Esos días estamos pasando mucho calor en nuestra atalaya, casi no podemos concentrarnos. Menos mal que tenemos la playa muy cerca, y, cuando quiere, la brisa nos da un alivio.
La soledad de nuestra atalaya es una soledad deseada, buscada, muy distinta de esa otra soledad que entristece el alma y cercena la esperanza.

Pero cada uno entenderá como bien pueda o quiera esos términos. Eso sí, habremos de ser consecuente, al menos, con el carácter real o espiritual que le atribuyamos y bajo el que nos influyan.
A veces hay que tener cuidado con la emociones.
Por Cástor y Pólux.
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