Y llegó Hacienda, como llega la primavera, y nos alteró, como también hace la primavera.
"Hacienda somos todos" (por cierto un buen eslogan publicitario), pero en la realidad unos más que otros. La Hacienda Pública hace que nos afloren sentimientos encontrados. Por un lado entendemos que hay que mantener el estado de bienestar, y que el Estado ha de nutrirse para velar por el cumplimiento y la llevanza de ese bienestar, pero por otro nuestro sentido materialista de la vida y de la propiedad nos hace rechazar de forma interesada el sentido de solidaridad que todo impuesto lleva en su origen, y sentir la mano de Hacienda como una ingerencia en nuestro bolsillo.
Cierto es que los políticos tampoco consiguen cambiar esa imagen de un Estado que recauda y que derrocha, ni siquiera en esta época de grandes recortes.
Mientra más tenemos más queremos. Y ese es en el fondo el problema. Cuando tenemos poco tributamos poco, pero cuando tenemos mucho tributamos más, y sea lo que sea, siempre nos parecerá mucho. Lo mismo pasaba ante de la crisis, sólo que ahora las sensibilidades están a flor de piel y se hieren con más facilidad.
Pues sí, llegó Hacienda y nos dio una palmadita en la espalda, "malo" nos dijimos. Y no nos equivocamos, ahora nos reclaman impuestos por nuestra atalaya, sí, creedlo, por cuatro palos de madera de quita y pon mal puestos. Que si el terreno es protegido, que si la Ley de Costas, que si es una segunda "vivienda", que si no tenemos permisos, que si ni siquiera licencia de primera ocupación ... Sí, reíros, no os cortéis.
Al final apoquinando todo se arregla.
Por Cástor y Pólux.
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