Seguimos el camino que iniciamos el sábado pasado. Hemos visto varios pueblos, e innumerables urbanizaciones, pero todo lo dejamos atrás. Parece que nuestro lugar aún no está cerca. ¿Estará por aquí, por esta provincia onubense? Porque más allá sólo quedan tierras extranjeras, aunque no creo que sea muy correcto llamar extranjero al pueblo luso. Aún no sabemos nuestro destino.
Hoy lunes comienza otra semana: estrés laboral, falta de tiempo, sueño acumulado, prisas ... En fin, la locura en que hemos convertido nuestras vidas. Aunque también es cierto que no estamos dispuestos a poner remedio, porque ello supondría renunciar a lo que de positivo tiene esa forma de vida: una posición social adquirida y aceptada, comodidades que se obtienen con suma facilidad (sólo hay que tener algo de dinero), y la tranquilidad de no tener que tomar decisiones importantes que comprometan nuestra estabilidad, pues ya las toman otros por nosotros. Cada uno tendrá que sopesar qué hay de positivo y de negativo en todo ello, y una vez analizado, tomar la decisión de actuar o admitir su situación. Lo cierto es que en la naturaleza humana hay una cierta resistencia innata al cambio.
Y eso, un cambio, es lo que necesitan las estructuras sociales y sobre todo económicas y financieras que nos han sumido en esta voraz crisis. Pero no el cambio del que hablan los políticos, no, un cambio cualitativo y en profundidad, con unas nuevas bases y formas de actuación. No sabemos como tendría que ser, pero sí sabemos como no tendría que ser. Y no tendría que ser lo que está siendo. Tal vez merecería la pena renunciar al progreso incontenible pero también inestable, a pesar del bienestar que produce, en favor de una vida más pausada, menos cómoda, pero más segura. ¿Y se quiere renunciar realmente a lo que se ha obtenido hasta ahora?. Creemos que no. Lo deseamos todo, pero parece ser que esta vez no lo vamos a poder tener, y ya sería hora de ir haciéndonos a la idea. Hasta ahora la ciudadanía lo único que ha hecho ha sido esconder la cabeza con la seguridad de que cuando la vuelva a sacar habrá pasado todo. Y aquellos que se manifiestan no son una excepción, pues lo único que quieren es no perder sus privilegios o sus trabajos, es decir, que todo siga igual. Y quienes se manifiestan por un cambio, ¿realmente están dispuestos a aceptarlo? No dudo que algunos sí. Pero un cambio a estas alturas es igual a una renuncia. ¿Estarían dispuestos a admitir esa renuncia? Esto es una locura. Cada uno va a defender su propio interés y nadie piensa en el bien común, porque este concepto hace ya mucho tiempo que lo desterramos, precisamente cuando aprendimos a ganar dinero fácilmente y a disfrutar de todo a golpe de talonario, porque entonces el bien común dejó de interesarnos.
Por Cástor y Pólux.
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