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domingo, 3 de agosto de 2014

"IGLESIA, DOCTRINA Y MENTALIDAD", POR PÓLUX.

IGLESIA, DOCTRINA Y MENTALIDAD.
Por Pólux (03/08/2014).


Recuerdo como mi madre, no sin cierta decepción, hablaba sobre cuando era joven y no podía entrar en la Iglesia en mangas cortas, y mucho menos con una falda corta, ni siquiera con un escote que hoy sería de lo más normal, y como en religión le enseñaban más sobre el miedo al infierno y el dolor que sobre el amor a Dios y al prójimo. Lo que entonces le parecía moderno y apropiado ahora le parece engañoso e innecesario, y ello porque siempre se preocupó no sólo de ser religiosa, sino de conocer la doctrina de la religión bajo cuyas reglas vivía.
 

Su decepción creo que pone de manifiesto cierta confusión entre lo que es la doctrina de la Iglesia, es decir, el conjunto de ideas y pensamientos que dan cuerpo, vertebran y definen una religión, y la mentalidad de una época, es decir, la forma de pensar que caracteriza a un grupo social en un momento determinado. La doctrina la entendemos con una base arraigada, establecida y estable, cuyas enseñanzas no cambian en el tiempo, y en la que muchas personas basan su vida. La mentalidad, aún pudiendo tener ese misma base arraigada, que en su caso no es condición indispensable, es cambiante a lo largo del tiempo, y los valores de una época dejan de serlo en otra, a costa de otros en ocasiones muy diferentes.

La confusión se produce al adecuar la enseñanza de la doctrina a la mentalidad imperante, como forma de facilitar la integración con los fieles y el pueblo en general, y lo que son formas de entender la vida y normas sociales más o menos arbitrarias o relativas se entienden como parte de la doctrina.

Pero esa confusión entre los conceptos doctrina y mentalidad no ha existido en el pasado ni lo hace ahora de forma gratuita, aunque por distintos motivos. Antaño (tras nuestra dolorosa guerra civil y en épocas anteriores) fue beneficiada la Iglesia, ahora lo es un cierto anticlericalismo que, por cierto, siempre estuvo ahí, sólo que no siempre pudo expresarse.

Una confusión que los propios sacerdotes fueron incapaces de evitar, más bien al contrario, pues les benefició para mantener un estatus privilegiado junto al poder político y social de la postguerra. Nada tenía que ver la doctrina cristiana con apoyar a un régimen político, pero la mentalidad de entonces, manipulada por común interés político y eclesiástico, posibilitó creer que ese apoyo dado por la Iglesia a los vencedores, más afines a sus creencias, era consecuencia de su propia doctrina. Hablaban de la doctrina "ama a tu prójimo" pero actuaban amando a su prójimo si pensaba como era de bien hacerlo, esto es, como el régimen decía. El pueblo no fue más que una víctima de todo ello.

Y el tiempo ha pasado y le ha hecho pagar a la Iglesia esa confusión consentida. Son ahora los contrarios a la Iglesia quienes la acusan de inmoral por la forma en que actuó, no sin razón. Lo que sucede es que se aprovecha ese argumento en contra a pesar de que el tiempo ha pasado y muchas cosas han cambiado. Y es ahora a estos contrarios a la Iglesia a quienes beneficia la confusión entre doctrina y mentalidad, pues las tornas han cambiado y es la Iglesia la que está situada en una posición más débil frente al poder político, imperando una cierta mentalidad proclive a lo laico.

Por ello tiene tanto valor el aperturismo de la Iglesia y la independencia frente a otros poderes fácticos que ha mostrado en las últimas décadas, algo tan necesario, por otro lado, para su fortalecimiento y credibilidad como institución.

El amor del que hablaba Jesucristo nada tiene que ver con épocas y mentalidades, al menos tal como está en la doctrina de la Iglesia. Y las convicciones y pensamientos de aquéllos que están en contra de la Iglesia tampoco deben someterse a prejuicios y formas de pensar pasajeras. Todos nuestros pensamientos deben tener cabida en nuestra sociedad, y la libertad para tenerlos y expresarlos debería ser lo que nos uniera a todos, no lo que nos dividiera. Ateísmo y religión siempre han subsistido juntos a pesar de las tensiones entre uno y otra, y así debería seguir siendo.

Dice el refrán que Dios aprieta pero no ahoga, pero los hombres, en nombre de Dios, han apretado y ahogado, y aún lo hacen en muchas partes del mundo, convencidos de que su Dios es el Dios.

La Iglesia debe vivir y preocuparse del presente y dar cobijo a sus fieles y a quienes no lo son, por encima de mentalidades, opiniones y otras creencias, y ese debiera ser un ejemplo de humildad para todos, pero sobre todo para aquellos que justifican guerras y muertes en nombre de Dios.

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