"La experiencia es un grado", nos decían de pequeños (y no tan pequeños). También dice el refrán "La experiencia es la madre de la ciencia" o "Más sabe el diablo por viejo que por diablo". El saber popular recoge ampliamente una realidad obvia que no por obvia hay que dejar de recordar.
Pero no todos aprendemos igualmente de la experiencia, y además la cabezonería propia del ser humano hace que no aprovechemos en todo su potencial esa experiencia. Ya lo recoge también, como no, el refranero cuando dice "El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". La experiencia debiera evitarlo, pero nuestra condición humana supera en fuerza y empuje a la propia experiencia.
Somos tan humanos que retorcemos los razonamientos más claros en aras de un interés que no somos capaces de controlar, el que nos propicia nuestra condición humana. Así lo vemos nosotros y así lo contamos, aún a riesgo de que algún sesgo del que no somos conscientes filtre nuestra visión "razonable" de la realidad.
Esta maraña mental que produce nuestro cerebro nos volverá locos un día, pero seguramente nos creeremos cuerdos, incapaces de ver lo obvio. ¿Habrá llegado ese día?
Por Cástor y Pólux.
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