Después de unos días fuera de nuestra atalaya hemos vuelto hoy a ella para paladear y degustar esta tranquilidad absoluta, para dejarnos acariciar por esta brisa que envuelve nuestros sentidos, para olvidar la peor de las soledades, la que se siente estando rodeado de otros, para olvidar el peor de los desamores, el que se siente junto a personas que no quieren, para olvidar..., en realidad sólo para olvidar.
¿Y tanto hay por olvidar? ..., y vosotros ¿tenéis mucho que olvidar? Tampoco hemos de perder demasiado tiempo en ello. El tiempo que nos queda, que cada vez es menos, hemos de invertirlo en lo que queremos, en deseos, en placeres, en obtener bienestar. Olvidar, a veces, requiere mucho tiempo, y no merece la pena invertir en ello el poco tiempo que nos queda. Es ése un intento que no siempre procuramos, y de hacerlo no siempre conseguimos, y de conseguirlo no siempre valoramos.
Cerramos los ojos y toda parece desaparecer. Así es nuestra atalaya. Allá cerramos los ojos al mundo que conocemos acá, al dolor, al sinsabor, al cansancio, al desánimo, a la anulación..., y los abrimos a... ¿a qué realidad los abrimos?
Por Cástor y Pólux.
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