PERCEPCIÓN Y ESCALAS.
Por Pólux (31 de mayo de 2015)
Durante toda la noche el mar ha llenado el espacio con su sonido fuerte e impetuoso. Es un gusto dormir en la atalaya bajo ese ruido que pareciera la mejor música por la forma en que altera el espíritu. A veces incluso me despierta para volverme a arropar.
Me hace ahora pensar en las distintas formas en que se nos aparece la realidad, tan desconcertante e incompresible en ocasiones, produciendo la incómoda duda sobre si es la naturaleza la que se muestra incomprensible o es nuestra mente la que es incapaz de comprenderlo todo (¿no es lo mismo?).
Cerca de la orilla, donde la olas rompen, se mezcla el sonido individualizado de cada ola con las demás, en una suerte de sonido estéreo muy marcado, con picos de intensidad cuando las olas rompen. Sin embargo, en la atalaya, a algo menos de 200 m. de la orilla, sobre el modesto acantilado que recorre la costa encaramado a lomos de impresionantes dunas colonizadas por pinos, en parte endurecidas hasta formar arenisca, y más allá, el sonido se torna uniforme y continuo, desapareciendo el sonido estéreo para ser sustituido por otro envolvente que se me antoja una barrera infranqueable, amenazante y auspiciadora, pero con cierta afabilidad.
Una misma realidad, el sonido producido por las olas rompiendo en la orilla, se percibe de dos formas distintas dependiendo de la distancia a que nos situemos de la orilla. Esa doble percepción de una misma realidad no parece depender de la naturaleza del objeto de que se trate, ya que no observamos cambio alguno en ella. Tampoco parece depender de la naturaleza misma de la mente que lo percibe y quiere comprenderlo, pues la capacidad y la ventana de percepción de la mente es siempre la misma. Parece entonces depender de las condiciones mismas en que se encuentran el objeto y el sujeto, es decir, de la relación de ambos entre sí mismos y en relación con el entorno común o realidad bajo la que se presentan.
Podría ser así, pero no sabemos armonizar ambas percepciones, es decir, no sabemos la causa de que ello sea así, no sabemos explicarlo, lo que evidentemente siembra cierta duda sobre la realidad de ese hecho.
Podría ser así, pero no sabemos armonizar ambas percepciones, es decir, no sabemos la causa de que ello sea así, no sabemos explicarlo, lo que evidentemente siembra cierta duda sobre la realidad de ese hecho.
¿Cuál de las dos percepciones es, pues, más cierta o definitoria de la realidad? Ninguna por sí sola, quiero pensar. Pero ¿y si sólo conocemos un aspecto de algo sin saber que puede tener otra percepción y otra forma de mostrarse en la realidad? Si aceptamos que lo que no podemos percibir y no nos afecta no forma parte de nuestra realidad, nada nos importa lo que no conozcamos. Ahora bien, cabe la posibilidad de que algo que no conozcamos nos afecte sin que sepamos apreciar o percibir que nos afecta, como por ejemplo las propiedades de la materia a nivel atómico, que no podemos ver ni medir directamente, de cuya estructura dependen muchas propiedades de la materia que observamos y manipulamos a nivel macroscópico, y que durante casi toda la historia del hombre fueron ignoradas. Esto sí parece ser un límite efectivo de nuestro conocimiento: lo que no sabemos que existe no podemos tenerlo en cuenta en nuestro conocimiento.
Dicho límite, así expresado, no deja de ser una toma de postura a favor de un cierto cientificismo. Y es que no puedo ocultar mi profunda creencia en la ciencia como forma de conocimiento válida, claramente por encima del conocimiento filosófico, aunque éste pueda ser un instrumento de estudio válido en ocasiones.
Dicho límite, así expresado, no deja de ser una toma de postura a favor de un cierto cientificismo. Y es que no puedo ocultar mi profunda creencia en la ciencia como forma de conocimiento válida, claramente por encima del conocimiento filosófico, aunque éste pueda ser un instrumento de estudio válido en ocasiones.
Otro ejemplo que ilustra perfectamente todo este problema de la naturaleza de las cosas y su percepción es el de los mundos microscópico y macroscópico antes aludidos y el universo tomado en su conjunto, tal como hoy lo conocemos. El mundo microscópico se vuelve imperceptible, sin embargo algunas de sus características afecta al mundo macroscópico. Así, el tipo de enlace atómico hace que la materia sea sólida o líquida. Lo que a nivel microscópico percibimos como el tipo y la fuerza de unión entre un átomo y otro, a nivel a macroscópico lo percibimos como el estado de la materia. Asimismo nuestra percepción del universo es la percepción de las condiciones particulares del hábitat que ocupamos en ese universo, pero somos incapaces de percibir la estructura de las galaxias y del universo en su conjunto. Eso mismo sucede con el tiempo. Percibimos como cambian las cosas en segundos o minutos, pero no percibimos los cambios a escala geológica (millones de años).
Parece que en el fondo la única variable a tener en cuenta es la escala, pues con ella varían tanto el sonido de las olas olas (distancia), como la percepción de los mundos microscópicos y macroscópicos (tamaño) o la percepción del tiempo (tiempo). El problema es que, en principio, la escala se nos muestra como una variable arbitraria, sin un sentido real pleno. Entendemos la escala como una forma de medir las cosas, y nos cuesta admitir que de la forma de medir las cosas dependan su naturaleza y sus características. Si nos cuesta admitirlo y no nos convence es que seguramente no sea esa la esencia del problema.
Replanteemos la cuestión. La forma en que actúa y se percibe la naturaleza depende de su escala física, y ésta depende de nuestra percepción, es decir, de nuestra capacidad de percibir sólo en determinadas condiciones (nosotros mismos somo la escala, la medida). La escala, en verdad, sólo señala nuestro sitio en el mundo, el nicho biológico en el que nos desenvolvemos y para el que se han desarrollado nuestro cerebro y nuestras aptitudes de adaptación, es decir, la parte del mundo que nos es suficiente conocer para desenvolvernos en él plenamente como animales.
Este problema de las escalas, que afecta a otros campos como a la historia, es ya antiguo. Yo sólo propongo relativizar nuestra forma y nuestra capacidad de conocer hasta englobar en ella el concepto de escala, de forma que ésta no pueda ser entendida como realidad en sí misma. Desde un punto de vista filosófico nada impide hacerlo, pero desde un punto de vista científico no es tan simple, pues no podemos relativizar las variables a nuestro gusto. Sobre esta cuestión en particular ya han hablado e inquirido grandes y autorizados científicos, y a ellos me remito.
Parece que en el fondo la única variable a tener en cuenta es la escala, pues con ella varían tanto el sonido de las olas olas (distancia), como la percepción de los mundos microscópicos y macroscópicos (tamaño) o la percepción del tiempo (tiempo). El problema es que, en principio, la escala se nos muestra como una variable arbitraria, sin un sentido real pleno. Entendemos la escala como una forma de medir las cosas, y nos cuesta admitir que de la forma de medir las cosas dependan su naturaleza y sus características. Si nos cuesta admitirlo y no nos convence es que seguramente no sea esa la esencia del problema.
Replanteemos la cuestión. La forma en que actúa y se percibe la naturaleza depende de su escala física, y ésta depende de nuestra percepción, es decir, de nuestra capacidad de percibir sólo en determinadas condiciones (nosotros mismos somo la escala, la medida). La escala, en verdad, sólo señala nuestro sitio en el mundo, el nicho biológico en el que nos desenvolvemos y para el que se han desarrollado nuestro cerebro y nuestras aptitudes de adaptación, es decir, la parte del mundo que nos es suficiente conocer para desenvolvernos en él plenamente como animales.
Este problema de las escalas, que afecta a otros campos como a la historia, es ya antiguo. Yo sólo propongo relativizar nuestra forma y nuestra capacidad de conocer hasta englobar en ella el concepto de escala, de forma que ésta no pueda ser entendida como realidad en sí misma. Desde un punto de vista filosófico nada impide hacerlo, pero desde un punto de vista científico no es tan simple, pues no podemos relativizar las variables a nuestro gusto. Sobre esta cuestión en particular ya han hablado e inquirido grandes y autorizados científicos, y a ellos me remito.
Todas mis percepciones de la realidad me llevan siempre hacia el mismo camino o creencia: la subjetividad y el relativismo. Podría ello ser un sesgo de mi conocimiento, pero sólo podría. Si alguien me mostrara con certeza que así fuera lo aceptaría sin dudar, a pesar de que ello me llevaría a un relativismo descarnado.
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