Ayer murió Adolfo Suárez, alguien con quien esté país está en deuda, porque por encima de ideologías e intereses partidistas y particulares, tan definitorios de la actual situación política, antepuso la consecución de lo más común e integrador en un momento en el que nada parecía común y mucho menos que pudiera integrar a la pluralidad de entonces.
La transición fue un logro común, pero también personal. Común de todos los que participaron directa e indirectamente en ella, incluido el pueblo, por supuesto, pero personal para aquéllos que pusieron sus cualidades personales al servicio de un bien común, y su certera visión de una democracia sin concesiones al servicio del pueblo.
Se le ha llamado en muchas ocasiones en estos días hombre de estado, porque su visión y su interés en el gobierno del pueblo transcendieron las ideologías y los partidismos.
Adolfo Suárez estuvo en el momento preciso y con las cualidades precisas para forjar la historia. Aquéllo que él hizo grande le hizo grande también a él. Los grandes hombres se hacen un hueco en la historia porque les llega la ocasión de demostrarlo y lo hacen. Y a él le llegó y lo hizo. No todos los grandes hombres tienen la suerte y el honor de poder demostrarlo. Él pudo hacerlo y por ello se mostró agradecido.
Por Cástor y Pólux.
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