Ayer hablábamos
de los planetas y dábamos datos de algunas de sus características físicas. Decíamos
que la insistencia de la razón humana había hecho posible la obtención de todos
esos datos sin que estuviéramos físicamente en los confines del sistema solar.
Ello nos
recuerda algo sucedido en nuestra época de estudiantes universitarios. Teníamos
un amigo que comenzaba a interesarse por la astronomía. Este amigo nos
comentaba que su padre le insistía una y otra vez en la imposibilidad de
conocer los datos astronómicos de los que le hablaba su hijo, entre ellos la composición química del sol. “Es imposible saber de qué está hecho el sol si no podemos ir
hasta él para tomar una muestra y analizarla”, le decía. Le parecía inverosímil
todo lo que le contaba su hijo, y lo ponía en duda en la certeza de que su hijo
estaba equivocado. Nuestro amigo jamás pudo convencer a su padre de que había métodos
matemáticos y, sobre todo, pruebas físicas “a distancia” (como el estudio
espectral de la luz de una estrella) que permitían conocer esos datos de los
que dudaba.
Y es que el
conocimiento intuitivo deja de tener valor cuando hablamos del universo, por
cuanto éste es un objeto radicalmente distinto a la Tierra en la que vivimos,
que ha sido hasta ahora la única fuente de ese conocimiento intuitivo, pues nuestra experiencia lo es de las circunstancias particulares que se dan en nuestro planeta.
Por Cástor y Pólux.
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