"La pequeña casa aún seguía en pie, confundida entre la maleza que parecía reclamar su sitio y los árboles ya centenarios que cubrían aquel paraje. La vieja madera cuarteada aún resistía parte del techo y sostenía desencajada la única puerta de acceso.
Cuando entré el impacto emocional fue súbito, como un revolcón de vivencias casi olvidadas y recuerdos que aparecían de la nada. Y se removieron los fantasmas, no sólo los del pasado, también los del presente.
¡Que a gusto se vive henchido en esa rutina diaria que tantas quejas provoca y que tanto se desea al perderla!
¿Qué hacía allí reviviendo lo ya perdido, lo inalcanzable, lo que ni siquiera sabía si quería volver a desear? Fueron unos meses que ahora parecen años los allí vividos, aislados, solitarios, pero plenos. Se disfruta más lo recibido sin espera que lo esperado, pues se goza más un regalo que un derecho. Y así fue. Pero fue, y del pasado mejor no recordar ni lo bueno, para no dejar resquicio por donde entrar lo malo. Y así también fue, los recuerdos abrieron un resquicio a emociones muy vitales pero no siempre positivas.
Volví a la ciudad y anduve despacio hacia mi casa, mirando a la gente, queriendo adivinar emociones ocultas como las que me asaltaban, y fijando la vista en las personas más mayores. ¡Cuántas vivencias, emociones, secretos y proezas guardarán esos cuerpos marchitos, esas mentes cansadas!
Tuvo que pasar más de un mes para que fuera depositándose de nuevo el poso del recuerdo y la emoción allá en la sima más recóndita que encontré en mi mente, de donde tal vez nunca debió removerse, aunque he de reconocer que la emoción que reviví me hizo a su vez sentir vivo y comprender algo que la rutina ayuda a olvidar con facilidad: valorar lo que es por encima de lo que no es, valorar mi presente y lo que poseo por encima de todo."
Por Cástor y Pólux.
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