Somos polvo de estrellas. No es una metáfora, ni un texto poético, ni ninguna licencia lingüística, emocional o racional. Es, literalmente, una realidad.
Las estrellas se forman en el interior de discos protoestelares, procedentes de grandes nubes de material interestelar (gas y polvo), que a su vez proceden principalmente de la explosión que acompaña el final de la vida de las estrellas cuya masa crítica supera determinado umbral, que son una gran proporción de ellas. Es la explosión de una supernova (estrictamente hablando la supernova no es el único origen de las nubes de material).
Del disco protoplanetario, resto del disco protoestelar tras la formación de la nueva estrella, se formarán los planetas. Por lo tanto, si dichos discos de material proceden de los restos de la explosión de otras estrellas, todo el material del que estén hechos los planetas y todo lo que exista sobre ellos procederá de ese mismo material.
La mayor parte del Universo, y con él las estrellas, está formado por el elemento químico más elemental, el hidrógeno. Los demás elementos, desde el helio hasta los metales más pesados, se sintetizan en el interior de las estrellas, como productos de las reacciones nucleares que tienen lugar en su interior. Cuando la estrella llega al final de su vida y explota, estos elementos nuevos sintetizados se esparcen por el espacio, formando las nubes que generarán nuevas estrellas con sus planetas.
Así que cada átomo de cada molécula que forma nuestro organismo proviene del interior de las estrellas. Parece una idea extravagante o atrevida, pero así de caprichosa es la realidad, porque ante todo esa idea es real. El conocimiento que disponemos sobre el Universo nos lo revela de forma clara, somos polvo de estrellas. Se nos antoja una idea muy poética, pero conociendo su origen tan real deja de juguetear con nuestra razón para formar parte de nuestro conocimiento.
Por Cástor y Pólux.