La atalaya se cimbrea pero resiste. La copiosa lluvia y el fuerte viento la desafían constantemente. En su interior me agazapo liado en dos mantas, apenas manteniendo mi propio calor. Entre las maderas de la estancia, cual rasgada piel por el tiempo, se filtra el aire con ímpetu, con distintas sonoridades, todas amenazantes, en una suerte de sinfonía que me produce a la vez temor y paz interior.
Las maderas húmedas resuenan con el golpeteo de la gotas de agua, a veces tan fuerte que fueran a ceder. La angosta puerta permanece cerrada y anclada, y resiste. Me atrevo a retirar la tabla que tapa la mirilla para ver el espectáculo de la naturaleza. El viento y el agua golpean sin pudor mi rostro que a duras penas contiene el envite. Ya está amaneciendo ¡ y el espectáculo es tan distinto al habitual ! El horizonte es imperceptible entre la lluvia y las nubes, la falta de color vuelve el entorno diferente, algún osado pájaro ha levantado el vuelo para volver a guarecerse, en la orilla la blanca espuma de las olas que rompen destacan sobre el gris general ... Cierro la mirilla, no aguanto más el frío y el viento, y me seco con una toalla mientras sigo agazapado escuchando el espectáculo.
La naturaleza ofrece otro rostro, otra perspectiva, pero he de estar ahí, y querer y saber verlo. Ha excitado mi deseo de búsqueda, pero nada nuevo he encontrado. La reflexión nada nuevo me enseña del mundo, la experiencia y el conocimiento sólo una pequeña parte.
Por Pólux.
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