¿De qué manera somos que tanto nos gusta practicar el juicio sobre los demás? Pero, curiosamente, no nos gusta que nos juzguen a nosotros.
¡Claro que cabe el juicio a otros!, cuando formamos parte de la circunstancia juzgada. Pero cuando no somos parte, ¿cómo podemos juzgar con tanta ligereza? No sabemos todas las circunstancias que afectan al otro, ni sus criterios para actuar, ni todos sus valores, motivos, debilidades y sentimientos, en fin, todo aquello que puede formar parte de una decisión. Con tal desconocimiento, ¿cómo osamos juzgar al otro, decidir si actúa bien o mal?
Tal osadía sólo demuestra descontento por la propia vida, pues cuando alguien está volcado en su propia vida, en su proyecto de futuro, en arreglar sus propios asuntos, en superarse y dar sentido a su vida, no suele tener tiempo ni interés en valorar lo ajeno cuando en nada le afecta.
Por Pólux.
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