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viernes, 24 de enero de 2014

EL DESPRECIO QUE NOS DELATA.

Si vemos a alguien resolutivo e inteligente nos impresiona y queremos agradarle, le ayudamos si nos lo pide, pues también nosotros queremos mostrar nuestra valía ante él. Si por el contrario vemos a alguien que nos parece torpe, o lento, o poco inteligente, no nos agrada y solemos tratarle con indiferencia y desprecio, sin ningún interés por ayudarle si lo necesita. ¿Y no debiera ser al revés?

¿Por qué despreciamos a quien está en más desventaja en esta vida? Debiéramos ayudar antes a quien más lo necesita, pues quien es inteligente y resolutivo ya se vale bien por sí mismo. Pero tendemos a hacer lo contrario, ¿por qué?

El orgullo y la soberbia nos pueden. Nos gusta sentirnos importantes y superiores, por eso nos gusta estar con quien es así, pues al estar a su lado creemos estar a su altura, pero es sólo eso, una creencia (vano intento ese de intentar ser quien no somos). Sin embargo al estar al lado de alguien que sentimos por debajo de nosotros nos gusta marcar la diferencia, para dejarnos claro que no somos así, lo que nos lleva a despreciarlo y no mezclarnos en sus intereses.

¡Cómo somos las personas!, ¡qué inanes, vanos y fútiles! La apariencia no nos hace mejores, pero es tal la necesidad psicológica de sentirnos importantes y los mejores que obviamos algo tan elemental como que "el hábito no hace al monje". Sólo nos engañamos a nosotros mismos. En el fondo tenemos miedo a ser como esas personas a las que despreciamos. ¡Qué difícil es ser humilde y aceptar las propias limitaciones...! Por eso las personas que lo hacen son grandes personas.

Por Cástor y Pólux.

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