Este mundo contingente está gobernado por el azar. Eso nos dice la experiencia y la razón, únicas formas de conocimiento efectivo. Así como el crecimiento vertical de una planta introduce un carácter necesario en el azar proveído por la naturaleza, la voluntad del hombre puede introducir cierta determinación en su vida, pero en ambos casos sin sustraerse en último término a lo contingente.
Cuestiones como el color de la piel, el lugar donde nacemos o la carga genética con la que nos provee la naturaleza (es decir, lo contingente) determina nuestra existencia.
Admitido todo ello pierde sentido la idea de lo trascendente, aunque en realidad no es que ello pierda sentido, sino que nunca ha tenido cabida en ese planteamiento. Así, el consuelo de Dios es puro deseo de esperanza, pero no esperanza real.
Estamos solos y nada sabemos del por qué de ello, y por incómodo que sea, más lo es engañarse con cielos y esperanzas en vidas eternas.
Por Cástor y Pólux.
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