Esta primavera en nuestra atalaya está siendo espectacular. Llevo en ella varias semanas, y he sufrido el intenso calor de esta semana que ya acaba, bajo la débil techumbre que la culmina. Aquí pasaré lo que queda de primavera, todo el verano y algo más.
Apenas han pasado las 7 de la mañana y acaban de apagar las luces en el pueblo que a duras penas se otea desde aquí, asomado al mar por el entre el campo de pinos del que casi no se distingue. En el cielo que comienza a clarear no hay ninguna nube.
A mi izquierda el sol hace rato que comenzó a dejarse sentir, y a mi frente y derecha, sobre el horizonte, aún más oscuro, una banda rojiza anuncia su llegada. ¡Cuántos colores tiene el cielo al amanece! Ni con el mejor de los programas de edición de imágenes conseguiríamos unos degradados tan perfectos.
Y aquí sigo, buscando, en un intento más de encontrar y comprender lo que parece que no quiere mostrarse. Por un lado con más impaciencia cada vez, pues el tiempo pasa y ningún intento da fruto, y por otro con más calma, pues todo apunta a que la única realidad de esa búsqueda es el propio límite de la comprensión.
Y aquí sigo, buscando, en un intento más de encontrar y comprender lo que parece que no quiere mostrarse. Por un lado con más impaciencia cada vez, pues el tiempo pasa y ningún intento da fruto, y por otro con más calma, pues todo apunta a que la única realidad de esa búsqueda es el propio límite de la comprensión.
Por Pólux.