CÓMO PASAR LA ITV Y APRENDER SOBRE EL
CARÁCTER HUMANO.
Por Pólux (24 de agosto de 2014)
Ayer
sábado era el día tope para someter mi vehículo a la Inspección Técnica de
Vehículos, más conocida como ITV. Semanas antes había conseguido mi cita para
ese día, a las 7:50 horas, bien tempranito. Lo prefiero, así pienso que tardaré
menos. Un 23 de agosto, a las 7:50 horas, sábado, y en la provincia de Sevilla
(medio vacía por las vacaciones), me pareció el plan ideal para evitar colas,
esperas y aglomeraciones.
A las
7:35 entraba en el recinto con mi vehículo, y ¿qué me encuentro?, pues colas,
esperas y aglomeraciones. ¡Por Dios, cómo puede ser!
Con las
oficinas aún cerradas estaríamos esperando unas veinte personas, si no más. De
pronto se acercó un señor y rompió la monótona tranquilidad que respirábamos
diciendo con ímpetu “¿quién es el último?”. Le miré y le dije que yo era uno de
los últimos en llegar, pero que tenía cita y no creía que importara tener que
guardar una cola. Las demás personas asintieron, pues todas parecían tener cita
previa. Aquel señor no pareció contento con la respuesta y comenzó a decir con
tono poco amistoso: “No, si yo lo pregunto porque luego vienen los problemas, y
lo último de lo que tengo ganas es de que alguien me diga algo porque crea que
me quiero colar, porque desde luego hay gente para todo, y yo ya estoy peinando
canas para aguantar que venga cualquiera a decirme nada a mí, y menos después
de querer saber cuál es mi sitio en la cola.” Algunas personas, con ánimo
tranquilizador, le decían que no pasaba nada, que no había cola porque todos
teníamos cita previa, que cuando entrara preguntara, que nadie le iba a decir
nada. Pero el señor que decía peinar canas (serían las de su barba, porque en
la cabeza tenía más bien pocas) seguía erre que erre: “Yo lo que no quiero son
luego líos, porque no tengo ganas de aguantar que nadie me diga nada, porque
siempre hay quien se molesta o piensa que uno se quiere colar o aprovecharse, y
desde luego no estoy dispuesto a aguantar cosas de esas porque ya tengo una
edad y no me da la gana.” ¡Qué mareo me produjo escucharle!
A aquella
temprana hora del sábado no había colas, todos estábamos tranquilos esperando y
ya empezaban los problemas con la cola. Si hay cola, problemas, si no las hay
también, ¿qué queremos entonces?
Abrieron
por fin las oficinas a las 7:50 horas, la hora de mi cita, que por cierto era
también la cita de otras tres o cuatro personas más. Aquello me recordó a los
médicos, que citan a unos pocos a la misma hora y luego hay unos retrasos de
hasta horas (en el caso de la ITV está justificado pues hay varias líneas de
inspección que se usan a la vez, en el caso de los médico no hay justificación,
aunque ellos pretendan que sí). Pero como yo tenía la segunda hora con cita (la
primera era las 7:45 y la segunda las 7:50) no preveía tardar mucho.
Una vez
en las oficinas hay que aprender la mecánica de atención al cliente. Primero
vas a una máquina con pantalla táctil en la que buscas tu matrícula y la
seleccionas. Entonces la máquina expide un billete con la matrícula. Tras esto
hay que estar pendiente de una pantalla en la que aparece tu matrícula con
indicación de la mesa en la que vas a ser atendido. Te diriges a esa mesa,
entregas el billete, te piden los papeles pertinentes, pagas lo que no es otra
cosa que un impuesto revolucionario al que llaman tasa para que parezca algo
legal (menudo negocio el de las concesiones de la ITV), te devuelven los
papeles con otros más y esperas a que tu matrícula aparezca en otra pantalla
junto con la indicación de la línea por la que será inspeccionado tu vehículo.
Claro, todo eso descoloca a cualquiera la primera vez, y más cuando llegas
pensando que harás la cola de toda la vida. Pero en verdad no hay problema, en
un minuto, observando lo que hacen los demás o preguntando a cualquiera,
entiendes el sistema y adviertes su simplicidad y beneficios. Pero llega el
señor de turno y la monta: que si vaya país de ineptos, que a quién se le ha
ocurrido tamaña barbaridad, que esto es de locos, que claro, nos callamos y
hacen con nosotros lo que quieren, que aquí todo el mundo se aprovecha, que si
este es el país de las colas… En fin, acabó diciendo cosas sin sentido, porque
si para algo sirve ese sistema es para evitar las colas y facilitar la atención
al cliente.
Habían
pasado veinte minutos, todo iba sobre ruedas y ya hubo dos incidentes, y
ninguno derivado de una mala actuación de los señores de la ITV (que suele ser
lo procedente). ¡Y luego nos quejamos de los políticos!
Lo
único agradable, todo hay que decirlo, fue el trato recibido por parte del
operario de la línea que revisó el automóvil. La costumbre te enseña que suele
ser al revés, pero en este caso la norma no se cumplió. Aquel hombre me comentó
que, efectivamente, en contra de lo esperado había mucha afluencia de clientes,
y que a esta fecha le habían llamado como refuerzo por la cantidad de trabajo
que tenían. Asimismo me contó, mientras trabajaba, claro, algunos casos que me
reafirman en la conclusión a la que llego al final de este escrito, como el de
un señor con una Audi nuevo, con asientos de cuero, todos los extras, en fin,
un coche de lujo, pero que llevaba las ruedas tan gastadas que podían verse los
alambres que refuerzan la cubierta por dentro. Evidentemente el operario le
dijo que no pasaría la ITV hasta que cambiara las ruedas (que eran de una
anchura acorde con el tamaño y el motor del automóvil), a lo que el usuario del
Audi le respondió algo así como “Pero, ¿sabe usted cuánto valen unas ruedas
como estas?, por su culpa voy a tener que dejar a mis hijos sin comer, ¿quién
se cree usted para hacerme eso?”. Vemos claramente que la lógica no siempre
funciona con lógica, al menos al tipo del Audi no. “Yo a lo mío y el mundo en
mi contra, no hay derecho”, algo así debió razonar.
Finalmente,
en cuarenta minutos había acabado. Mucho teniendo en cuenta que tenía una de
las primeras citas (aunque yo llegué quince minutos antes) y poco comparado con
la hora y más que en anteriores ocasiones me habían hecho esperar en otras
instalaciones.
Conclusión: entre la masa pasan desapercibidas personas conflictivas e
insatisfechas dispuestas a estropear cualquier cosa que toquen, y sólo es
cuestión de suerte que un energúmeno de esos sea tu vecino, tu compañero de
trabajo, o quien conduce detrás tuya intentando adelantarte. ¡Dios nos coja
confesados!
Por
cierto, pasé la ITV sin incidentes. Así que hasta la próxima, a ver lo que da
de sí.