Estatua de Platero en Moguer (Huelva). |
Uno de los ejemplos más conocidos y populares de esa prosa es su libro "Platero y yo". ¿Quién no ha recitado o al menos escuchado alguna vez el primera párrafo del libro? "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro."
En el capítulo XXX de "Platero y yo", titulado "Última siesta", tenemos otro claro ejemplo de la sencillez y la expresividad de esta prosa, liviana y profunda como un suspiro de aire fresco. Aquí tenéis el contenido de dicho capítulo para que juzguéis por ustedes mismos:
"¡Qué triste belleza, amarilla y descolorida, la del sol de la tarde, cuando me despierto bajo la higuera!
Una brisa seca, embalsamada de derretida jara, me
acaricia el sudoroso despertar. Las grandes hojas, levemente movidas, del
blando árbol viejo, me enlutan o me deslumbran. Parece que me mecieran
suavemente en una cuna que fuese del sol a la sombra, de la sombra al sol.
Lejos, en el pueblo desierto, las campanas de las
tres suenan las vísperas, tras el oleaje de cristal del aire. Oyéndolas,
Platero, que me ha robado una gran sandía de dulce escarcha grana, de pie,
inmóvil, me mira con sus enormes ojos vacilantes, en los que le anda una
pegajosa mosca verde.
Frente a sus ojos cansados, mis ojos se me cansan
otra vez... Toma la brisa, cual una mariposa que quisiera volar y a la que, de
pronto, se le doblaran las alas... las alas... mis párpados flojos, que, de
pronto, se cerraran..."
Por Pólux.
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