Sí, como decíamos ayer introduciendo nuestra reflexión, ya está muy cerca la Navidad. No es, por supuesto, la Navidad de nuestra infancia y la de tantas otras generaciones anteriores, de Reyes Magos con los regalos en enero, el día de Reyes.
Ahora el puesto se lo disputan Papá Noel (o Santa Claus o San Nicolás) y los Reyes Magos. Ya pasa lo mismo con el día de todos los difuntos y Halloween. La fuerza de la globalización es imparable en un mundo cada vez más intercomunicado. No puede ser de otra forma.
Luchar por nuestras raíces es preservarlas y darlas a conocer, pero no imponerlas a una corriente extranjera que hace las delicias de los más pequeños. Se introducen en nuestra cultura por el punto más débil, los niños, por eso se han popularizado con tanta rapidez. Lo triste es la pérdida de aspectos que caracterizan a un pueblo, pero no es el final de un pueblo y su identidad. Las nuevas costumbres se asumen con perpleja facilidad, y una vez instaladas ya son también parte nuestra y de nuestra historia. La lucha contra ello es vana, pero comprendemos la resistencia que genera.
Años de historia y tradición cambiados por un capricho consumista ajeno y sin sentido propio. ¡Claro que molesta!, pero es el pueblo el que lo adopta, nadie le obliga.
Por Cástor y Pólux.
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