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martes, 15 de agosto de 2017

LOS VIEJOS.


No sé por qué (en realidad sí) el calificativo "viejo", aplicado a las personas, tiene una cierta connotación negativa. Según el diccionario de la lengua española de la Real Academia Española su primera acepción es la de "Dicho de un ser vivo: De edad avanzada".

Cierto es que lo viejo, aplicado a las cosas, como dice esa misma Real Academia, es lo deslucido y estropeado por el uso, lo usado o  de segunda mano. Pero no creo que sea por aquí por donde viene nuestra connotación negativa sobre la vejez.

Vemos a los viejos como inútiles e incapaces, como enfermos que suelen estropear nuestros planes. También el niño, el púber o el adolescente son en muchos aspectos inútiles e incapaces, y no les despreciamos como a los viejos.

La misma concepción negativa asociada, erróneamente a mi parecer, al calificativo "viejo" ha hecho que socialmente se hable de los "mayores" en vez de los "viejos". Otro eufemismo más que muestra nuestra incapacidad para mirar las cosas de frente, como también sucede con la muerte.

Cada edad tiene una característica que le da su valor y la hace única. La de la vejez es la experiencia, algo que parece ser inútil y sin valor. La fuerza, la osadía, el emprendimiento o la rentabilidad laboral parecen ser los únicos valores a tener en cuenta, ninguno de los cuales tienen es propio de los viejos. Tal vez el problema no sean los viejos, por vivir tanto, sino los demás por tener valores que excluyen a miembros de nuestra sociedad, que nos excluyen a nosotros mismos, pues no olvidemos que algún día seremos nosotros los viejos.

Entonces, ya viejos, seguro que pensamos de otra manera y nuestra escala de valores cambiará. ¿Qué impide hacerlo ahora y rendirles la pleitesía debida?

Cada viejo es una vida entera, y cada vida un conjunto de experiencias, enseñanzas, deseos, aprendizajes, sensaciones y errores de los que aprender, a los que no damos el menor valor. Y si eso no tiene valor, ¿qué lo tiene?, ¿ir de vacaciones, viajar, divertirse, ganar dinero? Al final seremos viejitos, y todas nuestras experiencias, incluidos viajes y divertimentos, no tendrán valor alguno para los demás, salvo el dinero, con el que ya contarán nuestros herederos antes de morirnos.

Por Pólux.