NUESTRA ATALAYA Y LA INMENSIDAD.

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Miramos el cielo azul y nos perdemos en un éxtasis incomprensible. Miramos la noche estrellada y nos perdemos en un infinito que nos desborda, más allá de la más lejana galaxia que podemos imaginar. Miramos el mar un día claro con su horizonte tan definido y nos perdemos en su desconcertante inmensidad. Miramos la orilla de ese mismo mar y nos parece accesible. Bajamos con cuidado por el acantilado de tierra, arenisca y vetas de turba, moldeado con facilidad por las mareas más altas, y nos acercamos a la orilla. Ya descalzos dejamos que las olas acaricien nuestros pies...

¿Qué es la orilla?, ¿el principio de la inmensidad?, ¿acaso podemos tocarla? Si nos adentramos en el mar acabaríamos ahogándonos porque la inmensidad es real y está ahí. ¿Qué es la orilla?, ¿el límite del inmenso mar? Es una pequeña oportunidad que se nos brinda para participar de eso tan grande que nos supera, el mar. 

¿Sería nuestra vida una oportunidad que se nos brinda para participar en algo tan grande que no podemos entender? ¡Qué idea tan poética! ¿Y qué sería eso tan grande?, ¿Dios?, ¿la naturaleza?, ¿una energía vital universal?

Ahora, desde nuestra atalaya, volvemos con la vista sobre los pasos imaginarios que hemos dado. Salimos de la orilla, subimos el acantilado y volvemos a la atalaya. ¿Qué ha sucedido?, ¿qué de realidad hay en todo lo pensado?

Por Cástor y Pólux.