¡Qué animal tan extraño el hombre!, enfrascado en luchas por el poder y en guerras sin más sentido que el que creen darle cuatro fanáticos, muchos de los cuales tienen, además, la desvergüenza de hacerlo en nombre de su Dios.

Pero lo que hable mal de nuestros políticos y dirigentes habla mal de nosotros mismos, como pueblo, porque son nuestro reflejo. Es, pues, comprensible que sigamos votando el mismo sistema y a los mismo dirigentes, pues es un plato muy aprovechable para el que llegue. A pesar de nuestras quejas, nos encantaría ser nosotros los que metiéramos la mano en el bote, por lo menos a muchos. Y da igual eso de derechas o izquierdas, de políticos o sindicatos, gobierno u oposición, pues hay un consenso tácito en que las cosas sigan como están. La alternancia en el poder es un acuerdo aceptado por los grandes partidos porque a todos les beneficia.
Ya sabemos que una democracia puede ser tan corrupta como una dictadura, pero la democracia parece vestir a los políticos de cierta honestidad sobrevenida. Así que mejor llegar al acuerdo de una democracia para poder robar todos tranquilamente y además parecer honestos. Esa es la democracia real que tenemos hoy en España. Pero es que aquí hasta el último "mierda" se cree alguien. Cualquier policía municipal de cualquier pueblo, por poner un ejemplo, se cree alguien por llevar uniforme. ¡Infeliz!. Menos mal que tenemos libertad para pensar y actuar. Algo han de darnos para que estemos tranquilos. Por eso el sistema funciona.
"Regeneración de la vida política", "Comisiones de investigación", "leyes más duras contra la corrupción"..., bla, bla, bla. ¡Pero si ya nos conocemos todos! ¿Cuánto tiempo llevan con esa misma cantinela? No podemos evitar ser como somos. Esa es nuestra mayor virtud y nuestra mayor desgracia también.
Por Pólux.