maltrecho microscopio, al que mantenía con un par de objetivos de los cuatro o cinco que tenía originariamente, etc. Los tubos de ensayo, con improvisados tapones, descansaban en una plataforma de poliestireno expandido preparada al efecto (eso que vulgarmente llamamos corcho blanco y se utiliza en el envoltorio de electrodomésticos), algo cutre pero efectivo.

Por aquel entonces trabaja en los laboratorios de la Universidad un conocido que tenía mi misma afición, pero bastante más desarrollada, en todos los sentidos. En una ocasión me enseñó el pequeño laboratorio que tenía en su casa. Aquello me impresionó, y cuando comparaba mi “laboratorio” con aquello sólo me venía una palabra a la cabeza, “porquería”, y una sensación, “desánimo”. Pero como era lo único a lo que podía aspirar, dados mis muy limitados medios, no me quedó otra que reponerme.

Aquel conocido me enseñó mucho, trucos, fórmulas, mezclas, compuestos … Se ve que disfrutaba enseñando tanto como yo aprendiendo. Y mira por donde también coincidíamos en una predilección dentro de nuestra afición, los explosivos. Como no podía ser de otra forma, él no solo preparaba compuestos explosivos y fulminantes, también probaba pequeños cohetes. En mí el tema de los cohetes se redujo a enviar algunos tornillos no sé aún donde, pero desde luego bastante lejos. Para ello ideé un pequeño dispositivo con un explosivo y algo de fulminante, sobre lo que descansaba, más o menos encajada, la cápsula elevadora, es decir, el tornillo. Un par de retorcidos cables llevarían corriente desde la fuente de alimentación, es decir, una pila de petaca, hasta el fulminante, que haría explosionar el explosivo, lo que a su vez enviaría por los aires la “cápsula”. Ni que decir tiene que tomaba mis medidas de precaución, pues nada me aseguraba que aquello no reventara y el tornillo me diera en un ojo. Así que me parapetaba tras una puerta.

Creo que de todo eso lo que realmente más me entretenía y gustaba era idear artefactos e intentar llevarlos a la práctica. Sólo podía suplir la escasez de medios con algo de ingenio, y ese reto era lo que realmente me gustaba.

Un día el conocido del que antes he hablado, me dio la fórmula de un fulminante muy sensible, con las oportunas advertencias, por supuesto. Incluso me comentó que muchos entendidos en química no sabían que aquellos dos compuestos podían llegar a reaccionar formando el fulminante, y me propuso que se lo preguntara a mi profesor de prácticas de laboratorio, “apuesto a que no tiene ni idea”, me dijo. Así lo hice, le pregunté al profesor y éste, muy seguro de sí y como si le estuviera preguntando la tontería propia de un novato de primero, me contestó que esos compuestos no reaccionaban. Ante él quedaría como un novato pero por dentro me sentía triunfador. Ja, ja, era verdad, no tenía ni idea.

Por un motivo de seguridad no voy a revelar los “ingredientes” de la fórmula del fulminante, sumamente sencilla, aunque más bien diría que peligrosamente sencilla. Sólo añadir que eran dos los elementos que se necesitaban, uno se podía adquirir fácilmente y muy barato en el comercio normal, de hecho en todas la casas siempre ha habido un bote de ese producto (aunque casa vez se usa menos). El otro elemento era más complicado de conseguir, pero mi conocido me dio una pista, “prueba en las farmacias”. Lo primero que hice fue preguntar en una tienda de productos químicos de laboratorio y casi me da un espasmo cuando me dieron el precio. No era una opción. Entonces puse en marcha la segunda y más clara opción: la farmacia.

Pero aquello no era tan fácil como ir a pedir aspirinas, tenía que llevar preparada una buena razón para pedir aquello, más que porque fuera peligroso, que no lo era, por la rareza que suponía que alguien se interesara por ese producto.

El suegro de un tío, un señor mayor que tenía una farmacia cerca de mi casa, era mi primera y mejor opción, aunque parecía demasiado serio para mis intenciones. Era una farmacia muy antigua (dentro podía leerse la palabra botica en varios estantes) y tenía restos de productos que antaño utilizó para hacer análisis clínicos y no sé que más cosas, porque lo que yo buscaba desde luego no servía para eso. Cuál no fue mi sorpresa cuando me dijo que lo tenía. Entonces llegó la pregunta:

-Para qué lo necesitas.
-Es que estoy estudiando química y estamos haciendo unas prácticas en el laboratorio…, y me gustaría repetirlas en casa –le mentí lo mejor que supe.

Menos mal que no me preguntó en qué consistía la práctica, porque le habría tenido que soltar un rollo de cuidado.

Con lo poco que me dio comencé mis prácticas. Pero las primeras muestras se estropearon en conseguir las proporciones adecuadas para la reacción y en hacer pruebas con el resultado.

La siguiente vez el suegro de mi tío me puso más problemas para darme aquello. Supe entonces que no habría una siguiente vez. Se ausentó unos instantes para atender a un cliente y yo aproveché para abrir la estantería donde tenía el producto y coger todo lo que pude escondido en un folio A4 que llevaba encima, doblándolo mal y deprisa. Pero no me vio. Él me dio un poco más y me dijo que eso era todo lo que podía darme, que eran productos muy caros y que las prácticas las hiciera como todos en el laboratorio. Es curioso como cambia la visión que podemos tener de las personas. Aquel farmacéutico me había parecido siempre (en mi infancia y hasta poco más del inicio de mi juventud) alguien serio, mayor, ajeno, cortante, de difícil trato, pero con el tiempo comprobé que eso derivaba más de mi percepción que de la realidad. Era una persona afable, tan solo un poco “antigua” en cuanto a mentalidad y trato, propio de su edad por otra parte.

Pronto se me plantearía el problema de conseguir más “materia prima”, pero mientras tanto había conseguido suficiente para una temporada. Inicié más ensayos y fui depurando la técnica para manejar el fulminante una vez preparado. El fulminante era el resultado de una disolución. Una vez producida la reacción química (podía tardar 15 ó 20 minutos de forma natural, sin ayuda) retiraba el producto, que tenía que secarse. Una vez seco ya tenía el fulminante, que era tan sensible que apena se podía manipular. Eso lo descubrí a base de que me explotara en mis propias manos muchas veces, pero no pasaba nada grave, pues eran pequeñas cantidades y se trataba de un fulminante, no de un explosivo.

El fulminante es una sustancia que explosiona de forma rápida y con cierta facilidad, pero con poca potencia, y se suele usar para iniciar la reacción del explosivo, de explosión más lenta pero más potente. Este procedimiento es el que se usa para las balas de las armas de fuego. Un ejemplo de fulminante lo tenemos en las cerillas que usamos para hacer fuego, que explosionan con el simple roce.

Había, pues, que preparar aquello para su uso antes de que se secara, lo que sucedía en 10 ó 15 minutos. Como no sabía bien como manipularlo, y dados los problemas que ello me estaba causando, comencé a hacer paquetitos de papel para su almacenamiento, que tampoco me solucionaban mucho el problema, pero que me hicieron ver que podía usarlos como petardos. Hacía una especie de tubito de papel enrollándolo, y después cerraba uno de los extremos simplemente retorciendo un poco el papel, como si fuera el lado de un caramelo, dejando abierto el otro extremo para rellenarlo con el fulminante, para después cerrarlo retorciéndolo igualmente. Lógicamente tardaría más tiempo en secarse el fulminante, así, que solía dejar los cartuchitos para usarlos al día siguiente. Llegado el momento sólo había que dejarlos caer al suelo, y al impactar contra éste explosionaba con un fuerte ruido, con humo incluido, y dejando una amplia mancha (un círculo de casi un metro de diámetro) de color morado oscuro con muy mala pinta. Pero desaparecía por sí sola en una hora o poco más. Aquello impresionaba y se prestaba además a una amplia gama de bromas.





“UNA HISTORIA CON QUÍMICA”, parte II.
Por Pólux (09-12-2012)


En la primera parte conté mi interés por la química en general y los explosivos en particular, cómo un conocido que trabajaba en los laboratorios de la Universidad me pasó la “desconocida” fórmula de un fulminante, cómo conseguí uno de los dos ingredientes, de difícil acceso, en la farmacia del suegro de mi tío, y como elaboré las primeras muestras del fulminante.

Con lo poco que me dio el farmacéutico del producto aquél y lo mucho que cogí a sus espaldas, comencé por hacer más pruebas. Pronto me di cuenta de que en pequeñas cantidades no era peligroso, ni siquiera si explotaba en mi manoUna vez seco, el fulminante era como un polvo granuloso muy fino y de color oscuro, casi negro. Necesitaba a algún conejillo de indias para hacer más pruebas, y seleccioné a tres incautos: mi madre, uno de mis hermanos, con el que compartía cuarto y golferías varias, y una señora ya mayor que vivía con mi familia desde que yo tenía uso de razón (de hecho era parte de la familia).

Compinchado con mi hermano, tiraba desde una ventana del piso superior de la casa un canuto lleno de fulminante, que se precipitaba sobre el suelo de mármol blanco de un patio interior muy arreglado (en el que se comía y veía la televisión en verano). Para darle más “profundidad” al experimento esperábamos a que nuestra madre estuviera cerca para que escuchar la explosión y viera la mancha que dejaba (que desaparecía en poco más de una hora, aunque ella no lo sabía). Así aprendíamos algo de “psicología” viendo el enfado de mi madre y las amenazas que nos hacía. Nosotros encima nos reíamos en su cara. Finalmente la mancha desaparecía y con ella el entuerto que habíamos provocado.

También de acuerdo con mi hermano, espolvoreaba el fulminante aún húmedo por un pasillo que tenía que transitar la mujer mayor que vivía en casa para ir a su cuarto. Esperábamos escondidos en una habitación cercana, con la puerta abierta, y nos partíamos de risa escuchándola decir improperios y palabrotas ante lo que le sucedía. Cuando plantaba un pié al andar se escuchaban como crujidos secos inexplicables para ella. Se quedaba parada diciendo alguna cosa y proseguía, pero al volver a escuchar los crujidos volvía a pararse, así hasta llegar a su cuarto. No nos podíamos imaginar que aquella señora supiera tantas palabrotas, otro descubrimiento gracias a los experimentos.

Finalmente le tocó el turno a mi hermano. Le cogí un par de libros del colegio y mientras pasaba páginas con una mano, con la otra espolvoreaba, como antes hice en el suelo, fulminante húmedo. Pensé que cuando cogiera el libro para llevárselo ya explotaría el fulminante y se descubriría la broma, pero no fue así. La verdad es que se lo tomó bastante bien. Cuando empezó a pasar páginas del libro ya en clase escuchaba crujidos y los compañeros miraban extrañados. Rápidamente se dio cuenta de lo que pasaba, pero ya no podía pararlo. Me dijo: “gracias a Dios que el profesor no se enteró porque estaba lejos dando la explicación, porque si no a ver qué le digo yo”.


Acabé dominando el manejo del fulminante. Ahora tenía que probarlo en combinación con la pólvora, con la que anteriormente había usado otro fulminante no tan sensible como éste para enviar tornillos por doquier, como ya referí. Hacía ya algún tiempo que empecé con la pólvora. Prácticamente en cualquier sitio se puede encontrar la fórmula de la pólvora común. Pero hay muchos tipos de pólvora, algunas más potentes que otras, y claro, yo empecé por la más sencilla para ir posteriormente añadiendo los compuestos que le daban más potencia. No es que fuera un experto en pólvoras pero conocía ya la diferencia entre algunas y podía preparar las proporciones de sus componentes con cierta soltura.

Cuando estaba metido en el tema del fulminante ya andaba buscando un fuerte reductor para mi mezcla de pólvora (para aumentar la capacidad explosiva), pero no sabía bien qué compuesto me podría servir. Así que dejé algo parada la investigación en la pólvora para dedicarle más tiempo al fulminante, hasta que llegó el día que éste escaseó. Tenía que buscar un nuevo proveedor, así que echándole cara al asunto empecé a visitar farmacias y a preguntar por el elemento en cuestión. Incluso perdía clases por dedicar ese tiempo a buscar farmacias. Y no fueron pocas la que visité, en algunas me ponían mala cara y en otras me miraban incrédulos, pero aprendí a que no me importara, pues al fin y al cabo era la única manera que tenía de conseguirlo. Y tanta perseverancia finalmente dio su fruto.

Entré en una farmacia y me atendió el farmacéutico, un señor de unos cuarenta y poco años.

-  ¿Qué desea? –me preguntó al instante.
-  Buenas, mire usted, yo soy estudiante de primero de química y estamos haciendo unas prácticas de laboratorio. Me gustaría poderlas hacer también en mi casa, pues las prácticas son muy escasas. Pero para eso necesito los productos, y, claro, los laboratorios tiene lo justo, y me han dicho que preguntara en alguna farmacia por si me lo pudieran facilitar o vender. Porque en las tiendas especializadas resultan muy caro y sólo venden a partir de determinadas cantidades, 500 gr., 1 kg., dependiendo del producto.
-  Ajá –dijo el farmacéutico moviendo la cabeza como si estuviera recapacitando sobre lo que le acababa de decir. Finalmente hizo un gesto de aceptación y me preguntó:
-    ¿Qué es lo que necesitas?
-   Pues **** ******** -le dije esperando su reacción.
-  Es posible que tenga algo, pasa dentro y lo vemos –dijo cordialmente mientras se volvía para que le siguiera.

Entramos al interior de la farmacia, oculto a la vista de los clientes, buscó por unos muebles de madera que tenía al fondo, con el aspecto de no estar ya en uso. Por fin escuché las palabras mágicas: “aquí está”. Amablemente cogió una bolsa y me dijo que me echara lo que necesitara, que me lo daba sin que tuviera que pagárselo. Yo no me lo podía creer. Cogí un poco (no quería abusar para poder repetir más adelante) y me despedí agradecido. Pero justo antes de irme el farmacéutico me paró y me preguntó:

       -¿Hacéis muchos experimentos en el laboratorio? –aún no sabía yo por donde me venía.
-Hasta ahora hemos hecho …-y le relaté someramente algunas prácticas, sin extenderme, que, claro, nada tenían
que ver con el producto que me llevaba.

Entonces me espetó directamente:
      - ¿Tú sabes algo sobre explosivos o cómo hacer pólvora? Es que estoy muy interesado en ese tema.

Por un momento me sentí descubierto. No podía ser, tenía que ser casualidad. Y así era. Tampoco era tan raro que alguien se interesase por el tema, yo mismo llevaba ya tiempo con eso. De forma que intenté actuar con normalidad y le contesté:

-  Sí, algo he hecho. Algunas pruebas con pólvora –le dije sintiéndome algo obligado por su amabilidad con mi petición, y entonces entendí el por qué de esa amabilidad. El también me quería pedir algo.
-  Bueno pues ven cuando necesites algo más y si te parece ya hablamos sobre la pólvora y hacemos alguna prueba.

Me fui contento por haber obtenido lo que quería, aunque algo en mi interior me decía que debía que andar con cuidado.

Volví a la farmacia diez o doce días después, tras agotar mis reservas. Nuevamente el farmacéutico me dio más sin poner traba alguna, pero esta vez me pidió que le hiciera una muestra de pólvora, que ponía a mi disposición todos los productos de la farmacia para ello. No pude negarme, al fin y al cabo solo se trataba de hacer un poco de la pólvora que ya hacía en mi casa, y quien me lo pedía no era cualquiera, era un farmacéutico que tenía a mano todos los ingredientes. Tarde o temprano lo haría él mismo, yo solo adelantaba un poco los acontecimientos. Así que me puse manos a la obra.

Mientras cogía los productos me llamó la atención algunos otros que tenía y me los apunté para saber qué eran y si me podían servir para algo. Preparé algo de pólvora en un platito. El farmacéutico, emocionado, le tiró una cerilla y aquello prendió y explotó. Menos mal que era poco lo que preparé, porque de momento se llenó todo de humo y un olor a quemado que preocupó a los clientes, pero el farmacéutico salió y les contó una trola para tranquilizarles. Volví a casa con mi producto y con la mosca detrás de la oreja.

La tercera vez dudé si ir o no a por más producto a la farmacia. En contra tenía ese interés del farmacéutico por la pólvora y los explosivos que aún no sabía a qué venían. Pero tenía dos poderosas razones para ir. Una obtener más producto para hacer el fulminante, y dos el “descubrimiento” que hice sobre uno de los elementos que desconocía y que me apunté en la farmacia. Pude saber que uno de ellos, cuyo nombre no daré por motivos de seguridad, era un fuerte reductor, justo lo que andaba buscando para aumentar el poder explosivo de la pólvora. Tan sólo que el producto de la farmacia añadía la palabra pentahidradato, es decir, que contenía cinco moléculas de agua. Pero ya arreglaría ese problemita del agua de alguna forma, por lo pronto necesitaba tenerlo. Así se gestó mi tercera visita al farmacéutico.

Ya en la farmacia me proveí de todo el producto para el fulminante que pude y cogí también lo que pude del elemento pentahidratado. El farmacéutico me pidió más pólvora, quería más cantidad que la última vez. Me puse manos a la obra, sólo iba a hacer un poco más, pues a esas alturas ya no sabía qué pensar. Mientras lo hacía me desveló su misterioso interés. Me contó que tenía un campo por el que pasaba un riachuelo muy bonito, que daba vistosidad al entorno y al que le gustaba ir muy a menudo. Pero un día observó cómo dejó de pasar agua, hasta que se secó. Entonces fue riachuelo arriba hasta que comprobó que el vecino de la parcela por donde también pasaba el riachuelo había improvisado una pequeña presa para su uso personal y para dar de beber a algún ganado que tenía.

- ¿Pero qué se ha creído ése! –me decía queriendo justificar la idea que seguidamente me iba a proponer.
- No es nadie para hacer eso. Yo se lo he dicho, pero ni caso. Así que si no puede ser por las buenas será por las malas. He pensado en ir una noche y volarle la presa con pólvora. Es más, he pensado en ir este viernes o esta sábado, ¿cómo te viene a ti? –dijo con toda normalidad, como si me estuviera invitando a tomar una cerveza.
- No lo sé aún, además la verdad es que no quiero mezclarme en eso –dije queriendo parecer lo más sensato posible.
- Venga hombre, si sólo se trata de ir a poner una bombita en la presa de un tío que se lo merece y que es un caradura –siguió diciendo intentando convencerme.
- Ya te lo diré, hoy aún no lo sé.

No me atreví a llevarle la contraria y le di largas de esa forma. Aquéllo encendió por fin la bombillita de alarma en mi cabeza.

Cuando acabé de hacer la pólvora, el farmacéutico tomó el plato que la contenía y, ni corto ni perezoso, salió de la farmacia a la calle y lo puso en plena acera, mientras pasaba la gente, y allí mismo la prendió. Esta vez salió una llamarada de un metro y medio más o menos de altura, lo que a todas luces encantó al farmacéutico. La gente se apartaba asustada, y los clientes de la farmacia miraban incrédulos. Pero no parecía importarle lo más mínimo, estaba absorto en sus pensamientos, imagino que elucubrando cómo realizaría su venganza contra la tropelía de aquel vecino campestre. Aquello ya era demasiado para mí. Me despedí comprometiéndome ante él a que volvería en uno o dos días para concretar la salida nocturna con intenciones casi terroristas. Me fue sabiendo que no volvería nunca. Y así fue. Adiós a mis provisiones.

Desde entonces me refiero a él como el farmacéutico loco. Pero me fui de allí cargado de productos que me abastecerían una buena temporada. Lo suficientes para hacer todas las pruebas que quise y dar carpetazo a los explosivos para dedicarme a otra afición.

Por supuesto mandé algún tornillo más al “espacio” desde la azotea con la ayuda del nuevo fulminante. Incluso intenté apuntarlo a algún objeto, pero tuve que dejarlo, pues nunca sabía donde acababa el tornillo y me daba miedo de que entrara por la ventana de algún vecino.

Pero aún queda pendiente un tema. Tenía que deshidratar el elemento reductor y probarlo con la pólvora. Y pensé, ¿cómo se deshidrata cualquier cosa, cómo se seca? Pues con calor. Era muy simple y lo tenía delante de las narices. Cogí una cucharita y puse un poco de producto, le apliqué fuego por debajo y esperé. El elemento, a pesar de ser sólido, empezó a burbujear, y al poco quedó un polvillo blanco muy fino. ¡Ya estaba deshidratado! ¿Cómo saberlo con seguridad? Probándolo. Tuve la precaución (menos mal que en algo fui precavido) de utilizar cantidades muy pequeñas. Llené el fondo de un vasito de cristal muy pequeño, de esos que se usan para poner chupitos de licores después de las comidas, con un poco de pólvora (la pólvora que estaba elaborando, que era un híbrido entre la pólvora “clásica” casera y la pólvora negra), y le añadí el reductor deshidratado. Para mezclarlo usé el mango de un pequeño destornillador, agarrándolo por el vástago con la mano cerrada, pues dada su forma curva se adaptaba perfectamente al vaso. 

Todo preparado. Empecé a mezclar …, una vuelta …, dos vueltas …, todo iba bien y aumenté un poco la presión del destornillador, tercera vuelta …y ¡PUM!, aquello explotó con todas sus ganas. Mi suerte fue que hice poca mezcla, como antes dije, y que la mano sujetando el destornillador impidió que una llamarada me llegara directamente a la cara. La mano me la quemé, por supuesto, especialmente por el lado donde está el dedo meñique, y la camisa que llevaba estaba salpicada de pequeñas quemaduras. Entonces sólo pensé una cosa, ¡qué inconsciente!, en estas cosas bajar la guardia es una inconsciencia.

La experiencia es la madre de la ciencia, y por eso ahora sé que cuando la pólvora se mezcla con un fuerte reductor lo que aumenta no es la potencia de la explosión, sino la capacidad explosiva de la mezcla, es decir, la facilidad con la que explota.

Por supuesto a todos los que tengáis una afición como esa os sugiero que andéis siempre con mucho cuidado y que os informéis en lo posible de lo que estáis haciendo, para evitar lo que me sucedió a mí.



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PSICOLOGÍA POPULAR.

Por Pólux (17-11-2012).


La psicología es una de las disciplinas que más se ha ido popularizando con el paso del tiempo.
En el último siglo hemos pasado de una psicología descriptiva que intentaba entender y explicar los distintos caracteres humanos y sus motivaciones, a una psicología principalmente activa que cree en la modificación de las actitudes y motivaciones a fin de conseguir una mejor adaptación del carácter a nuestro entorno, como forma de superara los problemas que se nos plantean y obtener con ello mayor felicidad. Se ha pasado de una aptitud “pasiva” (necesitada de una especial psicoterapia para modificar nuestro comportamiento) a una aptitud activa (el sujeto de la psicoterapia tiene un papel protagonista en todo el proceso, y no es que antes no lo tuviera, pero ahora se refuerza ese papel).Los trabajos sobre inteligencia emocional han sido el punto cumbre de esta nueva psicología.

No se puede dudar de los aspectos positivos de este "nuevo" punto de vista, pero una especie de euforia popular colectiva ante sus beneficios hace que olvidemos que todo debemos someterlo a un análisis riguroso, y que tal vez de ese análisis puedan surgir aspectos no tenidos en cuenta en el fragor de esa euforia.

Nació así una corriente, muy en boga, que podríamos llamar "autopsicología del optimismo", de la que cualquiera con un poco de sentido común y de conocimientos psicológicos básicos puede dar enseñanzas. De hecho se ha popularizado tanto que es difícil no encontrarse con alguna frasecita que nos lo recuerde ("sé tu mismo y vive para los demás", "sé positivo y la vida será positiva", “tu vida la construyes tú”, “alza la vista y el camino aparecerá ante ti”, etc.). Así, se han popularizado las llamadas "guías de autoayuda", algunas preparadas por especialistas que saben lo que tienen entre manos y ayudan a los demás con la popularización responsable de esa psicología, pero muchas sin ese poso de conocimiento que distinga lo esencial de lo aparentemente esencial. 

Sus seguidores llaman a esta corriente psicología positiva, y viene a definirse de la siguiente manera (definición tomado literalmente de una web  de psicología positiva ): "La psicología positiva es una rama de la psicología de reciente aparición que busca comprender, a través de la investigación científica, los procesos que subyacen a las cualidades y emociones positivas del ser humano, durante tanto tiempo ignoradas por la psicología. El objeto de este interés es aportar nuevos conocimientos acerca de la psique humana no sólo para ayudar a resolver los problemas de salud mental que adolecen a los individuos, sino también para alcanzar mejor calidad de vida y bienestar, todo ello sin apartarse nunca de la más rigurosa metodología científica propia de toda ciencia de la salud."

Uno de los problemas que veo es este “nuevo” punto de vista es la simplificación. Esta simplificación consiste en reducir los conocimientos y las técnicas psicologías, con su metodología propia, a un nivel que sea comprendido por una mayoría no especializada, sin saber exactamente en qué punto esa reducción empiezan a hacer ineficaces esas técnicas. No es lo mismo hacer divulgación científica de, por ejemplo, la astrofísica, que simplificar su uso. Seguramente si simplificamos las fórmulas que dan razón de las reacciones nucleares en el interior de una estrella, dejarán de describir esas reacciones. Asimismo no es lo mismo hacer divulgación de determinada psicoterapia que simplificar su metodología. Dejará de ser útil.

Y dicha simplificación se da fundamentalmente por dos motivos. Uno porque como cualquier saber que se popularice ha de sintetizarse, abreviarse y facilitarse para ser accesible a una mayoría de personas que no tienen un conocimiento profundo del tema (es la esencia de la popularización en el sentido en que estoy usando ese término), y otro porque para que sea aplicable por uno mismo, sin más conocimientos especiales que los que se deriven del propio interés por el tema, ha de estar a un nivel de fácil comprensión.

Lo que hace un problema esa simplificación es el hecho de que puede crearse una idea falsa de lo que realmente puede aportarnos la psicología. Acabamos teniendo la percepción de que podemos cambiar nuestra forma de ser, nuestra personalidad, nuestra vida, de que sólo depende de nuestra actitud. Y eso creo que es una verdad a medias. Para cambiarnos a nosotros mismos hemos de saber primero hacia dónde queremos ir, cuál es nuestro proyecto de vida. Después deberíamos ser conscientes de qué aspectos realmente podemos cambiar y cuáles no o requerirán para ello de una profundización para la que no estemos tal vez capacitados. Y finalmente hemos de tener una fuerza de voluntad y una fortaleza interior suficientes para iniciar y llevar a cabo los cambios.

Todo es posible, y reitero que el problema es creer en algo que no es totalmente cierto. Esta “nueva” psicología nos puede ayudar a cambiar, y de hecho no negaré su utilidad, pero su uso por parte de personas no profesionales (para la psicología no sólo hace falta ser un profesional, sino un buen profesional, es decir, alguien dotado de una intuición especial) puede llevar a la idea de que podemos cambiar lo que queramos, cuando seguramente lo que queramos y lo que podamos no sean lo mismo.



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RELACIONES FAMILIARES.

Por Pólux (28-10-2012)

Ante todo no quiero que se me malinterprete. Son muchos los aspectos conflictivos en las relaciones familiares. Hay, por ejemplo, hijos que hacen la vida imposible a sus padres. Yo voy a hablar de un caso muy particular, aquél en el que unos padres irresponsables dañan la vida de sus hijos, y sólo de ese caso. No voy a valorar otros aspectos, seguro que positivos, de los padres hacia sus hijos.

Siempre he defendido el respeto como uno de los principios básicos no sólo de la convivencia entre las personas, sino de cualquier tipo de relación, pues es la única forma de salvaguardar la identidad propia y el derecho a tener y expresar ideas personales.

La falta de respeto es la falta de reconocimiento hacia los demás, hacia lo que es el otro, es, en definitiva, una forma de anulación personal. Y nadie debiera ser menospreciado por el mero hecho de pensar diferente, de tener referencias vitales propias.

Cuando quien actúa sin respeto es alguien que además tiene un cierto poder sobre aquél a quien no respeta (entiéndase poder en sentido amplio, por ejemplo nuestro jefe en el trabajo, un familiar con quien se tiene alguna dependencia afectiva, y en general la capacidad de decisión que afecta a los demás), se convierte en un aprovechado, y cuando además se pretende anular o hacer daño a la otra persona la relación es de crueldad.

Ante todo la falta de respeto demuestra falta de empatía, y cuando las relaciones son más cercanas, como las familiares, demuestran simplemente falta de cariño o de amor.

Es puro cinismo que te digan que te quieren y después no tengan el más mínimo respeto hacia ti. Que eso ocurra entre extraños puede ser doloroso, según la capacidad que se tenga de aguantar injusticias, pero cuando ocurre en el seno de la familia el dolor es más profundo e hiriente.

No es la primera vez que hablo de forma crítica de las relaciones familiares, y no porque no acepte la familia, no porque la relación familiar sea así por definición, no, lo hago así porque desgraciadamente conozco muchos casos reales en los que las relaciones familiares son las más alienantes e irrespetuosas.

Ya está bien de suponer bondad donde no la hay necesariamente. Los padres se deben a sus hijos, les pese o no, y la exagerada exigencia de algunos de aquéllos hacia éstos sólo demuestra sus carencias como personas y sus fracasos como padres.

Alabo el amor y la ayuda de tantos padres hacia sus hijos. Sé cuán difícil es educar a los hijos, a unos más que a otros. Pero también condeno la actuación de muchos padres, incapaces de asumir su responsabilidad, y no por esa incapacidad en sí misma, sino por el daño, en muchos casos irreversible, que ello provoca en sus hijos. No voy a condenar aquí a nadie por no querer a sus hijos, pero sí lo voy a hacer por seguir con su farsa y desahogar sus frustraciones con hijos ajenos totalmente a ello, por no respetar a sus hijos y relegarlos cruelmente al último lugar de sus vidas.

¿Sabíais que una de las principales causas de depresión entre los adultos tiene su origen en unas relaciones familiares asfixiantes y estresantes en la infancia y aún antes?. ¿Sabéis qué es el miedo al abandono y su influencia en el desarrollo de los niños pequeños? La mayoría de los padres que lo provocan no lo saben, y si alguien se lo quiere mostrar se cierran en su costra y simplemente no quieren saberlo. Estos padres no sólo no aceptan la responsabilidad de no haber sabido planificar la educación de un hijo, ni siquiera aceptan su responsabilidad cuando los resultados de su “educación”, en ocasiones desastrosos, es una evidencia en la vida de sus hijos ya adultos.

Hay padres que saben educar a sus hijos (obtengan mejores o peores resultados), los hay que no saben pero lo suplen como pueden (saben que sus hijos son personas y quieren para ellos lo mejor, lo consigan o no), y los hay que simplemente son destrozadores de vidas, sí, tal como suena, y hasta nos quedamos cortos. Destrozan la vida afectiva y sentimental de sus hijos, y van por la vida como si la cosa no fuera con ellos. Se autoconvencen de que no son responsables de nada y reprograman su memoria para no recordar nada. Así consiguen llevar sus vidas como pobres y abnegados padres cuyos hijos no les corresponden. Pero los hijos que han sufrido a esos padres no pueden olvidar, están condenados a recordar una y otra vez la pesadilla de su infancia (y no sólo la infancia).

Sólo nos cabe esperar de esos padres que se esfumen, que desaparezcan de la vida de sus hijos, para quienes el daño ya está hecho. Si desaparecieran seguramente sus hijos lo sentirían, pues al fin y al cabo son sus padres y tienen por desgracia una dependencia afectiva de ellos por el vacío que les han provocado, pero mejor llorar su ausencia que no seguir sufriendo su presencia.

No he hablado de las causas de esta problemática porque este comentario no trata de eso, sólo pretende poner de manifiesto la existencia del problema  de relación.

Con todo mi cariño dedico este comentario a esos hijos que sobreviven a pesar de sus padres, a esos hijos que conscientes de las carencias con las que han crecido en algunos aspectos, muestran una gran fuerza y entereza al afrontar la vida a pesar de ellas.


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LA FAMILIA, PERO ¿QUÉ FAMILIA?

Por Pólux (29-09-2012)

La familia es cuna de relaciones especiales, de cercanía, cariño, amor, ayuda, etc., de formación y de deformación infantil. La familia es la base, la célula indivisible de nuestra sociedad. Es además en la familia donde se han desarrollado fundamentalmente nuestras capacidades psicológicas y sociales. Pero la familia no es la única forma de organizarse la sociedad. Ahora bien, en la nuestra el lazo familiar es tan importante que una mala educación familiar puede producir verdaderos estragos. A edades muy tempranas la falta de cariño, el estrés, el abandono, el chantaje emocional y otras muchas técnicas que utilizan padres problemáticos hacen infelices a sus hijos, y en muchos casos de por vida. Eso es algo que hace tiempo que la psicología advirtió y probó. ¡Qué fácil es hacer a un hijo infeliz!

Determinadas formas de pensar han hecho de la familia su piedra angular, como por ejemplo el cristianismo. De hecho se ha apropiado de tal forma de esa célula social que cualquier manifestación sociológica que implique un cambio en la familia la sienten como un ataque frontal a la propia religión. No hay más que ver los casos recientes de matrimonios homosexuales o familias monoparentales. El que la religión no acepte esas variantes no significa que civilmente no puedan serlo. Parecía que el mundo se iba a acabar cuando se establecieron los matrimonios homosexuales. ¿Ha pasado algo? Nada.

De hecho estoy convencido de que habrá padres homosexuales que educarán a sus hijos en el conocimiento y la responsabilidad hacia la vida, facilitándoles ser felices, igual que hay padres así en, llamémosla así para diferenciarla, la familia tradicional. Pero atacar a los padres homosexuales porque no podrán educar bien a sus hijos, porque carecerán de la figura paterna y materna tan importantes como referencia psicológica para el crecimiento del niño, creo que es una falacia. ¿Por qué no hablamos de tantas familias, con padres y madres, que han desestructurado la mente de tantos niños inocentes? ¿Es que todo se reduce a que los homosexuales no pueden representar realmente las figuras tradicionales paterna y materna? La educación de los hijos es mucho más, y ni siquiera sabemos si un cambio en la estructura emotivo-psicológica de los referentes familiares sería un inconveniente o un acierto para el desarrollo infantil.

Lo primero que necesita un hijo es cariño, mucho cariño, y hay perros que lo hacen mejor que los padres. Después necesita ayuda para crecer, desarrollarse y aprender a vivir, y eso se lo pueden dar personas humanas, homosexuales o no. Y hay padres que son un desastre, un peligro para sus hijos, ¡pero por lo menos no son homosexuales!. Aquí no hay carnet que valga, cualquiera sirve para ser padre, o para pegar a sus hijos, o maltratarlos, o hacerles infelices e incapaces de vivir una vida plena. Pero da igual, por lo visto si eso lo hace un homosexual, o un soltero es mucho peor, porque les falta "entidad psicológica" para ser padre. Pero al padre que hace daño, al tarado que se desahoga con su hijo, incapaz de dar amor y ayuda, si pertenece a la familia tradicional, se le supone capacitado para tener y educar un hijo. Qué vergüenza siento de esos padres incapaces de anteponer sus hijos a sus problemas, que prefieren hacerles daño antes que dar su brazo a torcer. Son ciegos para ver lo que no quieren ver.

Helena de Troya escribió un artículo que hablaba sobre esto, sobre la prepotencia y la falta de respeto que pueden llegar a tener los padres con los hijos, convirtiéndose éstos muchas veces en el desahogo de sus progenitores. Porque ese es el nombre de esos padres, progenitores, ya que es lo único que han hecho por sus hijos, tenerlos. Flaco favor fue ése.

Las necesidades emocionales de los hijos han de ser atendidas, y la capacitación para ello tiene la doble vertiente que ya hemos apuntado antes, por un lado la capacidad de los padres de dar amor y ayuda, y por otro la estructura psicológica bajo la que el hijo va a recibir la ayuda, discutiéndose en este punto si la familia tradicional procura un escenario más eficiente y acorde con las necesidades de los hijos que las familias monoparentales o de padres del mismo sexo (no tradicionales). Sinceramente creo que por poco adecuado que pudiera ser el escenario del segundo caso (padres no tradicionales), lo cual sería más que discutible, más inadecuado es el escenario de malos tratos y falta de ayuda emocional, que puede darse en cualquier tipo de familia, tradicional o no. Por ello creo más importante el tener unos padres equilibrados, capaces y cariñosos que el hecho de que éstos sean o no homosexuales o solteros.

Si ahora me preguntan ¿y en igualdad de condiciones qué tipo de familia es la más adecuada?, les diría que en el aspecto humano y educacional la que más ayude a sus hijos, y en el aspecto psicológico la que se muestre más eficiente, pero sospecho que ambas pueden llegar a serlo igualmente.

Creo que los hijos se adaptarían perfectamente a cualquier tipo de estructura psicológica familiar que les hiciera crecer sanos, en libertad y capacitados emocionalmente. Que la familia tradicional les ha dado ese marco psicológico no vamos a ponerlo en duda, pero que ese tipo de familia sea la única capaz de aportarlo es ir muy lejos. Habrá que esperar y hacer estudios para saber la respuesta de los hijos a los distintos tipos de familia, pero no tiene sentido anular la validez de otros modelos sólo por que son distintos y atentan a lo establecido.

Todo cambio encuentra siempre resistencia, y creo que en el fondo es eso lo que sucede, junto al miedo que a perder su hegemonía tiene el sistema vigente avalado por el cristianismo aún imperante.



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"LA RUTINA".


Por Pólux (16-09-2012).

A veces la rutina nos parece gratuita e inútil. Repetimos actos de forma continuada instados por cierta inercia irrefrenable. Parecen comportamientos sin un esencial sentido o al menos no sujetos a una previa reflexión.

Sin embargo cumplen una función muy importante en el desenvolvimiento de los seres animales en su entorno, y de nosotros mismos como pertenecientes a esa misma categoría.

Hace tiempo todas las mañanas tomaba el mismo tren de cercanías para ir a trabajar. Tomaré este hecho como ejemplo. Los trenes de cercanías son frecuentados por las mismas personas y en los mismos horarios. Sus deberes les suelen obligar a ello. Ahora bien los asientos que escogen para sentarse (cuando pueden hacerlo), no les son impuestos, y sin embargo la gran mayoría de los pasajeros toman los mismos asientos una y otra vez, de forma rutinaria.

Cuando se advierte esa rutina parece sin sentido y caprichosa, descubriendo posteriormente con sorpresa que uno mismo la sigue cada día.
Para cualquier animal la rutina implica seguridad.

Si un animal en la selva recorre un mismo camino sin incidencias para ir a una charca a beber, tenderá a hacerlo siempre por ese mismo lugar porque le dará la seguridad de saber que es un camino seguro, y podrá establecer la rutina de ir por ese lugar cada día. La rutina de los usuarios del tren de nuestro ejemplo funciona de igual forma, si nos sentamos en el mismo sitio sabemos si bajaremos antes o después, si nos molesta o no la gente que nos rodea, etc., es decir, la rutina nos hará afrontar sin estrés, por el conocimiento que hemos adquirido, la situación de coger el tren e ir a nuestro destino. La función que cumple es clara (obtener seguridad y rendimiento repitiendo determinados actos). Ahora bien, cuando la situación no requiere de los beneficio de la rutina, entonces ésta se convierte en algo inútil y sin sentido, adquiriendo el aspecto negativo bajo el que solemos usar la palabra rutina. A este tipo de rutina sin razón le podríamos llamar manía (no en su significado psiquiátrico o clínico, sino en su significado más simple de uso común). Pienso en las personas mayores, como por ejemplo cuando alguna quiere comer siempre a la misma hora y no admite un retraso de cinco minutos. Una de las características más comunes de la vejez es precisamente la falta de adaptabilidad (aunque en la vejez no todo son características negativas), lo que lleva a esas rutinas sin sentido que hemos llamado manías.

Todo puede ser positivo cuando se da en su justa medida, sin excesos ni extremismos, y eso mismo sucede con esa forma de hacer las cosas que llamamos rutina.



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PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE (Y LA VIDA) A ALTAS HORAS DE LA NOCHE.
por Pólux. (25-08-2012)

Hace algún tiempo mi padre decidió revisar la ingente cantidad de papeles que tenía en su despacho (cartas comerciales, listados de producto, copias de pedidos, etc.), acumulados durante casi cuarenta años de profesión. Allí salió a la luz de todo, pues tuvo la costumbre durante toda su vida de no tirar nada. Olvidado en un rincón apareció un grupo de papeles que mi padre reconoció de inmediato.
- Échale un vistazo a esto, a ver si encuentras algo interesante -me dijo-.
Libro copiador de cartas.
Había un libro copiador de cartas que contenía 696 cartas escritas entre 1832 1868 (entonces ni siquiera había papel de calco –o papel carbón-, inventado a finales del siglo XIX), dirigidas a proveedores, clientes y, muchas de ellas, al Marqués de Campo Nuevo, por aquel entonces dueño de tierras en la granadina ciudad de Loja, de la que, por cierto, era natural mi padre. También había escrituras manuscritas de transmisiones de varias generaciones anteriores a la mía, sentencias dictadas por un tío abuelo de mi madre que era magistrado juez, y otros muchos documentos, la mayoría de ellos de difícil lectura para quien no está habituado, como yo, a aquella antigua letra y forma de escribir documentos oficiales, que contenía expresiones hoy en desuso. Aquel legajo contenía un trozo de historia olvidada.
Pero entre aquellos documentos comerciales, notariales y judiciales apareció un folio que contenía un escrito que nada tenía que ver con los demás documentos. Por su aspecto pertenecía a la misma época que los otros, pero su contenido era distinto. El escrito expresaba unas ideas muy personales sobre la muerte. Me impactaron sus palabras por varios motivos. Por un lado no me esperaba encontrar algo así con esos documentos. En ese sentido fue una sorpresa. Por otro lado me acercó en el tiempo a un antepasado, me hizo sentir sus inquietudes y sus preocupaciones. Su pensamiento revivió en mí después de tanto tiempo. Y por último me impactó lo cercanas que estaban esas palabra e ideas de las mías propias. Me sentí identificado con alguien cuya sangre compartía, con alguien que ya había recorrido el camino que yo estaba atravesando, y eso relativizó aún más mi percepción de la existencia. “Nada nuevo hay bajo el sol”, reza la máxima. Y así me sentí, incapaz de elaborar nada nuevo. Por original que sintiera mi pensamiento, siempre había alguien que lo había tenido antes. Pero también me sentía extrañamente libre, pues mis pensamientos eran originales en el sentido de que los había elaborado por mí mismo, sin la influencia que ahora descubría. Es distinto tener un pensamiento y descubrir después que otros muchos lo han tenido ya, a descubrir directamente un pensamiento en los demás y hacerlo mío. La sensación de libertad que produce el primer caso es único, si bien el resultado final es el mismo, el de tener ideas propias, sean elaboradas por uno mismo o sean hechas propias tras la elaboración de otros.
Paso sin más a transcribir el escrito que encontré:

¿Qué es esta sensación? Parece que va y viene, pero en realidad está aquí, dentro de mí, y aparece y desaparece, o más bien se muestra o no. Horadó lentamente mi interior hasta acabar anidando en él.
Anhelos de infinitud
Esa sensación es la tensión que me produce vivir en una polaridad. Por un lado vivo el polo de la “plenitud” (o “eternidad” o “infinitud”). Todo cuando deseo o cuanto quiero, lo deseo o lo quiero para siempre. Es el anhelo de que no acabe, la resistencia al cambio, la perpetuación de lo que agrada frente a su fin. Cada instante en que amo a una persona tengo el anhelo de amarla siempre, de estar junto a ella siempre. Podría resumir este polo con la siguiente frase: “no quiero perder aquello que tengo y deseo”.
Por otro lado vivo el polo “de lo perecedero” (o “limitado” o “finito”). Es un hecho que impone la propia realidad. Todo aquello cuya realidad me afecta es perecedero o cambiante (en cuanto que el cambio implica el perecer del anterior estado). Nada permanece, y menos aún la realidad personal de sentimientos, deseos o anhelos. La propia vida tiene un límite que se llama muerte. Es el límite físico y real de todo lo físico y real y de todo lo que no es físico y real (anhelos, deseos, sentimientos). Al menos eso es lo único que se muestra a mis ojos y a mi razón. Más allá no veo nada, sólo eso puedo decir.
Y es la conjunción en mí mismo de esos dos polos, la forma unitaria en que forman parte de mí ,lo que crea una tensión que se manifiesta como desazón, angustia, desesperanza, tristeza, ira … ¿Cómo deseo para siempre lo que sé que nunca lo será? ¿Por qué anhelo infinitud cuando sé que sólo hay finitud? ¿Por qué quiero lo que no puedo tener?
La cuestión no es encontrar una explicación a lo que parece una sinrazón (la psicología nos puede dar muchas pistas y explicaciones). No. La cuestión es cómo vivir afrontando esa “dicotomía”, cómo aceptar la muerte, el fin de todo, cuando anhelo justo lo contrario.
Quisiera hacer una aclaración en este punto. Desearía hacer ver que para una persona no religiosa como yo la muerte es un hecho frente al que no queda más que su aceptación. Incómodo o no, así es. Y así acepto la muerte, como fin de la existencia. Pero la muerte como parte del polo “de lo perecedero” es un concepto distinto. No es ya la muerte como fin existencia, sino como fin del anhelo de infinitud, y éste es un deseo de infinitud. Es decir, podría tipificar la idea de muerte como fin existencial diciendo que nazco para morir, que nacer implica morir, y como tal hecho lo acepto. Y podría tipificar la idea de muerte como fin del anhelo de infinitud diciendo que la muerte es el polo que contradice uno de los pilares de la vida, el deseo y anhelo de vivir. Es esta contradicción la que me angustia, y no la idea de muerte como fin existencial.

Una vez aclarado este punto me pregunto ¿estaré planteando algo mal?, ¿será esa contradicción fruto de mis creencias? Creo que más bien es al revés, que mis creencias son fruto de mi experiencia en la existencia. Y lo creo así (sólo lo creo), porque siento la contradicción como algo muy interiorizado, muy radical dentro de mí, como algo que está en los cimientos mismos de mi vida (y tal vez por eso me haga tambalear).
No puedo probar nada, ni creo que nadie pueda, por eso esto que escribo no tiene (ni lo pretende) intención de convencer o explicar, tan sólo de describir un sentimiento que se apodera de mí y que, a veces, hace que mi corazón palpite rápido y desconsolado.
Y vuelvo a preguntarme ¿cuál es mi naturaleza que hace que desee lo que mi razón sabe que no puede ser?, ¿por qué estoy hecho de forma que por naturaleza el desconsuelo sea parte de mí?, ¿por qué me pregunto tantos “por qué” si sé de antemano que no puedo responderlos?. Sólo sé que lo que sé nada me aclara de lo mucho que no sé. Sólo sé que mi desazón, mi angustia y mi desesperanza son reales, y esta noche me han despertado y no me han dejado dormir. Y así lo he querido escribir. Nunca sé qué puede despertarme esta tristeza (a la que a veces creo que no tengo derecho), pero creo que esta vez ha sido el sonido de las olas del mar, una realidad que parece imperecedera.

El texto no tenía fecha ni nombre, así que no estoy seguro que fuera de la misma época que los documentos con los que lo encontré ni que fuera escrito por alguien cuya sangre circula por mis venas, pero así quiero creerlo.
Y esa alusión final al sonido de las olas del mar no hacía más que ratificar mi conexión con quien lo escribió, pues me recordó cuántas veces ese mismo sonido me inspiró sentimientos parecidos a los que expresa, y como hace años le había puesto de título “Las olas del mar” a una historia que le escribí a mis sobrinos (por cierto publicada en Obtentalia), queriendo reconocer con ese título la importancia que en mi vida siempre ha tenido el mar como símbolo de vida, de eternidad, de lo inevitable, y como realidad natural con la que puedo fundirme por un instante.

Por Cástor y Pólux.


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LA CRISIS QUE CADA VEZ ENTIENDO MENOS.
Por Pólux (04-08-2012)

La situación de crisis que estamos viviendo en España se va volviendo cada vez más insostenible. Después de escuchar a tantos políticos hablar de sus causas y a tantos analistas, nacionales e internacionales, parece que la única idea clara que sacamos de todo eso es que es imposible saber lo que está sucediendo. Un día el rescate es posible, pero días después nos aseguran que es inviable dado el volumen de la economía española. Un día parece que el Banco Central Europeo tiene clara su actuación para salvar la situación, pero días después parece que, obedeciendo intereses que no se muestran claramente y que no sabemos seguro si provienen de los propios países miembros de la propia Comunidad Europea, su intervención será más perjudicial aún y no es además su cometido. Se habla de inversores extranjeros, pero no sabemos bien quienes son ni a qué intereses concretos responden, porque sus intereses generales sabemos cuales son, ganar dinero aún a costa de arruinar un país entero.

La impresión es que no hay directrices claras. Impusieron al gobierno unos recortes asfixiantes, y se están realizando. Parecía que a base de sacrificios todo se arreglaría. Pero ya caben pocos sacrificios más y seguimos peor aún que antes (bueno, aún cabe un sacrificio más, el del desastre total). ¿Qué está pasando? ¿Nos están hablando claro o están jugando con nosotros?

Nos parece que la situación es seria y muy grave. El primer gobierno bajo el que nos sobrevino la crisis fue partidario de invertir y no recortar, creemos que con el convencimiento de que la crisis no tendría la fuerza y duración que tuvo. Lo cierto es que su política fue inútil. El segundo gobierno apostó por lo que parecía inevitable, recortes y más recortes, en un intento de irradiar confianza demostrando que sería capaz de hacer lo que fuera contra la crisis. Pero tampoco da resultados. Sí, sabemos que son resultados a medio y largo plazo, pero es que se nos acaba el plazo, es que acabaremos en la bancarrota antes de que las medidas den su fruto.

Pero lo más indignante es que la aptitud de nuestros políticos sigue siendo la misma desde el principio, la de tirarse los trastos unos a otros. ¿Por qué no han sido capaces de aunar esfuerzos en favor de este país? Todos los políticos, nacionalistas incluidos, de derechas e izquierdas, más o menos radicales, son culpables de no haber luchado con coraje por este pueblo. Y luchar con coraje es dejar aparte las diferencias políticas y trabajar codo con codo. Pero es muy fácil para quien no está en el poder, pues la culpa siempre será de quien gobierna. ¿Entonces para qué hay representatividad de tantos partidos? Y a la altura que estamos siguen culpándose unos a otros. El gobierno, se equivoque o no, necesita ayuda, no puede cargar solo con la responsabilidad de hundir un país que es de todos. Debe estar abierto a las demás fuerzas políticas y éstas al gobierno. Y eso no sucede. Los políticos se irán a su casa con sus vidas resueltas y nosotros sufriremos las consecuencias de su ineptitud, su cabezonería y su mal hacer. Creo que tenemos políticos de altura, pero otros es evidente que no lo son. Estamos convencidos de que los políticos que nos gobiernan deben estar haciendo lo que pueden, y además deben estar pasándolo mal. Pero eso no es excusa de nada.

Ahora hacen sus declaraciones los “ex” de todo, del banco central, de entidades que se encuentran hundidas en una situación de déficit, de ministerios, de vicepresidencias … Y no deja de tener cierta gracia que todos coinciden en lo mismo, no son responsables de nada. Sí, claro, la responsable será mi tía Frasquita, la que nos mandaba una carta al año hasta que dejó de hacerlo.

¿Y el pueblo? ¿Qué hacemos nosotros? Protestar. No queremos perder nada de lo que ya tenemos. Nadie quiere asumir el coste económico de la crisis y la falta de poder adquisitivo que ello supone. A los parados que les den, que les den el desempleo quiero decir, pero a mí que me dejen, que me dejen con todo lo que ya tenía antes quiero decir. Los políticos dicen que este país es solidario, pero yo no veo la solidaridad por ningún sitio. A nivel muy particular tal vez, pero ya está. La gran mayoría se echará a la calle de la mano de unos sindicatos que aún no sé lo que quieren. Sé lo que no quieren, porque están hartos de decirlo, pero lo que quieren, la forma de arreglar este desaguisado, la forma de arrimar el hombro, dar ideas que de verdad ayuden …, de eso no oigo nada. Eso sí, protestar, protestamos los primeros. Nos da igual que se hunda el mundo siempre que no nos coja a nosotros por medio.

Cada vez entiendo menos de la crisis, sólo sé que será cruenta conmigo, y más cruenta aún con otras personas, respecto de la que yo me consideraré un afortunado. Y eso que yo no dejo de ser un “pringao” diluido en la maraña de problemas de un barco lleno de “pringaos” que se hunde.

No quiero saber nada de políticos, ni de sindicatos, ni de funcionarios que no ven más allá de los privilegios injustificados que siempre han tenido, ni de gente que lo pasa mal, ni del drama de los parados (bueno, de algunos parados, porque todos conocemos a alguien que hace del paro su negocio)…, no quiero saber nada de nada, sólo quiero que dejen hundirme en paz.



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RECORDANDO "SUMMERHILL", por Pólux.


Un día, revisando una estantería con libros en segunda y tercera fila, encontré el libro de A.S. Neill titulado “Summerhill”, editado en 1960 por una editorial norteamericana. El que yo tenía era un ejemplar de la vigésima reimpresión (1982) de la primera edición en español (1963). El nombre completo del libro es “Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación de los niños”. Fue un regalo que le hice a quien hoy es mi mujer, pero también me lo hice a mí.
La escuela de Summerhill.

Alexander Sutherland Neill (17 de octubre de 1883 – 23 de septiembre de 1973 -90 años-) fue un educador progresista escocés, artífice y fundador de la escuela denominada Summerhill, siendo sobre todo conocido como entusiasta defensor de la educación en libertad.

Que el prólogo del libro fuese elaborado por Erich Fromm ya nos da una idea de su importante dimensión psicológica y pedagógica. “Summerhill” no era sólo el nombre de un libro, que tuvo relevancia en su momento y propició muchos debates, era sobre todo el proyecto educativo personal de A.S. Neill, una escuela privada con ese mismo nombre afincada en las cercanías de Londres, no integrada en el sistema educativo inglés dadas sus particularidades pedagógicas. La escuela Summerhill era un internado en el que convivían chicos y chicas de los cinco a los dieciséis años.

La primera vez que lo leí me llamó la atención sus novedosos y poco ortodoxos métodos, por otro lado llenos de fuerza y motivación. Básicamente se trataba de un método educativo basado en la libertad y el respeto, teniendo como premisa una fe sólida en la bondad del niño. Como dice Erich Fromm en el prólogo “El sistema de A.S. Neill es un punto de vista radical sobre la crianza de los niños […] En la escuela de Summerhill la autoridad no disfraza un sistema de manipulaciones.”

Hablar y recordar a estas alturas “Summerhill” me parece un anacronismo, tal vez por el tiempo que ha pasado en el olvido de mi memoria. En su día produjo muchas reacciones a favor y en contra. En teoría parecía un sistema coherente y basado en el desarrollo de cuestiones fundamentales, como la libertad, el respeto, la felicidad. Pero la práctica llevada a cabo fue muy criticada por determinados sectores, especialmente los más conservadores. Para que os hagáis una idea, entre las palabras que Neill dirige en 1959 a su editor Harold H. Hart, podemos leer lo siguiente: “En sus visitas a la escuela, dejó usted ver que su interés principal era hablarles a los norteamericanos de algo que había visto y amado, algo en lo que creía. Con lo cual ya formaba parte de la escuela. Vio todo lo fundamental y pasó por alto, con razón, todo lo que carece de importancia, por ejemplo, el desaseo de los niños felices.” No todos los padres pueden asumir con tranquilidad que sus hijos sean felices pero unos “guarretes”. Hay ejemplos en su libro aún más radicales, como la toma de decisiones y la elaboración de normas por los propios alumnos, o la libertad de asistir o no a clase. Neill era así, le importaba lo esencial, la felicidad, y en eso trabajaba, lo demás vendría por sí mismo.

Veamos un poco mejor el eje fundamental del sistema educativo, psicológico y pedagógico de Neill en sus propias palabras introductorias del libro, sinceras y elocuentes:

A.S. Neill educando a sus alumnos.
“Desde que dejé la educación y me dediqué a la psicología infantil, tuvo que tratar con toda clase de niños: incendiarios, ladrones, embusteros, niños que se orinan en la cama, niños de mal carácter. Años de intenso trabajo en la enseñanza de niños me han convencido de que sé muy poco relativamente de las fuerzas que motivan la vida. Pero estoy convencido de que los padres que sólo han tenido que tratar con sus propios hijos saben mucho menos que yo.”
“Precisamente porque creo que un niño difícil es casi siempre difícil por el tratamiento equivocado que se le dio en el hogar, me atrevo a dirigirme a los padres.”
“¿Qué es el campo de la psicología? Sugiero la palabra curación. ¿Pero qué clase de curación? No quiero que se me cure de mi costumbre de preferir los colores naranja y negro; ni quiero que se me cure de la costumbre de fumar, ni de mi gusto por una botella de cerveza. Ningún maestro tiene derecho a curar a un niño de hacer ruido con un tambor. La única cura que debe practicarse es la de curar la infelicidad.”
“El niño difícil es el niño infeliz. Está en guerra consigo mismo y, en consecuencia, está en guerra con el mundo”.
Ahora comprenderemos mejor qué quería decir Erich Fromm al usar la palabra radical al referirse al sistema de Neill, o qué quería decir éste al usarla en el nombre (subtítulo) del libro.

Neill relata en su libro multitud de casos prácticos sucedidos en su escuela. Habla mucho sobre el castigo y como ésta hace más mal que bien. Un señor que viene a decirle a los padres cómo tienen que educar a sus hijos, y que además les reprocha el uso indiscriminado del castigo, que sólo refuerza los malos hábitos de los niños, de los que además les hace responsables, no es un señor que a priori vaya a cosechar muchas simpatías, al menos las de los padres. Pero nunca pareció que eso importara a Neill, siempre fiel a su sistema y convencido totalmente de sus ideas.

La verdad es que durante muchos años le perdí la pista al proyecto de Neill, hasta que volví a ver su libro escondido en la estantería, y entonces averigüé que aún funciona Summerhill, y que actualmente la directora es su hija Zoë Neill Readhead.

Cuánto creo que se equivocó Erich Fromm al asegurar en el prólogo, denotando un verdadero optimismo antropológico y refiriéndose al sistema educativo de Neill, que “Con el tiempo, sus ideas serán generalmente admitidas en una sociedad nueva en la que el hombre mismo y su desarrollo sean el fin supremo de todo esfuerzo social”. Tal vez tenga razón y es que haya que esperar aún mucho hasta que la sociedad madure lo suficiente como para admitir y fundamentar su razón de ser en esas premisas, pero yo personalmente creo que no, que los fundamentos de la sociedad y del proyecto de Neill son inicialmente incompatibles. Pero esto es sólo una idea que por supuesto no compartiría Neill y que intentaría rebatir seguramente, si pudiera, invitándome a visitar Summerhill.

Sistema asambleario propio de las llamadas escuelas
 democráticas, como la de Summerhill.
Sin entrar a valorar su metodología, lo cierto es que suscribo totalmente la idea básica de A.S. Neill de que la educación tiene que ser una educación para la vida, para obtener la felicidad, en definitiva, para aprender a vivir. Frente a este tipo de educación tan esencial e importante, tan útil para la vida, pierde relevancia la educación institucional basada en conocimientos que rara vez tienen algo que ver con saber desenvolverse en la vida. Cierto que son dos tipos de educación diferentes, y que ambas pueden ser necesarias, pero nuestro sistema educativo obligatorio ignora totalmente la educación para la vida.

Con los padres y los hijos sucede otro tanto de lo mismo. Muchos padres creen que ya les dan bastante a sus hijos procurándoles los bienes básicos (comida, ropa, dinero para el fin de semana, etc.), comodidades, una educación en la que invierten mucho dinero, en fin procurándoles todo aquello cuanto podrían necesitar, es decir todo aquello que puede pagarse con dinero y por tanto no requiere más esfuerzo que el que les requiere el trabajo para ganarlo. Pero pocos son los padres que se interesan verdaderamente por enseñar a sus hijos a vivir, a superar los problemas que se encontrarán en la vida, a suplir con una educación personal las deficiencias del carácter que crearán dificultades a sus hijos para afrontar la vida y ser felices. A cada hijo hay que darle lo que necesita, sin falsas ideas de igualitarismo. A quien más necesita más hay que darle. Los padres tienen que ser educadores, psicólogos y pedagogos, por eso es tan difícil ser padres. Cuando se piensa en tener un hijo se suele imaginar lo bonito y gracioso que es un hijo pequeño, y se cree que es un acto de responsabilidad asumir los gastos extra que ese hijo supondrá y los sacrificios que se harán para poder mantenerlo. Pero pocas veces se piensa en cómo educarles en libertad, cómo respetar su personalidad, cómo ser capaces de prepararles para una vida positiva y feliz. Y creo firmemente que muchas veces la tragedia de los hijos son sus padres, incapaces muchos de ellos de entender todo esto. Los niños chicos son como los perros, nos siguen a todas partes, dependen de nosotros, y hay padres tan inconscientes y crueles que creen que eso es gracioso. Y me podrán decir ¿qué culpa tienen los padres?, ¿por qué han de ser psicólogos? Y yo diré, ¿y cuál es entonces la culpa de los hijos? Ni siquiera tienen culpa de haber nacido, aunque para algunos padres tampoco es su culpa, aunque eso no es más que la negación de lo evidente, no querer asumir una responsabilidad de la que ni siquiera fueron conscientes cuando la adquirieron.

Mi recuerdo para A.S. Neill, quien introdujo a más de una generación en esa manera tan positiva de entender la educación, e hizo a muchos de sus lectores que deseáramos en algún momento el haber podido pertenecer en nuestra infancia a esa escuela tan especial llamada Summerhill, tal vez una fantasía, pero siempre un agradable sueño.


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MENTE Y ALMA, por Pólux.

El cerebro es un órgano fascinante. Nos hace humanos, pues en él surge la razón y la consciencia. Cómo ello sucede es un misterio por cuanto lo ignoramos, pero que en él residen dichas características humanas es innegable. No hay más que observar la merma de facultades que ocurre cuando un problema físico lo altera (una enfermedad, un traumatismo, etc.). Es impactante ver a alguien incapaz de razonar, de comprender o de conocer tras un accidente en el que se haya visto afectado el cerebro, pero aún lo es más asistir a un cambio de su personalidad. Podemos claramente presumir que el pensamiento y la consciencia surgen de la estructura material que forma el cerebro, pues una afectación de ésta determina sus capacidades como hemos visto. El mecanismo por el que esto sucede así se oculta a nuestra comprensión, pero parece obvia la relación.

Nuestra espiritualidad la conforman las capacidades abstractas, mentales, que surgen de ese cerebro material. Pero la existencia de algo más allá me parece injustificada, como por ejemplo el concepto de alma. El trasfondo religioso o filosófico que sustenta ese concepto es su única justificación. Sólo tenemos experiencia de que al morir, o al verse afectado el cerebro como antes hemos referido, las capacidades espirituales desaparecen. Que haya una conciencia o alma que subsista es algo que no se puede constatar, y que, por tanto, sólo puede imaginarse. Y la imaginación no es razón para argumentar o demostrar.

No voy a negar que sea posible que el cerebro tenga capacidades que no se muestran de manera directa, y que ciertas personas puedan tener algunas capacidades "extra". Pero que exista un alma independiente que subsista al cuerpo es ir mucho más allá. Yo no tengo ninguna experiencia de ello, ni conozco a nadie que la tenga. Eso sí, conozco a mucha gente que dice tenerla, que existe, pero hasta ahora siempre verifico que es una creencia, pues no demuestran nada. ¿Por qué esa necesidad de creer en cosas indemostrables, de dar una dimensión trascendente a todo? Tal vez se me tache de materialista, de hacer uso de un racionalismo empírico que también determina mi forma de ver las cosas, pero creo que tiene más valor hablar de aquello que veo y puedo conocer que de lo que no puedo ver ni conocer.

Aún no tenemos conocimientos suficientes como para comprender suficientemente el funcionamiento del cerebro, así como la emergencia del pensamiento abstracto a partir de la materia que forma ese órgano. Es posible por tanto que algún día podamos entender esa relación mente-cerebro. Creo que es más positivo indagar en ese sentido que no en una trascendencia de la que no tengo experiencia alguna, en un dios al que no accedemos los que no lo vemos.

Por Pólux. 



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PREJUICIOS Y EXPECTATIVAS.



Siempre andamos esperando de los demás, creándonos expectativas nada realistas acerca de otros. Y son poco realistas porque son “nuestras” expectativas, con “nuestros” parámetros, sobre algo que no es nuestro y no se puede medir con nuestros parámetros. ¿No será, pues, poco realista y estará equivocada nuestra expectativa?. ¿Por qué nos empeñamos en esperar de otra persona el comportamiento que sólo nosotros, con nuestros condicionamientos, creemos que debe tener? A veces los humanos somos tan cortos de miras... Actuando así sólo conseguiremos sentirnos defraudados cuando el otro no haga lo que esperamos, es decir, no cumpla nuestras expectativas. ¡Como si el otro tuviera que vivir mirándose en nosotros, o bajo nuestros criterios!. ¿Puede haber mayor necedad? (seguro que sí, si indagamos un poco). ¿Por qué nos empeñamos en meternos en la vida de los demás, cuando además, generalmente, no nos gusta que se metan en la nuestra? Andamos siempre utilizando el doble rasero. Pero eso nos da una medida de nosotros mismos.

            La mente humana es una poderosa herramienta, pero lo mismo que la hace poderosa la hace débil. Es como la actitud inteligente de analizarlo todo y no presuponer nada. Principalmente ayudará a tener una concepción más clara del mundo y de la realidad, a conocer los propios límites, a sacar conclusiones más fiables y operativas, a tener criterio propio, pero en ocasiones retrasará la comprensión de determinadas circunstancias respecto del ignorante, quien incapaz de una mirada reflexiva opera de forma inmediata e irreflexiva con su prejuicio pero acierta.
            El prejuicio existe porque es una de las mil maneras en que la mente se vale de una simplificación de la realidad para ser más operativa. Por la misma razón que existe el prejuicio somos también capaces de reconocer formas aún estando incompletas (por ejemplo ver un disco donde sólo hay dos arcos de circunferencia, una capacidad más valiosa de lo que parece), o de mirar la realidad sin que un aluvión de estímulos colapse nuestro pensamiento, o de tener expectativas que nos ayuden a afrontar los posibles peligros futuros con más seguridad. Creo que la mente “simplifica” dentro de unos límites de fiabilidad para operar con más rapidez y seguridad. Es como si hubiera llegado a un cierto equilibrio entre la fiabilidad de interpretar el mundo y la capacidad de operar con rapidez frente a él, si es muy fiable es menos operativa (por la cantidad de datos y elaboración de ellos que sería necesaria), y si es muy operativa empieza a ser poco fiable (por los pocos datos a tener en cuenta o la poca elaboración de ellos).

            El prejuicio, como la expectativa, además de simplificación es una elaboración mental en la que se toman elementos pasados de nuestra experiencia para extrapolarlos al fututo y estar preparados frente a éste. Pero eso cuando sea necesario, no siempre, que es lo que los hace inútiles. Cuando no tenemos otros elementos, nos hacemos una idea de otra persona con los elementos que tenemos a mano (prejuicio, expectativa), pero cuando ya tenemos conocimiento propio huelgan las proyecciones y las reducciones que suponen dichos prejuicio y expectativa.

            Aceptado que entendemos que así, fundamentalmente, funciona nuestra mente, tendremos en cuenta la fabulosa capacidad de autorregulación de ésta, no sólo en los procesos de los que no somos conscientes, sino también en los conscientes, y especialmente éstos, porque nos dan la posibilidad de modificar o flexibilizar algunos parámetros mentales adaptándolos a la funcionalidad que queremos. Es decir, podemos ejercer la voluntad para modificar determinadas operaciones mentales que hacemos automáticamente por comodidad pero que se pueden optimizar. Y una de ellas es el prejuicio. Lo malo de éste no es que exista, porque hay una razón para ello (el motivo antes referido sobre la operatividad de la mente), sino que su función se automatice hasta el punto de dejar de ser operativa. Hay que analizar cada situación y saber cuando un prejuicio puede ser utilizado para obtener una compensación de la simplificación mental que supone, pero no usarlo de forma indiscriminada, como manera de conocimiento, porque sólo conseguiremos ser crueles con otras personas a las que sólo conoceremos por las etiquetas que les pongamos o les hayan puesto otros.

            Con las expectativas que nos creamos sobre los demás ocurre algo similar a lo que sucede con los prejuicios.

Sí, nuestra especie es inteligente, pero también necia desde el momento en que no sabe gestionar su inteligencia. Lo peor de ser necio es que cuando lo somos no nos damos cuenta, y si nos damos cuenta de que lo estamos siendo y no cambiamos … entonces ya es que somos … ¿idiotas sería la palabra?. La mejor actitud frente al necio, la ignorancia, y frente al idiota, la lejanía.

Creo que nadie querría estar con gente que nos va a valorar o a querer no por lo que seamos capaces de demostrar, sino por la idea preconcebida que tengan sobre nosotros. ¿A que así conocemos a mucha gente y a mucha familia? Pues cuidado, porque a veces esas personas … somos nosotros mismos.



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COSMOLOGÍA Y DIOS, por Pólux.


Las ciencias del espacio me resultan apasionantes (entre ellas especialmente la astronomía, la astrofísica y la cosmología). Su objeto está en pleno descubrimiento. Asistimos, pues, a algo totalmente nuevo y diferente. En general las demás ciencias tienen su objeto definido. El cosmos es aún un objeto por definir, extraño y ajeno por lo que de diferente tiene a aquello hasta lo que hace muy poco ha sido lo único conocido, la Tierra. Es además el banco de pruebas de las ideas y teorías más avezadas que ha creado el hombre, desde la cotidiana pero no por ello incomprensible gravedad hasta la extraña y desafiante mecánica cuántica. Mientras más conocemos más conscientes somos de lo poco que podemos explicar. Porque la física, piedra angular de la astronomía, es una ciencia descriptiva, pero no explica el cosmos, su origen último o su razón de ser, porque realmente no sabemos qué es eso tan distinto llamado cosmos o universo. Éste es un objeto exótico para nosotros, porque nuestra experiencia durante milenios ha sido la que tenemos en este ínfimo coto llamado Tierra. Y de pronto, desde hace menos de cien años descubrimos un objeto totalmente distinto a lo que nos tenía acostumbrados la experiencia. Ésta supone el principal aporte de conocimiento del mundo material que nos rodea. No teníamos experiencia de la ingravidez, ni de las fantásticas medidas que imperan en el cosmos, ni de las consecuencias de las teorías surgidas para explicarlo, como la relatividad general o la mecánica cuántica. La intuición ya no sirve para comprender el universo, todo es nuevo y distinto y sólo puede entenderse si nuestra mirada es nueva, abierta y flexible. Es curioso, éstas son las mismas características que nos ayudan a comprender y entender el mundo cercano al que estamos acostumbrados. Y es que son las únicas características válidas para comprender sin suponer, para juzgar sin prejuzgar.

Me fascina el cosmos. Es un regalo constante para nuestra mente y nuestros sentidos. Hemos descubierto lo inimaginable, soles con una masa imposible de comprender, planetas gaseosos con vientos inconcebibles, galaxias lejanas con núcleos activos capaces de emitir impensables cantidades de energía, agujeros negros con propiedades simplemente imposibles, un universo que se expande de forma acelerada sin que haya motivo aparente para ello, y tantas otras cosas … Sólo una visión abierta, muy abierta, puede aceptar hechos tan peculiares a los que no estamos acostumbrados. Cuando intentamos comprender el universo en expansión nuestra mente igualmente se expande para comprenderlo. Es como si fuéramos niños empezando a mirar al mundo, fascinados por cualquier nimiedad, porque antes que ser nimiedad es novedad.

Cierto es que cualquier ciencia necesita de una mirada nueva para descubrir y avanzar en el conocimiento, pero en la cosmología además lo que descubrimos nos deslumbra por ser algo totalmente nuevo e inimaginable, superando a la más activa imaginación. Hay quien tras ello ve a Dios. Pero siempre lo ve detrás, nunca delante. Yo sólo veo algo inexplicable.

Cuando levantamos una piedra nueva, como en este caso el descubrimiento del cosmos, nunca encontramos a Dios, pero nos abre nuevos horizontes al final del los cuales puede pensarse que sí esté Dios. Y así vamos levantando piedra tras piedra, y Dios siempre está un poco más allá. ¿Por qué Dios siempre está más allá y nunca más acá? ¿Por qué no hay experiencia directa y objetiva de Dios? Lo desconocido que veo en el cosmos es sólo desconocido, ¿por qué tengo que darle una explicación tan extraña como Dios cuando simplemente puedo aceptar que no sé lo que es? Durante milenios no se ha sabido qué era el sol, y se podían adoptar dos posturas, o se le daba una explicación religiosa, es decir, se explicaba como un Dios, el Dios Sol, o simplemente se aceptaba no saber lo que era. Creo que es sólo la necesidad psicológica humana de tener todo bajo control la que le lleva a tener que explicarlo todo, aunque se recurra a la extraña y ajena idea de un Dios, antes que aceptar el desconcierto que puede suponer el desconocimiento.

Yo, personalmente me pregunto ¿por qué crear un sistema ideal para explicar lo que desconozco, del que ninguna experiencia tengo, que no se me muestra de ninguna forma, que incluso choca con los más básicos principios de mi razón, cuando simplemente puedo aceptar que hay cosas que desconozco? Dios es el sistema ideal para explicar lo que desconozco, pero yo no puedo aceptarlo, sólo puedo decir que lo que desconozco lo desconozco. En este planteamiento Dios no tiene cabida. Sólo ve a Dios quien quiere verlo, y sólo no lo vemos quienes no queremos verlo. Cada uno tenemos nuestros argumentos, y los míos me parecen mejores, no porque realmente sean mejores, sino porque son míos. Creo que Dios fue la explicación que dieron los primeros hombres a la muerte y a lo desconocido, y ello les dio seguridad y ánimo para afrontar la vida. Pero hoy se me antoja un anacronismo enquistado en la mente de unos hombres que, si bien han evolucionado mucho en conocimiento, no lo han hecho en sus necesidades psicológicas.



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LA VERGÜENZA DE SER HUMANO, por Pólux.

Vergüenza. Siento vergüenza de ser persona.

El ser humano es capaz de la mayor bondad pero también de la mayor maldad. Creo que está en nuestra naturaleza. Pero cuando tenemos conocimiento de un acto deplorable, de una maldad y crueldad extremas, no podemos dejar de sentir vergüenza.

La noticia de una matanza de niños en Siria (da igual el lugar), además de otras personas, llega hasta nosotros como otra cualquiera más, el tiempo, el tráfico, la economía o los deportes. ¿Cómo puede hacerse algo así? Las ideologías o las circunstancias políticas son en realidad irrelevantes, aunque parezcan un motivo. ¿Quién lleva a cabo una matanza como ésa? Personas. Da igual su ideología, sus razones. Da igual todo. ¿Qué argumento puede haber para quitar la vida a personas indefensas, ajenas a los motivos del ejecutador? No lo hay. Sólo se trata del acto de un carácter descentrado y enfermizo: la falta total de empatía, la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro. Aun concediendo que quien hace algo así pueda hacerlo por una alteración de su carácter de la que no es consciente, aun entendiendo eso, no cabe justificación. ¿Qué pasa por la cabeza por alguien como yo para justificar en su intimidad que lo que hace puede hacerse? Nada, absolutamente nada justifica actos como esos.


Pero hemos de entender que quien hace esas cosas no es un monstruo, no lleva una marca en la cara, o tiene una forma de ser que denote claramente su locura. No. Son personas con una vida normal, con un carácter normal, pero que en una situación extrema se vuelven extremos. ¿Seremos nosotros una persona como ésa? Queremos creer que no, pero no lo sabemos porque no hemos estado en esa situación. Es más, alguien normal puede hacer una atrocidad como esa matanza, y después volver a llevar una vida normal.

Ya en la segunda guerra mundial, o en la guerra de los Balcanes, o en más de una guerra civil africana sucedió lo mismo. Se repite. Nos indignamos, nos rasgamos las vestiduras, lloramos, la emoción nos destroza, pero vuelve a suceder. La naturaleza humana sigue siendo la misma. ¿Cómo evitar que sucedan cosas así? No lo sé. Porque parece que estamos concienciados de la atrocidad que supone pero más tarde o más temprano vuelve a suceder.

Y me pregunto, ¿sería capaz yo de hacer algo así? Mi respuesta, como la de cualquier otro a quien se le preguntara, sería: “Pues claro que no”. Pero si preguntamos a todo el mundo y todos contestan lo mismo, ¿quién es entonces el que hace esas cosas? Nadie en un estado de normalidad haría algo así. El problema es estar en una situación extrema. Ésa es la explicación, aunque nunca la justificación.

Somos lo que somos, capaces del sentimiento más sublime y del acto más cruel, porque lo que permite ambas cosas es lo mismo, la capacidad de decidir y la posibilidad de llevar a cabo lo decidido (la capacidad de pensar). Las normas morales no son un freno más que en el ámbito social, donde la reprobación de los demás supone una limitación real. Pero en el ámbito individual todo es posible. Y si la cruel perspectiva individual encuentra amparo colectivo en otras personas que no la censuran, y que participan, entonces suceden las cosas que tan horribles e inconcebibles nos parecen, como la matanza en Siria de la que me hacía eco.

Nos cuesta aceptar que personas como nosotros hagan esas cosas, y nos cuesta porque no podemos admitir ser como ellos. Pero aceptarlo es el primer paso para encontrar el camino que nos lleve a poder evitar esos comportamientos. Cerrar los ojos no sirve para nada. Ya lo hemos hecho muchas veces.

Siento una doble vergüenza, una por pertenecer a una especie tan cruel, y otra por pertenecer a una especie que mira a otro lado porque no acepta su naturaleza.




“A” O UN INTENTO VANO DE EXPLICAR LO INEXPLICABLE, por Pólux.

        Hace ya más tiempo del que me gustaría escribí "A". Era (¿o debiera decir "es"?) un compendio de lo que no se puede compendiar, un intento por explicar lo que no puede explicarse. Pretendía ser todo y nada, de ahí su nombre “A”. Y ya no puedo seguir sin puntualizar.

        El uso en la primera frase de este escrito del adverbio "ya" matiza en su temporalidad el hecho que se describe. "Hace más tiempo del que me gustaría ..." ubica en el pasado el hecho, pero "Hace ya más tiempo del que me gustaría ..." ubica tal pasado en relación a un presente inmediato, es decir, relativiza y condiciona la apreciación de ese pasado a la perspectiva o subjetividad del momento presente, es entendido desde el presente "ahora", dejando abierta la posibilidad a la interpretación que en cada uno de todos los presentes que son cada instante en el tiempo, pueda tenerse de un hecho pasado. Lo que somos en cada instante condiciona ese presente. Es esto algo tan obvio que parece caprichoso haberlo expresado. Pero así tal vez consiga que no se me olvide lo obvio.

        ¿Cómo puede compendiarse lo que no compendiarse puede, o explicarse lo que se define sin explicación?. En realidad esto no es más que un juego de palabras para referir lo que no puede referirse con palabras, de ahí la dificultad de escribir “A”. De lo inexplicable no significa que no exista explicación porque no tenga una causa, sino porque no se le conoce. Y aunque no pueda explicarse sí puede describirse. Y creo que eso era (¿o "es"?) lo que hacía en "A", describir como única vía de explicación.

        El uso del "se" impersonal que he hecho en lo escrito me parece injustificado, injusto (aunque insustituible). Nada de lo que he escrito es impersonal, más bien todo lo contrario, muy personal. Y el impersonal, por impersonal, generaliza. Y generalizar lo personal, subjetivo y particular es injustificado e injusto. Injustificado porque de una cosa no se sigue la otra, e injusto porque ni por un lado puede imputarse a los demás lo propio de alguien, ni por otro puede alguien perder lo propio imputándoselo a los demás.

        Sólo quería con esto demostrarme una vez más el acervo que encierran las palabras, la dificultad para expresar los sentimientos con letras, lo justificadas que pueden llegar a ser las licencias que a veces se toman en las expresiones lingüísticas como forma de matizar el sentido estático y pétreo de las palabras para acercarlo lo más posible a la plasticidad del pensamiento, de la imaginación, de lo que la palabra no es pero intenta referir.

        “A” lo es todo, porque todo lo pretende, pero también nada, porque nada consigue, aunque tal vez el mero intento sea ya un logro. Sólo sé que siempre acabo donde empecé, porque en realidad la contradicción dialéctica expresada en este escrito no existe más allá de él. Incluso podría generalizar diciendo que la contradicción no existe, pero las razones para ello serían más bien objeto de otro comentario.




LA CASUALIDAD, por Pólux.


   ¿Qué es la casualidad?, ¿Dónde vive?, ¿Duerme en algún momento o está siempre despierta? Sí, pueden parecer jocosas estas preguntas, pero con ellas quiero hacer ver como conceptualmente personalizamos lo impersonalizable, cómo convertimos en esencia hechos pura y simplemente cuantificables, cómo tendemos a dotar de transcendencia lo intranscendente.

   Pero ante de seguir veamos las principales definiciones de casualidad:
1- Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.
2- Acontecimiento fortuito.
3- Suceso imprevisto cuya causa se ignora.
4- Combinación inesperada de circunstancias.

   El significado segundo ya está englobado en los demás, y su generalidad lo hace aplicable a casi todos los hechos, así que lo suprimimos porque no nos aporta nada nuevo.
Casualidad como relación mental.

     Lo que tienen en común todas las definiciones es el carácter imprevisible e inesperado. Y esa es la esencia de la casualidad. Si lo pudiésemos prever o esperar no lo llamaríamos casualidad, sino conocimiento. Sin embargo a veces se piensa que hay una razón más o menos oculta para que las casualidades ocurran. Hay quien dice “las casualidad no existe” por que piensa que hay una razón detrás de ella para que tenga lugar. ¿Y por qué nos preguntamos eso? Una razón oculta es otra cosa, es una conspiración, una mano negra, un dios que maneja los hilos, pero no un hecho fortuito.

     La definición 3 añade un término distinto al de las otras definiciones, la  causa. Pero según sostengo, si hay una causa detrás (siempre que no entendamos genéricamente causa como devenir de la existencia) ya no se trata de una casualidad, sino de una causalidad.

Esta estructura no es casualidad
porque no es posible.
   Casualidad es la palabra que usamos para designar una relación mental y subjetiva que hacemos de hechos que simplemente suceden. Y podrán decirme ¿y por qué suceden esos hechos y no otros? La respuesta es simple: porque los hechos devienen, por la naturaleza contingente del devenir. Es más, es que algún hecho ha de devenir (si no no estaríamos aquí), y tan probable e improbable es uno como otro. Lo que sucede es que mientras más improbables nos parecen los hechos menos creemos que la casualidad sea una mera relación mental de hechos distintos e inconexos.

   Todo lo que sucede lo hace por que puede suceder. Y si puede suceder es posible (por definición), por improbable que resulte. Pero evidentemente lo muy, muy, muy improbable no hace lo imposible. Otra cosa es que a nuestra mente le llame la atención y le ponga nombre (casualidad).

   Sí, conozco muchas de esas historias que cuentan de casos extrañísimos y sucesos que suenan alarmantes, inquietantes e inexplicables. Sí, pero ¿son posibles o no? Lo que no sea posible habrá que estudiarlo y caracterizarlo, para comprenderlo, pero nunca llamarle casualidad. En este sentido podríamos decir que la casualidad, entendida, deja de ser casualidad.

     Cuando le damos un sentido determinante en nuestras vidas a palabras como casualidad, destino, azar o sino, es decir, les atribuimos una cierta función de guía, hablamos de algo más parecido a la religión que a la contingencia, y por tanto habrá que tratarlo desde el punto de vista religioso, como algo más allá de nosotros que nos influye y origina, pero no como una casualidad.

   Con la palabra destino sucede algo parecido. Cuando decimos “el destino ha querido que esté hoy aquí en este preciso momento” parece que manifestamos una cierta intencionalidad que posibilita el que eso sea así. Sin embargo, cualquier situación de cualquier momento es igualmente improbable por la cantidad de sucesos que tienen que darse para que se cumpla (desde la formación del planeta, la evolución animal hasta hoy, las circunstancias sucedidas desde mi nacimiento, las circunstancias sucedidas a los demás que hayan podido influirme …), pero sin embargo algo sucede, algo deviene, sólo porque existimos. A ese hecho improbable llamamos destino no por lo de improbable que tiene, sino porque algo en él nos llama la atención. Pero ésta es ya una apreciación subjetiva, una relación mental.

   Por lo tanto sostengo que casualidad es un término que alude a la relación mental que hago de hechos distintos y diferenciados, pero que por sí mismos no tienen más relación que la de suceder. Si después vemos que hay algún sentido detrás de esa casualidad dejará de llamarse casualidad para adoptar el nombre que lo caracterice.

   La casualidad sólo existe en nuestro pensamiento, como interpretación de los hechos, no en la realidad de los hechos sucedidos. Lo que sí parece es que tenemos una tendencia innata a ver causas por todas partes. Prefiero llamar desconocido a lo que no conozco que no atribuirle una causa que tampoco conozco. Me parece que lo contrario es complicarse la vida.




SOBRE LA VERDAD, por Pólux.

La verdad es un concepto conflictivo, principalmente por su posible carácter absoluto o relativo, o tal vez por ser ambos a la vez, según se aplique. No voy a discutir eso aquí. Quiero tratar dos juicios sobre la realidad que creo suelen operar subliminalmente a la hora de aceptar el carácter absoluto de la verdad. Serían pues, más bien, dos prejuicios. Hay otros que operan de igual forma para aceptar la idea relativa de la verdad, pero ahora sólo me centraré en aquellos dos. En general, y a pesar de la concesión a lo relativo que hacemos al entender que cada uno “ve” su verdad de lo sucedido, creo que estamos acostumbrados a entender tal verdad principalmente de forma absoluta. Veamos dichos dos juicios (o prejuicios).

Por una parte vemos que los hechos elementales que suceden a nuestro alrededor son incontrovertibles, entendiendo por hechos elementales sucesos empíricos definidos por pocas y objetivas reglas conocidas que no necesitan una previa elaboración mental para su aprehensión. Abro la mano con la que sostengo un vaso y éste cae y se rompe. Hecho sujeto a una conocida regla elemental de la naturaleza, la gravedad, que no necesita ser conocida expresamente ni interpretada en forma alguna para entender lo sucedido. Sólo es necesario captar el hecho para que sea aprehendido, de ahí su objetividad. ¿Alguien pondría en duda lo que ha pasado? ¿Cabe más interpretación que la de constatar lo que ha sucedido? Parece que hay algún tipo de experiencia, como la del vaso, que acontece en términos absolutos por lo que de objetivo tiene. Y es en esta aseveración donde radica el prejuicio y el error en el que se fundamenta. Más adelante volveremos a la diferencia entre lo objetivo y lo absoluto. Podíamos caracterizar este primer prejuicio enunciándolo de la siguiente forma: hay hechos objetivos que, por su independencia del sujeto, parecen existir por sí solos, y parecen ser, por tanto, absolutos. La existencia del hecho objetivo nos puede hacer pensar que existen realidades independientes de nosotros, no sujetas a nuestra observación. Y pensamos que por tener realidad independiente son absolutos. La existencia independiente del sujeto no significa que no dependa de otras leyes o entidades principales (como la naturaleza física), ni que por ello sea ilimitada o completa por si misma.

          Por otra parte la tradición de nuestro pensamiento colectivo, marcadamente influido y consolidado en los principios de la religión cristiana, ha conformado en nuestro acervo cultural la idea de lo absoluto como premisa de nuestra forma de pensar. Nos hemos desarrollado con la idea de lo absoluto, como también con otras muchas, porque es en la relación social donde nos hemos hecho. Con esto sólo quiero decir que solemos aceptar la idea de lo absoluto de una forma natural. Y no está de más examinar las ideas que forman parte de nuestra cultura a fin de analizar prejuicios inconscientes imperantes en nuestro sustrato mental. No es que la idea de absoluto tenga que tener un origen inconsciente, pues puede aceptarse como consecuencia de la reflexión, pero debemos analizar si subyace o no de forma inconsciente. Y creo que no es difícil aceptar que en nuestra cultura, y por lo antes dicho, tenemos tendencia a aceptar de forma natural la idea de absoluto. Sólo quiero hacer notar que podemos analizar esa idea, sin presuponer, para ver a que conclusión llega cada uno. Si presuponemos seremos presa de posibles ideas erróneas y llegaremos a conclusiones infundadas. Podíamos caracterizar este segundo prejuicio enunciándolo de la siguiente forma: aceptamos de forma natural y sin reflexión previa la idea de lo absoluto porque previamente aceptamos de forma natural un concepto de lo absoluto, la idea de Dios, en mi opinión, también sin reflexión previa.

El término objetivo sólo hace referencia al objeto en si mismo, a lo que existe fuera del sujeto que lo conoce y de los juicios de éste, es decir, lo opuesto a lo subjetivo, y el término absoluto hace referencia a la naturaleza independiente, ilimitada y completa de lo que existe por si mismo, por tanto excluyente de relatividad. Son dos concepciones en niveles de realidad distintos que, sin embargo, creo que a veces confundimos.
De lo objetivo tenemos experiencia real, empírica, podemos, pues, caracterizarlo. De lo absoluto no podemos tener ese mismo tipo de experiencia, pues nada existe objetivamente que cumpla sus requisitos. Eso sí, podemos imaginarlo, pensarlo, causarlo y creerlo. Pero esto nos llevaría a otra discusión, la de la antigua lucha entre lo empírico y lo mental o espiritual.

En resumen, no se trata de poner en duda la idea de lo absoluto, sino de descubrir dos de los aspectos que suelen funcionar de forma inconsciente en la mentalidad colectiva de nuestra cultura actual, remanentes de otras épocas con otras mentalidades, a fin de cuestionarlos para validarlos o no como argumentos legítimos. Pero eso es ya decisión de cada uno.





PROPAGANDA POLÍTICA, por Pólux.

     Es inherente a la propaganda política hacer promesas más allá de lo realmente factible, porque ya la realidad dará motivos para incumplirlas. Al político, en campaña, obviamente le importa más el presente que el futuro, porque el presente es realidad palpable y el futuro promesa por incumplir, por eso en el presente todo se puede prometer con un coste político mínimo. Si atendemos a la praxis consolidada, sin tener en cuenta el carácter ético de la actuación política más que por su resultado -"bien está lo que bien acaba"-, no podemos juzgar la eficacia de un partido por las promesas que incumple, sino por los logros que obtiene.
     Es el juego político y sus reglas no escritas. Y solemos aceptarlo para nuestros simpatizantes pero no para nuestros "contrincantes". Solemos achacar a la clase política comportamientos inadecuados y generalizamos sobre su esencia interesada y su falta de ética, olvidando casi sin darnos cuenta nuestra responsabilidad en todo ello tanto como individualidades como ciudadanía, pues en gran medida la radicalización de los partidos es el reflejo de la radicalización de la sociedad. Damos y nos dan. Somos y son. Una dirección con dos sentidos. Y a veces sólo queremos o sabemos ver uno de ellos.

1 comentario :

  1. Cada día aprendo algo nuevo de tus comentarios. El de la escuela me ha encantado. No tenía ni idea, nunca lo había escuchado. Perdona mi ignorancia. Espero seguir aprendiendo. Gracias. Muaaak!!!

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