"En una tienda había ocho empleados. Uno de ellos destacaba por sus conocimientos en general, sus conocimientos particulares del programa informático de gestión de la empresa y sus aptitudes y cualidades para organizar la tienda. Y así era reconocido entre sus compañeros.
Al cabo de un tiempo entró a trabajar otro empleado que pronto aprendió del que destacaba. Sin llegar a destacar tanto sí lo hacía sobre los otros empleados, y además era parlanchín y egocéntrico, lo que le llevaba a contar todo lo que conseguía y hacerse notar, cosa que hacía mejor que el destacado compañero que le enseñó.
Poco a poco, pasado el tiempo, y dado que el nuevo empleado mostraba tanto lo que hacía, comenzaron pronto los demás a considerarle el más destacado, por encima del empleado que le había enseñado y que realmente sabía más que él y tenía mejores cualidades.
Llegado el momento de promocionar la sensación general era que el más capacitado para hacerlo era el nuevo, y así promocionó éste."
Una persona que yo conocía solía decir que "no sólo hay que ser decente, sino que hay que parecerlo". Nunca estuve muy de acuerdo con esa máxima que parecía querer dar más importancia a la apariencia que a la realidad. Pero he de reconocer que en parte tenía mucha razón, dado que la apariencia es lo único que generalmente conocemos de los demás.
El caso de la tienda, al que se aplica perfectamente la máxima, es algo más extremo, dado que en realidad los compañeros conocían a los dos empleados destacados y debían saber cuál de ellos destacaba sobre el otro. Y ello nos demuestra que aún así, nos dejamos llevar por la apariencia, incluso cuando podemos conocer lo que hay detrás de ella.
Por Pólux.