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viernes, 14 de marzo de 2014

CONDUCCIÓN Y VIOLENCIA.

Antes de comenzar nuestra entrada, comentar tan sólo que un problema en el archivo de imagen que teníamos preparado nos ha impedido poner la nueva foto de cabecera del blog de hoy, y es por ello por lo que repetimos la foto de ayer. De vez en cuando la informática (y las prisas que nos hicieron no tener preparado otro archivo) nos juega estas malas pasadas. Aclarada la razón por la que repetimos fotografía empecemos con nuestra reflexión de hoy.

¡Qué mal suele sentir conducir el automóvil con tráfico! Malos gestos, palabras mal sonantes, improperios, intentos de agresión..., en fin, la transformación de una persona normal en un energúmeno.

De pronto parece que se nos fuera la vida en adelantar un coche, en no coger el semáforo en rojo, en entrar en la rotonda antes que el que está al lado..., como si adelantando unos segundos en la maniobra nos fuéramos a salvar del mismísimo infierno.

En el fondo no se trata más que de una despersonalización debida tanto al anonimato con el que percibimos a quien va conduciendo a nuestro lado como al anonimato bajo el que nos amparamos nosotros mismos, dejando fluir la violencia que generalmente sabemos contener cuando el otro está frente a nosotros.

Pero tal despersonalización se trata de un espejismo, pues la realidad es, y lo sabemos, que quienes van en los automóviles son personas como nosotros. Más bien estamos ante una distorsión cognitiva que nos hace percibir una situación como la idónea para descargar la tensión y la violencia que acumulamos cuando no lo es. El anonimato y cierta sensación de poder que da estar al volante ayudan a ello.

Pero nada es excusa ante la posibilidad de reflexionar y comprender lo que nos sucede al volante. Un amigo encontró su particular forma de evitar el problema. Cada vez que una situación se volvía tensa o le decían algo indebido de deshacía en elogios hacia el otro, le tiraba besitos con la mano, o decía un par de piropos si era una mujer, aunque tenemos que reconocer que después de verle en acción varias veces, su "oponente", en ocasiones, se cabreaba más aún, pero es cierto que él, al menos, evitaba la violencia y las malas formas.

Por Cástor y Pólux.

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