LA COCHERA MÁGICA.
Por Pólux (30-03-2013)
(Basado en hechos
reales)
Sí señores, tal como suena, tengo una cochera mágica, una
cochera para guardar el coche. Forma parte de la casa de mis padres, por tanto
es particular y se paga por ella al Ayuntamiento de un pueblo cercano a Sevilla
(lo de excelentísimo se le presupone pero a todas luces no es así) el
correspondiente impuesto. Tiene su placa oficial de prohibido aparcar y el
bordillo de la acera que le corresponde pintado de amarillo continuo, todo es
bien visible.
Pero en esa cochera suceden unos fenómenos muy extraños, lo
que la convierte en mágica, pues no encuentro explicación lógica a lo que
acontece. Tal vez algunas de las personas que lean esto pueda darle una razón
coherente que me saque de la incertidumbre.
¿Qué no se entenderá de esa placa? |
Es una cochera pero no puedo aparcar en ella, pues si lo
hago después no puedo salir. ¿Por qué? Porque algún otro usuario de la vía
pública que no paga impuesto por aparcar allí tiene a bien hacerlo sin
importarle lo más mínimo el perjuicio que pueda causar (no poder coger el coche
para ir a trabajar, no poder llevar a alguien enfermo al médico y tener que
llamar a un taxi o retrasar no sé cuantas horas la salida a la playa un
domingo). Hay gente así, que le vamos a hacer.
Pero la magia va más allá. Cuando llamas a la Policía Local
(no hay otra, pues la Guardia Civil no se encarga de eso) para denunciar el
hecho, vienen unos señores vestidos de azul con unas botas muy grandes, que
parece que imponen, pero es al revés, todo el mundo se los toma a pitorreo, el
que ellos mismos provocan con su falta de autoridad (aunque en realidad sólo
tienen autoridad para lo que les interesa). Pues bien, esos señores de azul no
multan el coche mal aparcado y llaman a la grúa, no. Se dedican a buscar al
dueño a partir de la matrícula, para ver si es un vecino o alguien conocido. Si
es así van en su busca para pedirles amablemente que retiren el coche, pues hay
alguien a quien le molesta. Ese alguien soy yo, por supuesto, que les importuno
en lo que estuvieran haciendo. El usuario infractor quita el coche malhumorado,
como si yo le estuviera molestando por ello. Si además se me ocurre decirle
algo (como “tenga más educación y no aparque donde no se puede”, o “¿no se da
cuenta de la molestia que me causa aparcando aquí?”) me miran cabreados y me
increpan, ¡como si el que infringiera el Código de Circulación fuera yo!
En el supuesto de que el infractor no sea vecino ni conocido, los hombres de azul se pasean con sus grandes botas por todos la bares y
tiendas de la zona preguntando por el dueño del coche. Sólo si después de media
hora o más de búsqueda no aparece el infractor se deciden a llamar a la grúa.
Si tienes suerte aparecerá en poco menos de una hora, si no … olvídate de lo
que fueras a hacer.
Este fenómeno se repetía día tras día, no siempre pero con
una asiduidad más que molesta. Además no sólo sucedía cuando querías sacar el
coche, sino también cuando llegabas a las tres y media o las cuatro de trabajar
para dejar el coche e ir a tu casa a comer y descansar. Adiós comida, ese día
ayuno forzoso. Otro efecto curioso de la magia, por aparcaba no comía.
¿Cómo creen que se puede sentir uno después de diez o doce
veces ( y no exagero) con el mismo “cachondeíto”? Claro yo subía algo el tono y
ya no pedía amablemente que no aparcaran allí, ya les decía “A ver si tenemos
un poco más de vergüenza y no andamos por ahí fastidiando a los demás”.
Entonces la magia se multiplicaba. Simplemente me decían de todo, incluso
alguna gitana desvergonzada se atrevió a maldecirme. La cochera me había
transformado, me había hecho pasar de ofendido a ofensor. Al final toda la
culpa era mía.
Las excusas de los infractores eran de lo más variopintas,
desde “es que era sólo un momento” (pero yo llevaba más de media hora esperando
para que al final saliera de un bar con el bigote manchado de cerveza), hasta
“es que como la puerta de la casa estaba cerrada creía que no había nadie” (esa
lógica no servía porque a todas luces la cochera se usaba con independencia de
quien estuviera en casa, cosa que por lo visto era muy complicado de entender)
o un “como se pone por nada” (sí, claro por nada, a ti te quería ver yo
esperando una hora), e incluso “me podía haber buscado, que estaba ahí al lado”
(es decir, que si no quiero esperar tengo que ponerme a buscar por los
alrededores, y si no lo hago allá yo, tendré que esperar –pedazo de lógica
aplastante-).
Lo mejor de todo era que los infractores se iban sin multa
ni nada. Sólo les multaban cuando tenía que venir la grúa, como si tuvieran que
hacer rentable la actuación. Aunque pocas fueron las veces que apareció la
grúa.
Acabé por pedirle a esos hombres que se hacen llamar
Policías que por favor multasen a los infractores, pues aparcaban sin
miramiento una y otra vez ya que sabían que no se les iba a multar. Entonces,
además del desagrado de los vecinos por no poder aparcar en mi puerta, me gané
el desagrado de la Policía, ¡como si yo disfrutara viendo poner multas!
Pero el aspecto mágico va más allá. Un día decidí que sería
yo el que aparcara en la puerta de la cochera. A fin de cuentas no multaban a
nadie si yo no llamaba a la policía, y, claro, no la iba a llamarla por mi
propio coche. Pero ¡magia!, van y me multan. Sí, creánselo, me multan. Voy a la
oficina de la Policía Local dispuesto a estrangular a alguien, le explico la
situación, que la cochera es mía y que aparco porque si no lo hacen los
vecinos, pero nada. No puede quitarme la multa, ya es imposible. Les pregunto
que cómo me han puesto una multa si ellos no multan nunca allí. Me dicen
entonces que la denuncia la ha puesto un vecino mío (¡ole la envidia!, y creía
que eso de la envidia española era un tópico), y que han buscado al dueño del
vehículo pero no lo han encontrado. ¡Claro!, la cochera estaba a nombre de mi
padre y mi coche al mío.
Tuve que recurrir al “amiguismo” que tanto funciona en esta
tierra para que me quitaran la multa que era imposible que me quitaran. No me
importa decirlo, aunque sea una vergüenza, pero recurrí a ese sistema que tanto
mal nos acarrea. Yo no podía pagar esa multa, ¡era lo que faltaba!
El Policía que me quitó la multa, amigo de mi hermano, tras
explicarle todas las vicisitudes de la cochera, me dijo que el problema era yo,
que tenía que llamar a la Policía y esperar, y no andar a la gresca con los
vecinos y con la propia Policía. Aquí nadie me soluciona el problema, todos
hacen impunemente lo que les da la gana y la causa de todo soy yo. Ni siquiera
tengo derecho a protestar.
Véase el comentario de la foto adjunta. |
Esto es lo que sucede cuando la autoridad se inhibe de sus obligaciones, y los que pagan impuestos por usar su cochera se ven indefensos: se toman la justicia por su mano. |
Con el tiempo sometieron la calle a ese impuesto municipal
abusivo a todas luces que se llama “zona azul”, implantado, al menos en este
pueblo, para recaudar a causa de la crisis (lo de regular el aparcamiento en el
centro viene muy bien como excusa).
¿Saben lo que sucede hoy? Pues algo muy curioso. Ahora quien
deja el coche delante de la puerta es mi hermano, que utiliza el coche de mi
padre, una combinación perfecta por lo siguiente. Dado que la Policía investiga
quién es el dueño del coche no le multan, pues averiguan que es del dueño de la
casa y de la cochera, por tanto está incluso a salvo de la denuncia de algún
vecino “ofendido” por no poder aparcar él delante de la cochera de otro. Como
el vado es competencia de la Policía Local, los operarios de la zona azul no
pueden multarlo, y de hecho no lo multan. Eso sí, que ni se le ocurra aparcar
el coche dentro de la cochera, porque entonces estará perdido y acabará como
yo. El único problema que se le presenta es cuando llega de algún sitio y se
encuentra que ya hay un coche delante de la cochera, quitándole el sitio,
entonces, como directamente ha renunciado a llamar a la Policía, pues aparca
donde puede y se acabó.
Al final la política municipal es igual que la nacional pero
más pequeñita, con los mismos condicionamientos, quiero decir ineptitudes,
falta de interés en solucionar los problemas de las personas, intereses
partidistas, intereses particulares … y para qué seguir. Luego nos quejamos de
los políticos que tenemos y de la corrupción, y no sé por qué, en este pueblo
pasa exactamente lo mismo que a nivel nacional. Désele un cargo nacional a
cualquier político o Agente de la Policía Local de estos y veremos qué hace, si
en un pueblo donde se le conoce es un inepto que sólo sabe funcionar con el
“amiguismo” y la lógica aplastante del “usted tiene la culpa”. ¡Pues claro que
tenemos lo que nos merecemos! Y a sufrirlo sin rechistar, no vaya a ser que nos
multen.
Este caso, como muchos otros, es lo que hay que pagar por la mala educación, o mejor dicho de ninguna educación que se ha adueñado de muchisimas personas. Todo vale, hago lo que quiero, molesto si quiero y cuando quiero. Y lo peor es que se consiente por quien tendria que dar ejemplo. Politicos, gobernantes, educadores, y sobre todo la familia, pero claro... primero habra que educarlos a ellos. Solo es.cuestion de educacion.
ResponderEliminarHola Francisco Serrano. Gracias por tu comprensión y matización del tema. Estoy totalmente de acuerdo contigo. La educación es fundamental para la convivencia. Un saludo y gracias por participar.
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