El otro día hice un trayecto en tren. Frente a mí se sentó una pareja ya de cierta edad. Ella comenzó a hablarle sin parar. Él apenas parecía mostrar interés, aunque se veía que por respeto hacía un esfuerzo por escucharla. Pero la mujer hablaba y hablaba hasta resultar mareante.
El hombre empezó a quedarse dormido. Entre el traqueteo del tren y el parloteo ininterrumpido cualquiera hubiera sucumbido al sueño como él. Y la mujer seguía hablándole. Yo supuse que aún no se había percatado de que el hombre estaba dormido. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando veo como ella le observa directamente, ve como duerme y le sigue hablando como si nada. ¿Creería la mujer que en realidad no estaría dormido? Yo juraría que lo estaba. Y la mujer hablaba y hablaba.
Cerca ya del destino el hombre se despertó algo desorientado mientras ella le seguía hablando. Yo soporté la situación porque me había puesto unos auriculares para escuchar música.
¿Cómo se puede hablar tanto y además sin que nadie te escuche? De verdad que la necesidad de hablar se ha convertido ya en algo enfermizo.
Pólux.
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