Hoy traemos a nuestra
cabecera otra foto de este nuestro nuevo lugar, en tierras lusas sureñas que
miran directamente al Atlántico. Ya estamos instalados en nuestra atalaya y en
disposición de continuar el vano intento de comprender este mundo con el único
poder en el que creemos, el de la razón.
Hay personas que en el
aspecto laboral consiguen hacer en esta vida lo que desean, otras a las que las
circunstancias le prefijan una senda, y otras que, por distintas razones, están
donde la vida las ha dejado caer muy a su pesar. En una ocasión un conocido que
pertenecía a este último grupo, al que también hemos pertenecido nosotros
durante tanto tiempo, manifestó abiertamente que jamás trabajaría en una
oficina rodeado de papeles, siempre entre las mismas cuatro paredes y las
mismas personas, con el mismo horario día tras día, que esa sería su muerte.
Pues la vida le dejó caer precisamente en ese lugar tan “horrible” y no le
quedó más remedio que aceptarlo. Y es que lo que nos parece inaceptable en unas
circunstancias lo es en otras. Nunca se puede decir de esta agua no beberé, por
ajeno, extraño o repugnante que nos parezca lo que rechazamos.
Cuando no queda más
remedio acabamos adaptándonos a todo. Esa es una de las características más
significativas del reino animal al que pertenecemos, la adaptabilidad como
forma de superar las dificultades que impone el entorno. Creemos que hay
situaciones que no podremos aguantar, pero lo hacemos, porque una cosa es
imaginar lo que no queremos y rechazarlo y otra vivir una circunstancia real
que no podemos evitar, lo que nos lleva a su aceptación como forma de
superarla. Así funcionamos, negando la perspectiva futura no deseada y
aceptándola cuando se vuelve presente ineludible. Así es nuestra naturaleza
racional, moviéndose entre el extremo del deseo y el extremo de la realidad,
conscientes de ello paro incapaces de evitarlo. Pero es que si fuera de otra
forma no seríamos quienes somos.
Cástor y Pólux.
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