Ayer tuvimos que tomar un tren de cercanías en hora punta.
Fue un poco desagradable. Creo que la palabra que mejor define la situación es “gallinero”.
Todos apretados sin un espacio casi para respirar, gente sentada, gente de pie,
hablando en voz muy alta, a veces casi gritando, risotadas desagradables,
estornudos sin el más mínimo cuidado, conversaciones por teléfono al alcance de
todos los oídos, empujones, roces... En resumen, poco decoro y menos respeto.
Asientos pintados y estropeados, cristales arañados con
nombres, corazones y flechas…, todo ello muestra de un comportamiento infantil.
Como esa costumbre de poner los zapatos (las suelas) sobre el asiento de
enfrente, ensuciándolo todo para que el próximo que se siente tenga que
mancharse. También hemos visto esa “moda” en el cine.
Parecemos ceporros. Pensamos “como no es mío da igual donde
ponga los pies, y si se estropea a mí que más me da”, pero luego, cuando vamos
a sentarnos en esos asientos estropeados por la sublime ignorancia, nos
quejamos de su estado. Y es que no vemos más allá de nuestras narices. Como somos
los usuarios somos los que vamos a sufrir los desperfectos que provoquemos, no
estamos fastidiando a otro, nos fastidiamos a nosotros mismos, pero parecemos
no darnos cuenta.
Por Cástor y Pólux.
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