Desde aquí, nuestra atalaya, podemos contemplar el mar, en toda su majestuosidad, y como las olas golpean sin cesar contra los acantilados que lo sujetan, o se deslizan suaves sobre la arena de las playas que, a modo de calas, salpican esos acantilados. Es un movimiento incesante, continuo, sin más razón de ser que la de estar ahí.
¿Pero acaso hay más razón de ser que la de estar ahí? ¿Podemos afirmar con total seguridad una razón de ser para nosotros mismos? Nada hay claro que a todos nos ilumine por igual. ¿Sería deseable que así fuera? ¿No acabaría ese consenso con la esencia de la libertad humana? ¿Tendría que ser así?
Tenemos una existencia llena de dudas y de preguntas por resolver que seguirán sin respuesta. ¿Cómo entender todo esto con una razón que a todas luces no alcanza a su comprensión? Es como una condena, la condena a la ignorancia, al desconocimiento, al puro anhelo, a imaginar lo inefable.
Por Cástor y Pólux.
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