Siempre se han usado las máximas y las frases ingeniosas como formas de explicitar, matizar o perfilar las ideas que queremos expresar. Pero desde hace algunos años, y cada vez más, se han popularizado lo que nos gusta llamar frases "reveladoras", para distinguirlas de esas frases ingeniosas y máximas a que nos hemos referido.
Esas frases reveladoras son toda una declaración de intenciones, la declaración de cómo hay que vivir. Inundan el WhatsApp y el FaceBook y nos revelan que hay que vivir al día, que hay que ser positivos, no valorar y aprender de los errores, ser felices, vivir..., revivir...requetevivir... Nos dicen todo aquello que ni hacemos ni somos, son la psicología y pedagogía sincretizadas y reducidas a las dosis que pueda asimilar el vulgo, de ahí su rápida profusión.
Las intenciones, amigo mío, no sirven para nada, más que para ganar tiempo en nuestras tretas cuando queremos convencer a alguien de algo, y siempre que ese alguien sea un pardillo despistado. No, las intenciones se las lleva la más leve brisa, desaparecen en el mismo instante de ser manifestadas, son palabras que sólo llenan la boca cuando se dicen.
Lo hechos, esos sí que son y demuestran. Son la única manifestación de que una intención es verdadera. Los hechos sí que forman parte de lo vivido y de la vida misma, de hecho la conforman.
Por eso, cuando vemos las frasesitas de turno con esa extrema carga de intenciones nos reímos por dentro y nos decimos "otro que se atraganta con palabritas que brillan en el aire". Una buena máxima o una frase descriptiva (y no declarativa) a tiempo pueden llegar a ser una enseñanza, la declaración de una frase "reveladora" tan sólo la obviedad de una intención, en una palabra: aire.
Por Cástor y Pólux.
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