JUAN SAPO.
Por Perseo (15-05-2012).
Ese día Periquito había hecho lo que mejor sabe hacer
y mi abuela lo premió de la mejor manera que ella lo sabía premiar, con una
enorme lata de albóndigas cuya etiqueta ponía
“Solo para Héroes” o algo así. Todos se alegraron de la hazaña, menos el
pobre ratón, claro y yo. Tuve que aprovechar ese momento para cruzar la cocina
sin que ese despiadado se fijara en mí y llegar hasta la escalera de piedra que
me guiaba a la habitación de mi abuelo.
Abrí la puerta y lo encontré echado en un sofá muy largo que tenía nombre ruso, Iván creo. Mi abuelo me tendió la mano que sujetaba una moneda de cincuenta pesetas y yo se lo agradecí dándole un beso en la mejilla en la que no le faltaba el ojo. Al irme intenté no rozarle el pie al que le faltaba el dedo gordo. Con los años me enteré del porqué de aquellas dos faltas, pero eso en otro momento, pues tenía que volver antes que el felino terminara de comer.
Abrí la puerta y lo encontré echado en un sofá muy largo que tenía nombre ruso, Iván creo. Mi abuelo me tendió la mano que sujetaba una moneda de cincuenta pesetas y yo se lo agradecí dándole un beso en la mejilla en la que no le faltaba el ojo. Al irme intenté no rozarle el pie al que le faltaba el dedo gordo. Con los años me enteré del porqué de aquellas dos faltas, pero eso en otro momento, pues tenía que volver antes que el felino terminara de comer.
Me despedí
de todos y salí por la puerta principal donde estaban las plantas del dinero.
Las revisé una por una, pero no había “madurado” ni un duro, es raro, pues
cuando venían mis tíos me mandaban a “recolectar” pesetas y duros que crecían
en esas plantas con forma de trompeta.
Me esperaban mis amigos Luís y Marcelino,
junto a la lata llena de orines. Faltaba mi dosis para fraguar la pócima. La
pusimos apoyada en la puerta de la vecina de al lado, ya que no conocía a
ninguno de los dos, como ellos me dijeron, llamamos al timbre y salimos corriendo.
La puerta se abrió y la lata se volcó sobre unas botas negras que pertenecían a
un tipo uniformado, con pistola y todo, que se disponía hacer el turno de
tarde. Nos quedamos petrificados, ¿la odiosa vecina se había convertido en
policía? Momento en que aprovechó el guardia para agarrarnos por las camisetas,
con esa expresión que decía :”con estos me gano el ascenso”. Le preguntó a Luís
que cómo se llamaba y él contestó:
-
Juan ¿qué? –preguntó el policía-
-
Juan Sapo
–respondió-
-
¿Juan Sapo? -volvió
a preguntar-
-
Juan Sapo que me escapo!
…y echo a correr.
Miró a Marcelino y le
preguntó: ¿Y tú?
-
Yo Andrés –dijo Marcelino-
Y antes de que el policía abriera la boca prosiguió:
-¡Andrés que tengo las patas pa correr!
A mí ni me miró ni me preguntó, sólo sentí una cascada de
nueces sobre mi cabeza, que eran los coscorrones que me estaba dando con esos
nudillos de plomo.
-¿El nieto de doña Clemencia? ¿no?.
En la
ventana de la segunda planta me observaban mi abuela, Amada y Periquito.
Por Perseo.
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