Siempre me hechizaron las novedades científicas y tecnológicas, y he creído que así como para ser un hombre culto se ha de leer mucho, para ser un hombre de tu tiempo se ha de saber de ciencia, para asimilar, y así disfrutar, los campos más avanzados del conocimiento humano. Sea biología, antropología o astrofísica, la ciencia y su método es el mismo, lo que requiere conocer ese método para poder aprehender más fácilmente la esencia de la ciencia y su conocimiento.
Pero también me hechizó el uso que en su día hice de la tecnología hoy obsoleta pero que antaño fue muestra de avances científicos y tecnológicos. Y no tengo que remontarme muy atrás, sólo a mi juventud y niñez. Miro el cuarto en el que me encuentro y veo un antiguo radio-caset que usaba cintas analógicas de caset (cassette o casett), un microordenador ZX Spectrum de 48 Kb de RAM y 16 Kb de ROM (muy popular en la primera mitad de los años ochenta, ver artículo en este blog "El inicio de la informática en los años ochenta: ZX Spectrum, Basic y MS-DOS"), una grabadora-mezcladora digital de 4 pistas (hoy superado en calidad y efectos por casi cualquier programa de ordenador que para la misma función podemos encontrar en internet de forma gratuita), una herramienta manual a caballo entre un berbiquí y una taladradora eléctrica (con función de taladradora y aspecto de berbiquí modificado), una manual de Basic para Olivetti del año 1984, algunos juegos infantiles de finales de los años setenta ... Todo ello sin uso aunque en perfecto estado.
La verdad es que la ciencia me hechizó desde que tuve uso de razón para saber qué era. He de decir que tuve conocimiento de otros dos tipos de saberes, la filosofía y la religión. La primera puede llegar a ser un buen complemento para conceptualizar y delimitar el alcance de la ciencia, pero siempre estará tras ella, y la segunda pretende un conocimiento a mi entender sin garantía alguna más que la propia necesidad humana de ir más allá (ver artículo en este blog: "Filosofía, religión y conocimiento científico").
Me quedo con la ciencia, con sus limitaciones y sus incongruencias, pero también con aquello que ha hecho grande al hombre. El amor por la ciencia es tan pasional como lo pueda ser el amor por la religión, pero aquélla tiene un aspecto de objetividad que no tiene ésta, y tal objetividad marca la diferencia entre el aspecto puramente subjetivo que trata la religión y el hecho que trata la ciencia (ver artículo en este blog: "La voluntad de ver o no a Dios").
Por Pólux.
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