Cuando la desgracia, la enfermedad o la muerte golpean todo lo demás parece perder importancia, relativizarse. El quehacer diario y la rutina pierden sentido. ¿Por qué?
Creemos que porque nos hace plantearnos cuestiones que no tenemos resueltas, sobre las que habitualmente no sólo no pensamos, sino que ignoramos deliberadamente. Preferimos vivir de espaldas a la enfermedad, la desgracia y especialmente la muerte, porque es más fácil vivir así, más cómodo. En contraposición cada vez que una de esas situaciones se nos muestra directamente se tambalea nuestra seguridad, la vida que hemos edificado sobre una comodidad ficticia.
La postura contraria, más realista, es más difícil de sostener. Aceptar que hay cosas que irremediablemente suceden, como la muerte o la enfermedad y vivir en la seguridad de que cualquier día pasarán cerca, muy cerca, hasta tocarnos. Es la única forma de que no haya sorpresas, de aceptar con naturalidad el hecho más natural y seguro de todos, la muerte.
Cada cual es libre de tomar su decisión y adoptar la actitud que crea más conveniente, pero habrá de asumir las consecuencias de esa elección.
No nos estamos refiriendo a la pena o el sufrimiento por la pérdida de un ser querido o por una grave enfermedad, sino a la actitud personal con la que solemos afrontar esas situaciones.
Por Cástor y Pólux.
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