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lunes, 28 de mayo de 2012

LA VERGÜENZA DE SER HUMANO, por Pólux.

Vergüenza. Siento vergüenza de ser persona.

El ser humano es capaz de la mayor bondad pero también de la mayor maldad. Creo que está en nuestra naturaleza. Pero cuando tenemos conocimiento de un acto deplorable, de una maldad y crueldad extremas, no podemos dejar de sentir vergüenza.

La noticia de una matanza de niños en Siria (da igual el lugar), además de otras personas, llega hasta nosotros como otra cualquiera más, el tiempo, el tráfico, la economía o los deportes. ¿Cómo puede hacerse algo así? Las ideologías o las circunstancias políticas son en realidad irrelevantes, aunque parezcan un motivo. ¿Quién lleva a cabo una matanza como ésa? Personas. Da igual su ideología, sus razones. Da igual todo. ¿Qué argumento puede haber para quitar la vida a personas indefensas, ajenas a los motivos del ejecutador? No lo hay. Sólo se trata del acto de un carácter descentrado y enfermizo: la falta total de empatía, la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro. Aun concediendo que quien hace algo así pueda hacerlo por una alteración de su carácter de la que no es consciente, aun entendiendo eso, no cabe justificación. ¿Qué pasa por la cabeza de alguien como yo para justificar en su intimidad que lo que hace puede hacerse? Nada, absolutamente nada justifica actos como esos.

Pero hemos de entender que quien hace esas cosas no es un monstruo, no lleva una marca en la cara, o tiene una forma de ser que denote claramente su locura. No. Son personas con una vida normal, con un carácter normal, pero que en una situación extrema se vuelven extremos. ¿Seremos nosotros una persona como ésa? Queremos creer que no, pero no lo sabemos porque no hemos estado en esa situación. Es más, alguien normal puede hacer una atrocidad como esa matanza, y después volver a llevar una vida normal.

Ya en la segunda guerra mundial, o en la guerra de los Balcanes, o en más de una guerra civil africana sucedió lo mismo. Se repite. Nos indignamos, nos rasgamos las vestiduras, lloramos, la emoción nos destroza, pero vuelve a suceder. La naturaleza humana sigue siendo la misma. ¿Cómo evitar que sucedan cosas así? No lo sé. Porque parece que estamos concienciados de la atrocidad que supone pero más tarde o más temprano vuelve a suceder.

Y me pregunto, ¿sería capaz yo de hacer algo así? Mi respuesta, como la de cualquier otro a quien se le preguntara, sería: “Pues claro que no”. Pero si preguntamos a todo el mundo y todos contestan lo mismo, ¿quién es entonces el que hace esas cosas? Nadie en un estado de normalidad haría algo así. El problema es estar en una situación extrema. Ésa es la explicación, aunque nunca la justificación.

Somos lo que somos, capaces del sentimiento más sublime y del acto más cruel, porque lo que permite ambas cosas es lo mismo, la capacidad de decidir y la posibilidad de llevar a cabo lo decidido (la capacidad de pensar). Las normas morales no son un freno más que en el ámbito social, donde la reprobación de los demás supone una limitación real. Pero en el ámbito individual todo es posible. Y si la cruel perspectiva individual encuentra amparo colectivo en otras personas que no la censuran, y que participan, entonces suceden las cosas que tan horribles e inconcebibles nos parecen, como la matanza en Siria de la que me hacía eco.

Nos cuesta aceptar que personas como nosotros hagan esas cosas, y nos cuesta porque no podemos admitir ser como ellos. Pero aceptarlo es el primer paso para encontrar el camino que nos lleve a poder evitar esos comportamientos. Cerrar los ojos no sirve para nada. Ya lo hemos hecho muchas veces.

Siento una doble vergüenza, una por pertenecer a una especie tan cruel, y otra por pertenecer a una especie que mira a otro lado porque no acepta su naturaleza.

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