Hace poco leíamos en el libro titulado "Cómo ganar amigos e influir sobre las personas", del autor Dale Carnegie, editado en junio de 1940 (y reeditado hasta la saciedad), la siguiente frase:
"La crítica es inútil porque pone a la otra persona en la defensiva, y por lo común hace que trate de justificarse. La crítica es peligrosa porque lastima el orgullo, tan precioso de la persona, hiere su sentido de la importancia y despierta su resentimiento."
Todo eso hace de la crítica a los demás un tema difícil de tratar, al menos si queremos conservar una relación positiva con ellos. Es más fácil ponerse a la gente en contra que no a favor. Como decía Dale Carnegie, por pequeña que sea la crítica, siempre encontrará resistencia y justificación en el otro, y conseguirá el resentimiento hacia nosotros por haber herido su orgullo.
Que esto funciona así no hay duda ..., que queramos entenderlo y aprovecharlo en nuestra relación con los demás es ya otra cosa. Yo he conocido a varias personas que han tenido a gala "decir siempre la verdad", pero en el fondo escondían bajo esa aseveración su ineptitud para tratar con los demás sin ofenderles, pues siempre les criticaban y nunca respetaban sus decisiones y su forma de hacer las cosas. No sabían respetar, y la forma de justificar su falta de tacto era manifestar que tenían que "decir siempre la verdad". Sólo hay que preguntarles cómo les va en la vida, o mejor, echarles un vistazo en su relación con los demás. Pero como bien decía Carnegie, ellos no se ven como yo los he descrito, pues siempre tratan de justificarse. Todos, en realidad, tratamos de justificarnos ante las críticas, pero esas personas de las que hablo, se convierten en sí mismas en una justificación. Su vida es una justificación.
Pero antes hemos de mirarnos a nosotros mismos, como nos decía ayer Adonis en su artículo. Antes de juzgar a los demás veamos cuál es nuestro propio juicio.
Pero antes hemos de mirarnos a nosotros mismos, como nos decía ayer Adonis en su artículo. Antes de juzgar a los demás veamos cuál es nuestro propio juicio.
Por Cástor y Pólux.
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