Bienvenidos al fin de semana.
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Para mañana domingo estamos ultimando una nueva colaboración, así que aún no la adelantamos, no sea que se nos quede colgada. Esperamos poder contar con ella.
Recordamos aquéllos dos abuelos ya mayores, repasando una y otra vez sus recuerdos y haciendo balance de sus vidas. Llegaban siempre a la misma conclusión: vivían ya "de prestado" en una época que no era la suya. Él parecí vivir esa sensación más honda que ella.
Que no era su época parecía evidente a la vista de sus cerca de noventa años, aunque la edad no deja de ser algo relativo, pues recordamos como él, unos años mayor que ella, se implicaba en los temas sociales y políticos, dando su opinión mientras escuchaba las noticias en la televisión o en la radio. En ese sentido siempre fue un hombre de su tiempo, pero sólo en ese, pues sentía a esa edad que el final de su vida ya había llegado. Nadie quiere morirse y el abuelo no era menos por más que lo tuviera asumido.
Y que vivían ya de prestado era una obviedad, sobre todo para él. Años atrás había visto como sus amigos y familiares de edad parecida a la suya habían ido muriendo como ley de vida. Poco después no quedaba ya nadie de su edad y comenzaron a fallecer allegados más jóvenes, por lo que decía que estaba en "primera fila". Cada vez se sentía más sólo, pues la diferencia de edad de los que fallecían y la suya era cada vez mayor, y entonces fue cuando comenzó a sentir y decir aquello de que vivía "de prestado".
Estuvieron viviendo "de prestado" algunos años más, con esa sensación de que la vida ya les había pasado, pero aferrándose a ella como lo único cierto que les quedaba. De alguna manera estuvieron condenados a vivir, como nos referíamos el jueves en nuestra reflexión.
Recordamos con cariño aquella abuela y aquel abuelo, tan propios de una época ya ajena para nosotros, la guerra y la postguerra, que transmitían su pasión por sus vivencias como único recurso para recordar sus vidas.
Por Cástor y Pólux.