"¡Qué día tuve ayer!", dijo alguien mientras se acomodaba es su mesa de trabajo, tras entrar en la oficina y saludar a todos los que estaban allí. Así como su saludo fue correspondido, su exclamación sobre cómo le fue el día anterior no lo fue.
"¡No os podéis imaginar qué día tuve ayer!", volvió a repetir esperando claramente la pregunta "¿qué te pasó?" para contarlo todo. Pero cansados de los días anteriores, nadie tenía ganas de escuchar su batallita a primera hora, y menos de ella, tan prolífica, incontenible y ramificada a la hora de centrar los temas de los que solía hablar. Así que todos haciéndose los sordos, mirando para otro lado y temiendo que insistiera en contar su sucedido.
"¡Es que si os lo cuento no os lo creéis!". "Por Dios, no se da cuenta de que estamos todos callados intentado evitarla", se decían los demás. No querían ser groseros pero comenzaban a serlo con su silencio. ¿Acaso no lo estaba siendo ella insistiendo en contar lo que a nadie le interesaba en ese momento?
"Os lo voy a contar. Ayer, mientras iba ..." Y lo contó. Todos aguantaron aquel chaparrón mientras se preguntaban cómo podía no haberse dado cuenta, ella a quien tenían por lista, de la situación que provocaba y cómo podía aunar a todos los demás en sus deseos por no escucharla.
¿Por qué mostramos las cosas que nos importan pero que nada interesan a lo demás? Nos puede nuestra necesidad de ser comprendido y admirado. Puro deseo humano.
Por Cástor y Pólux.
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