“ÓRDENES DEMASIADO LITERALES”
Por Pólux (29-06-2012)
Suele decirse que la realidad
supera la ficción. Y es que hay sucedidos que por más exagerados que parezcan son
reales.
Voy a contar cuatro sucedidos de
ese menester, que no es que estén basados en hechos reales, es que son hechos
muy reales, lo que puedo asegurar porque estaba presente en todos ellos.
Creo que la razón por la que
sucedieron es simple. El lenguaje está lleno de matices, ambigüedades y giros
creados cuyo significado no es la literalidad de sus palabras. Sucede más
claramente en el argot de alguna profesión o actividad, donde hay palabras que
no tienen su significado habitual. El desconocimiento del argot, o no captar en
un momento dado el matiz con el que se expresa algo unido al desconocimiento
sobre eso que se expresa, hace que interpretemos algunas palabras en su
literalidad cuando lo que quieren decir es algo distinto.
Vamos a ver ahora esos cuatro
casos en los que se da esa interpretación férrea del lenguaje (y algo de
desconocimiento sobre lo que se está haciendo).
CASO 1. Orden directa:
"¡Vete corriendo!".
Este caso sucedió hace ya
bastantes años, y se contó en una introducción de Obtentalia, por lo que voy a
reproducirlo ahora aquí tal como se hizo en esa introducción.
"Recuerdo
aquella mañana soleada de verano en la costa onubense. Habíamos salido a dar un
largo paseo en bicicleta. Nos dirigimos a una zona sombreada de pinos y
eucaliptos, que en invierno se convertía en un humedal cuando la lluvia arreciaba.
No era la
primera vez que íbamos por allí. Recuerdo lo que de lejos parecían unas cajas
de color claro. En realidad eran panales, y sabíamos que estaban allí, pero
siempre pasábamos sigilosamente a una distancia prudencial. A veces se
escuchaba el zumbido combinado de las miles de abejas que debía haber.
Esa mañana vi un
hombre entre las cajas, ataviado con esa extraña vestimenta que les protege de
las picaduras. Pasamos sin problemas, pero a la vuelta la situación varió.
Habíamos pasado ya la altura de las cajas cuando de pronto sentí un fuerte
picotazo. Ella, que venía detrás mía, me dijo al momento que algo le había
picado. En un momento nos vimos rodeados de abejas.
Lo mejor era
salir de allí cuanto antes, y aumentar la marcha de las bicicletas era lo
mejor. Así que mientras empujaba con fuerza los pedales y sentía un nuevo
picotazo en la espalda le dije a ella: "corre, corre, sal corriendo".
En ese momento miré hacia atrás sin dar crédito a lo que veía. Ella,
interpretando mis palabras en toda su literalidad, se había bajado de la
bicicleta, la había dejado tirada en el camino y venía corriendo hacia mí
rodeada de abejas.
Le grité que
corriera pero con la bicicleta. Se volvió, se montó y empezó a pedalear hacia
mí.
Finalmente nos
volvimos a casa sin más ganas de paseo, yo con tres o cuatro picotazos y ella
con cinco o seis, si no más. A veces pienso que pocos picotazos fueron para las
abejas que había.
Luego me
explicaba que era tal la confianza y la seguridad que tenía en mí, que a pesar
de las abejas, al escuchar que le dije que saliera corriendo ella lo hizo. Y es
que hasta unos picotazos de abeja pueden convertirse en un halago, aunque por
otro lado me sentí responsable de su decisión de bajarse de la bicicleta."
CASO 2. Orden directa:
"Ponme un huevo bien frito".
Este caso le sucedió a un amigo
muy cercano, siendo aún muy jóvenes, bueno, y a mí también, que fui quien tuvo
que comerse el huevo frito.
Yo apenas tenía experiencia en la
cocina, pero como veréis ahora mi amigo tenía menos aún, aunque lo suplía con
su atrevimiento, o mejor dicho con su desconocimiento. Nos habíamos quedado solos
en mi casa un fin de semana. Mis padres no querían dejarnos pues, entre otras
cosas (creo que no se fiaban mucho de nosotros, cosa normal por otro lado), no
había comida preparada y decían que no sabíamos hacer nada. Les convencimos de
que una tortilla o un huevo frito lo hacía cualquiera y que con eso tendríamos
bastante para el fin de semana (nos hubiésemos quedado sin comer por tal de
estar solos ese fin de semana).
Y llegó la hora de comer. Mi
amigo dijo que él haría un huevo frito. No sé cómo conseguimos abrir la cáscara
sin romper la yema, toda una proeza más debida a la suerte que a la maña. Pero
al menos le dio confianza a mi amigo. Le dije que yo lo quería bien frito. Mi amigo
comenzó a freírlo con el aceite tan frío que aquello no reaccionaba. Entonces
abrió al máximo el fuego del quemador. Al poco cogió temperatura y se asustó cuando
vio como saltaba el aceite y le salían pompas a la clara por todos lados. Pero
en vez de bajar un poco el fuego (pura lógica), ni corto ni perezoso cogió la
espumadera, se la metió por debajo al huevo y le dio la vuelta con muchísima
dificultad. Yo empecé a reírme, pues aunque nunca había frito un huevo sí había
visto hacerlo (se ve que él no). Justificándose me dijo: "¿no lo querías
muy hecho?".
Pero el mérito fue mío, por
comerme aquella cosa refrita. Aquel huevo frito no tenía parte de arriba ni
parte de abajo, ni se distinguía la yema de la clara. Finalmente hay que
reconocer que freírlo, lo frió.
CASO 3. Orden directa:
"Cuando acabes de limpiar el suelo dale a la mesa".
En esta ocasión fui yo el
pardillo. Tendría 11 ó 12 años, y unos tíos me habían llevado, junto con un
hermano, a un "bungalow" que tenían junto a la playa, con piscina y
césped, todo un deleite para dos niños ávidos de diversión. Por la mañana,
después de pasar la primera noche, mi tía nos puso a limpiar, "tenéis que
ayudar", nos decía. Aunque no nos hacía gracia no nos podíamos negar, era
el precio que había que pagar por aquel fin de semana de diversión.
A mi hermano le puso a quitar el
polvo con un trapo, y a mí a limpiar el suelo con un cepillo de barrer. Me dio
las siguientes instrucciones: "Cuando acabes de limpiar el suelo dale a la
mesa". Mi hermano y yo queríamos agradar a nuestros tíos, así que, a pesar
de no gustarnos empezamos a limpiar intentando hacerlo lo mejor posible. Yo me
esmeré mucho, por eso no entendí el enfado de mi tía y los gritos que me
dirigió: "pero, ¿qué haces?, ¿cómo se te ocurre?, valiente
guarrería". Hice lo que me dijo, después de darle al suelo le di a la brillante
y pulcra mesa del salón, donde comíamos, con el cepillo de barrer el suelo.
¿Acaso no hice lo que me dijo?
Mi falta de experiencia en la limpieza
del hogar sólo estaba a la altura del conocimiento de mi amigo friendo un
huevo. Así nos pasó lo que nos pasó.
CASO 4. Orden directa: "Trae
un poco de hierbabuena de la que hay plantada abajo para echársela a la
sopa".
Este último caso sucedió apenas
hace unos meses. Estaba en casa de unos amigos, que tienen un hijo que por
cierto no es ningún niño, y lo digo para que no se achaque su desconocimiento a
su inexperiencia.
Íbamos a almorzar una sopa calentita
a la que le pegaba mucho unas hojitas de hierbabuena. Ya sentados en la mesa se
advirtió que no había yerbabuena, y entonces esa amiga le dijo a su hijo que
fuera al jardín, donde tenía plantada esa hierva aromática, y trajera un poco
para echársela a la sopa. Sin muchas ganas el hijo fue. Al poco volvió, y
diciendo “aquí está”, dejó sobre la mesa dos o tres plantas completas
arrancadas de cuajo, con sus raíces llenas de tierra oscura. Sólo le faltó
haberlas echado, con raíces, tierra y todo, en la sopa.
Era evidente que no sabía que con
arrancar unas hojas a la planta era más que suficiente. Hubo que explicárselo.
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