A veces nos alegramos cuando no le acaban de salir bien las cosas a personas que no nos gustan o que creemos que así se lo merecen, o nos da cierto coraje que obtengan buenas cosas que no conseguimos nosotros.
Luego pensamos que no tenemos buen corazón o no somos buenas personas por ello. Pero aún así seguimos deseando que nuestra justicia particular se reparta. Confesamos que nos sucede.
Pero un día, a alguien que queremos o nos es simpático le acontece algo bueno que a nosotros no (va a un viaje que quisiéramos para nosotros, asciende en su trabajo, la vida le sonríe, gana más dinero, etc.) y nos damos cuenta que de forma natural nos hemos alegrado por él como lo haríamos por nosotros mismos. ¡Qué sensación más agradable ser capaces por alegrarnos de verdad por otros! ¡Qué alivio, no somos unos monstruos egoístas! Al menos no sólo unos monstruos egoístas.
Reconocemos que el goce por el bien ajeno es un sentimiento agradable, tanto por descubrir una actitud altruista en nosotros como por poder ejercerla. Pero tampoco eso nos hace mejores, aunque nos hace ver que hay personas a las que queremos de verdad, por encima de nuestros egoísmos
Por Cástor y Pólux.
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