
Abajo, el mar acaricia la ardiente tierra, y me llama como un embrujo que algo esconde, me atrae con una intención oculta, pero no puedo resistir y me dejo atrapar.
Arriba, el cielo celeste, límpido, transparente, sostiene en su vuelo las gaviotas que ajenas me sobrevuelan, y hacen carambolas con el aire que roza mis mejillas, mi frente, mi pecho. Pero me engaña, porque en su roce penetra en mí hasta enloquecerme.
Esta realidad que me embruja y me engaña es la que me atrae a la atalaya, en el deseo y la sinrazón de que la exaltación que provoca en mi mente, abra inesperados caminos en esa búsqueda interminable que cada día inicio en la atalaya.
Por Pólux.
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