El ser humano
es capaz de la mayor bondad pero también de la mayor maldad. Creo que está en
nuestra naturaleza. Pero cuando tenemos conocimiento de un acto deplorable, de
una maldad y crueldad extremas, no podemos dejar de sentir vergüenza.
La noticia de
una matanza de niños en Siria (da igual el lugar), además de otras
personas, llega hasta nosotros como otra cualquiera más, el tiempo, el tráfico,
la economía o los deportes. ¿Cómo puede hacerse algo así? Las ideologías o las
circunstancias políticas son en realidad irrelevantes, aunque parezcan un motivo.
¿Quién lleva a cabo una matanza como ésa? Personas. Da igual su ideología, sus
razones. Da igual todo. ¿Qué argumento puede haber para quitar la vida a
personas indefensas, ajenas a los motivos del ejecutador? No lo hay. Sólo se
trata del acto de un carácter descentrado y enfermizo: la falta total de
empatía, la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro. Aun concediendo que
quien hace algo así pueda hacerlo por una alteración de su carácter de la que
no es consciente, aun entendiendo eso, no cabe justificación. ¿Qué pasa por la
cabeza de alguien como yo para justificar en su intimidad que lo que hace
puede hacerse? Nada, absolutamente nada justifica actos como esos.
Pero hemos de
entender que quien hace esas cosas no es un monstruo, no lleva una marca en la
cara, o tiene una forma de ser que denote claramente su locura. No. Son
personas con una vida normal, con un carácter normal, pero que en una situación
extrema se vuelven extremos. ¿Seremos nosotros una persona como ésa? Queremos
creer que no, pero no lo sabemos porque no hemos estado en esa situación. Es
más, alguien normal puede hacer una atrocidad como esa matanza, y después
volver a llevar una vida normal.
Ya en la
segunda guerra mundial, o en la guerra de los Balcanes, o en más de una guerra
civil africana sucedió lo mismo. Se repite. Nos indignamos, nos rasgamos las
vestiduras, lloramos, la emoción nos destroza, pero vuelve a suceder. La
naturaleza humana sigue siendo la misma. ¿Cómo evitar que sucedan cosas así? No
lo sé. Porque parece que estamos concienciados de la atrocidad que supone pero
más tarde o más temprano vuelve a suceder.
Y me pregunto,
¿sería capaz yo de hacer algo así? Mi respuesta, como la de cualquier otro a
quien se le preguntara, sería: “Pues claro que no”. Pero si preguntamos a todo
el mundo y todos contestan lo mismo, ¿quién es entonces el que hace esas cosas?
Nadie en un estado de normalidad haría algo así. El problema es estar en una
situación extrema. Ésa es la explicación, aunque nunca la justificación.
Somos lo que
somos, capaces del sentimiento más sublime y del acto más cruel, porque lo que
permite ambas cosas es lo mismo, la capacidad de decidir y la posibilidad de
llevar a cabo lo decidido (la capacidad de pensar). Las normas morales no son
un freno más que en el ámbito social, donde la reprobación de los demás supone
una limitación real. Pero en el ámbito individual todo es posible. Y si la
cruel perspectiva individual encuentra amparo colectivo en otras personas que
no la censuran, y que participan, entonces suceden las cosas que tan horribles
e inconcebibles nos parecen, como la matanza en Siria de la que me hacía eco.
Nos cuesta
aceptar que personas como nosotros hagan esas cosas, y nos cuesta porque no
podemos admitir ser como ellos. Pero aceptarlo es el primer paso para encontrar
el camino que nos lleve a poder evitar esos comportamientos. Cerrar los ojos no
sirve para nada. Ya lo hemos hecho muchas veces.
Siento una
doble vergüenza, una por pertenecer a una especie tan cruel, y otra por
pertenecer a una especie que mira a otro lado porque no acepta su naturaleza.
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