Mirando la Luna llena de estos días atrás nos preguntábamos cuánto tardaríamos en legar a ella en coche. Evidentemente no podemos, pero si pudiésemos, a una velocidad constante de por ejemplo 120 km/h, ¿Cuánto creéis que tardaríamos?, ¿una semana, un mes, un año? Pues haciendo unos simples cálculos, sabiendo que la Luna está de media a algo menos de 400.000 kilómetros, tardaríamos en coche..., unos cuatro meses y medio más o menos. Si corriéramos un poco más, por ejemplo a 150 km/h, lograríamos llegar en algo menos de cuatro meses. Por lo menos estamos seguros que, una vez allí, no tendríamos problemas para aparcar. Una nave espacial, cuya velocidad se mide en miles de kilómetros por hora, tardaría varios días en llegar, y la luz, cuya velocidad se mide en algo más de mil millones de kilómetros por hora (en realidad se mide en kilómetros por segundo para manejar cifras más bajas), tardaría poco más de un segundo. Parece una velocidad fantástica, pero ¿cómo nos quedamos cuando nos dicen que desde un sitio no especialmente lejano del universo la luz puede tardar en llegar hasta nosotros, en la Tierra, miles de millones de años? Es imposible concebir o imaginar la distancia que ha tenido que recorrer. ¡Y a nosotros a veces nos duelen los pies después de estar andando una hora!
Seguimos nuestro camino. Y andando hemos llegado y pasado Isla Cristina. Hacia mucho tiempo que no veníamos por aquí. Está todo tan cambiado... Ya estamos cerca de Ayamonte, ciudad fronteriza a orillas del Guadiana, flanqueada por agua dulce y agua salada. Qué bella es toda esta zona..., pero no es lo que buscamos. Tendremos que seguir caminando adentrándonos en el Algarve, que es el espacio natural que sigue. ¿Estará allí nuestro lugar? Es posible, pero no lo sabemos. Portugal..., tierra hermana. El Algarve y Huelva son la misma tierra, prolongación una de otra, sólo distinguidas por las fronteras caprichosas que la historia ha situado donde ahora están. Seguiremos nuestra andadura.
Aquello de lo que no hemos tenido jamás experiencia no lo podemos imaginar. Cabría pensar que sí. Por ejemplo, me imagino un ser gigantesco, con patas de cangrejo, cincuenta ojos en cada brazo, la piel dura como el hierro y hueco por dentro, que pudiera volar a velocidad supersónica y atravesara un montaña con suma facilidad, y a su vez inmaterial. Está claro que lo podemos imaginar y no existe ni tenemos experiencia de él. Pero sí tenemos experiencia de los distintos elementos que hemos utilizado para imaginarlo: un cangrejo, una montaña, la dureza, la velocidad, el vuelo... No podemos concebir lo que no sabemos, y eso limita nuestra imaginación. Somos como somos y no podemos ser de otra manera. Esto parece una tautología, y seguramente lo sea, pero con ello damos a entender nuestra limitación existencial, la imposibilidad de sustraernos a nuestra propia naturaleza.
Por Cástor y Pólux.
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