Esta entrada de hoy va dirigida a las personas que saben lo que es la educación y el respeto, pues podrán entender de lo que aquí se habla. Y es que, en contra de lo que pudiera parecer, he constatado que son muchas las personas que jamás han abierto un diccionario por las páginas donde aparecen las palabras "educación" y "respeto". ¿O es que tal vez los demás seamos excesivamente cultos por saber el significado de esas palabras?.
No es
la primera vez que me pasa que voy por la calle y en la acera por la que
transito hay paradas varias personas, carrito de niño chico incluido. El
constante tráfico hace peligroso bajarse de la acera (en todo caso recuerdo que la acera está
para ir por ella). Llego a la altura de la “reunión privada” y me detengo, no
puedo pasar. Alguno de los contertulios me mira y advierte mi presencia y mi
intención de pasar, pero la conversación debe ser muy interesante, pues ni
caso, nadie se mueve. Claro, las formas, la educación y el respeto están para
cuando se está aburrido, no en medio de una conversación con los amigos. Y
encima viene un tío y quiere que le dejes paso.
Conteniéndome
las ganas de dar un empujón y abrirme paso ante tan mala educación y tanto
cretino, digo en voz alta “¿me podrían dejar pasar?”. La pregunta es retórica,
pues en realidad no solicito ningún permiso, sino que exijo usar la vía pública
como lo están haciendo ellos.
Alguien
me mira de soslayo, y con gesto molesto apenas se mueve para dejar un estrecho
hueco, los demás a lo suyo. Yo, harto ya de tanto desdén, me encaro hacia el
hueco y acelero el paso empujando deliberadamente a todo el que se interpone en
mi camino. Toco el carrito y se tambalea, mi cadera choca descaradamente con el
culo de la madre (seguro que sigue ofendida), al hombre que está a su lado le
rozo toda la espalda, a otro más le doy un puntapié en uno de sus zapatos, y
finalmente a otra mujer le empujo en el hombro con mi brazo y le estrujo el
bolso en su costado. Con mucho gusto los hubiera empujado a todos con las dos
manos hasta dejarles caer y después les hubiera dicho “¡uh, perdón!”.
Por el
rabillo del ojo vi como volvían sus miradas hacia mí con el gesto molesto y
hasta escuché algún comentario ofensivo al que no quise dar importancia, porque
si no, entonces, lo que era sólo una muestra de mala educación se iba a
convertir en un motivo de pelea.
En el
supermercado también me ha pasado en más de una ocasión lo mismo, sólo que además tiene
el agravante del carrito, que no pasa por cualquier hueco. Pero ya tengo
práctica en empujar con él, ¡qué remedio!
Anda e
iros a la zulla. La verdad es que dicho tan finamente no parece ni ofensivo.
Pero dejémoslo así, no merece la pena más.
Parecería
que es sólo una falta de respeto y de educación, pero conlleva un desprecio
hacia los demás que en otros ámbitos estoy seguro que se manifiesta más violenta
y dramáticamente, por ello no dejan de tener importancia ese respeto y esa
educación.
¡Si no
somos capaces de controlarnos en una situación sin importancia, qué vamos a
esperar de nuestro comportamiento!
Por Pólux.
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