DEDICATORIA: esta historia se la
dedico a Lucía, a quien envío un beso desde aquí, y también a los tres niños
para quienes hace ya bastantes años fue escrita, Rai, Guillermo y María, a
quienes tengo siempre presente.
"LAS OLAS DEL MAR". Parte
3.
Alberto estaba de pie, justo al inicio del pinar. Miró el reloj. Marcaba
las diez en punto. Y estaba solo, no había aparecido ninguno de sus amigos.
Tenía miedo, pero no se iba a echar atrás. Empezó a adentrarse en el pinar,
andando despacio, con una linterna encendida. Cogió una pesada piedra que le
llenaba toda la mano, así se sentía más seguro. Si algo le atacaba estaba
dispuesto a usarla como arma. Las manos le temblaban, y su paso era indeciso,
la verdad es que se veía muy mal con la linterna. De pronto notó una mano
cogerle el hombro por detrás y tirar de él. Dio un grito asustado y se volvió.
- Maldita sea Eladio, vaya susto que me has dado, me ha faltado poco para
chocarte con esto - dijo mientras le enseñaba la dura piedra en su mano.
- Perdona, al final me he decidido a venir. Te vi entrando en el pinar y
te he seguido. Lo siento.
- Bien - continuó Alberto -, tenemos que andar un rato hacia adelante y
después girar a la derecha, y ya estaremos en la playa, no está muy lejos.
- Apaga tu linterna - le dijo Eladio con seguridad.
- Hazme caso y apágala.
Alberto apagó su
linterna. Al principio no veían apenas nada, pero poco a poco, conforme sus
ojos se adaptaban a la oscuridad, comenzaron a ver mejor. Al cabo de unos
minutos veían mejor que con la linterna, pues la luz de la luna llena se
filtraba entre los pinos e iluminaba lo suficiente para poder andar sin
tropezar. De pronto Eladio escuchó moverse algo tras de sí. Apenas hizo el
gesto de volverse cuando sintió como algo fuerte y frío le sujetaba por su
brazo izquierdo y tiró de él. Sólo le dio tiempo a dar un grito fuerte pero
entrecortado, pues algo le tapó la boca con violencia. Sintió que aquello le
tiraba con fuerza y le arrastraba hacia el interior de los pinos. Alberto, que
iba delante, se volvió rápidamente, pero tan sólo le dio tiempo a ver cómo una
sombra se metía entre los pinos. Eladio, Eladio - le llamó -, pero Eladio no
contestó.
Eladio estaba
siendo llevado a lo más espeso del pinar. Por el camino, lo que le llevaba, o
mejor dicho quien le llevaba, se paró de pronto, le amordazó la boca con un
pañuelo y le puso una bolsa de tela sobre la cabeza. Le volvió a coger con
fuerza sobre sus hombros y siguió caminando con tanta rapidez como antes. No
podría haber dicho cuanto tiempo tardó en volverse a parar quien le llevaba,
pero le pareció interminable.
- Conmigo estarás a salvo. Prométeme que no gritarás ni te moverás o no
te quitaré la mordaza - dijo su raptor con una voz honda y profunda, con un
extraño eco, como salida de una cueva.
Eladio asintió
con la cabeza muerto de miedo. No sabía las intenciones de aquel hombre. No
debían ser nada buenas por la manera en que le había cogido y arrastrado, pero
entonces a qué venía ese "conmigo estarás a salvo". Aquel hombre le
quitó la bolsa de la cabeza y el pañuelo de la boca. Eladio no podía ver apenas
nada, sólo distinguía frente a él la forma poco definida de alguien grande,
vestido con una capa oscura y una capucha que le tapaba totalmente la cara.
- Tienes que ayudarme, él está atrapado y tú puedes sacarle - dijo el
hombre con su profunda voz.
- ¿Qui…, quién está…, está atrapado? - balbuceó Eladio.
- Tú eres parecido a él, y sólo alguien parecido puede liberarle de su
pesadilla.
- ¿Qué puedo hacer…, hacer yo?, además…,
mi amigo…, mi amigo debe estar por aquí…, no puedo dejarle solo – siguió
diciendo Eladio inseguro.
- Debes seguirme a la playa y olvidarte de tu amigo, él no puede
ayudarle.
Eladio salió
corriendo sin pensarlo, intentando escapar, pero sin saber cómo aquel hombre le
agarró por el cuello con su fría mano y le dijo amenazante:
- No sabes el peligro que corres yendo solo. Las sombras acabarían
contigo en un instante. Sólo conmigo estarás a salvo.
Eladio creía que
las sombras no le harían nada, pero aquello pareció convencerle de que estaría
más seguro con aquel hombre. A la vez aumentaba su preocupación por Alberto que
andaba solo por el pinar. Caminó junto a aquel hombre unos diez minutos más y
al fin vislumbraron la playa tras los pinos que tenían delante. Salieron del
pinar y se detuvieron.
- Espera muchacho. No quites tu vista de las olas y escucha atentamente
–dijo el hombre encapuchado.
Eladio miró
temeroso las olas. De lejos, en su cuarto, le habían hecho pasar mucho miedo. Y
ahora, de cerca, no quería ni pensar que podría pasar. Pero ya no podía dar
marcha atrás, aquel hombre no se lo permitiría. Al principio las olas se
sucedían normalmente iluminadas por la luna. Poco a poco le pareció que las
olas formaban más espuma, pues se volvieron más blanquecinas, hasta que
advirtió que en realidad las olas comenzaban a emitir un brillo blanco azulado
por sí mismas. Era como si las olas brillaran al romper. A la vez que
comenzaban a brillar empezó a escuchar un murmullo de fondo, algo irreconocible.
El sonido fue en aumento hasta que pudo distinguir sin duda que se trataba de
la mezcla de multitud de palabras pronunciadas en susurros por distintas voces.
Aquel espectáculo era incomprensible. La playa comenzaba a distinguirse más
nítidamente a la luz de las olas, y el sonido lo llenaba todo.
"las olas comenzaban a emitir un brillo blanco azulado por sí mismas ..." |
Alberto escuchó
un grito corto y miró hacia atrás, tan sólo le dio tiempo a ver cómo una sombra
se metía entre los pinos, ¿dónde estaba Alberto? Había desaparecido, un
momentos antes habían apagado las linternas y empezado a caminar y ahora ya no
estaba. Le llamó varias veces por si era una broma, después siguió el rastro
que le había parecido tomar Eladio y gritó varias veces su nombre. Eladio no
aparecía. Alberto comenzó a preocuparse seriamente, ¿les habían estado
acechando hasta que se llevaron a Eladio?, "¿me estarán acechando ahora a
mí?", se preguntaba muerto de miedo Alberto. Le pareció ver que a pocos
metros se abría un pequeño sendero. Venciendo el miedo que tenía y observando todo
lo que le rodeaba por si algo se movía lo más mínimo, siguió el sendero unos
metros para ver hacia donde podía ir. El sendero giraba y tomaba una dirección
que bien podría llegar a la playa. Alberto decidió seguirlo, pues era más fácil
seguir de noche y a oscuras un sendero que no ir por entre los pinos arañándose
con los matorrales y teniéndolos que rodear a cada momento. Así que asió con
fuerza la piedra que llevaba en su mano, dispuesto a usarla si hacía falta, y
comenzó a seguir el sendero. Alberto anduvo un rato. A veces le parecía ver
como una sombra por el rabillo del ojo, pero cuando se volvía nunca estaba
allí. Quería pensar que eran las sombras que los pinos producían al ser
iluminados por la Luna, pero en el fondo temía que se tratase de otra cosa, que
alguien le estuviese siguiendo, el mismo que podría haberse llevado a Eladio.
Ya calculaba que estaría cerca de la playa cuando le pareció notar una cierta
luz azulada precisamente en la dirección de la playa. "¿Será Eladio que ha
encendido su linterna para señalar dónde está?", pensó Alberto. Caminó
ahora más despacio. La luz iba aumentando y cubría toda la franja situada hacia
la playa. A Alberto le pareció que aquello no podía producirlo una linterna,
así que extremó las precauciones y siguió andando despacio hasta que llegó a
los últimos pinos antes de la playa, donde su detuvo.
Desde allí pudo
ver que lo que realmente brillaba era la orilla, o mejor dicho, las olas al
romper cerca de la orilla. Aquello le pareció muy extraño, y en verdad lo era.
Entrecortadas entre el brillo de las olas le pareció vislumbrar dos figuras.
Fijó la vista todo lo que pudo hasta que le pareció reconocer en la figura más
pequeña a Eladio. En un momento en que éste se giró un poco, Alberto le
reconoció con total seguridad. ¿Estaría en peligro?. Parecía que el hombre que
estaba a su lado le hablaba y Eladio le respondía. No era una situación que
pareciera alarmante. Así que se decidió a salir de los pinos al encuentro de
Eladio y aclarar qué era lo que estaba sucediendo. En ese momento todo se
oscureció. Una profunda negrura envolvió a Alberto. Vio dos puntos de luz
blanca amarillenta e intentó dirigirse hacia ellos, pero de repente dos rayos
de luz atravesaron sus ojos cegándole totalmente. Escuchó un fuerte zumbido a
su alrededor y notó como si le empujaran hacia arriba, comenzó a gritar
desesperado, pero el zumbido ahogaba el sonido de sus gritos, y Eladio no
estaba lo suficientemente cerca como para oírle. Las fuerzas le faltaron, y ya
sólo pudo abandonarse a su suerte.
Continuará.
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