Agosto se va marchando poco a poco, y los días van acortándose para recordárnoslo. Pero no importa, que nos quiten lo bailado, como suele decirse, eso sí, el que haya bailado.
Este mes de agosto ha sido caluroso y tranquilo en la atalaya, con muchas noches estrelladas y días de mar calmo. Finalmente unas leves pero suficientes nubes velaron las Perseidas, siempre inspiradora para una mente en constante búsqueda.
Pero la imaginación suple con eficacia la realidad y a falta de Perseidas rememoré noche tras noche el espectáculo de las Leónidas de hace ya más de diez años. En noviembre las Leónidas irrumpieron durante algunos años con fuerza y espectacularidad, dada su alta velocidad de entrada en la atmósfera. La naturaleza mostraba una de sus caras más ocultas, nuestro sitio en el Universo, en el Cosmos, al hacer perceptibles sus efectos en nuestra vida cotidiana y rutinaria. Y ese hacerse patente el Universo que nos rodea es lo que resulta inspirador a la hora de plantear reflexiones, las que a falta de Perseidas me replanteaba con cada recuerdo de las Leónidas.
La noche en la atalaya es espectacular. Soledad, silencio e inmensidad..., una inmensidad inexplicable ante la que sólo es posible el ansia de comprender, sumido en la contradicción inherente de intentar entender lo inconmensurable. He ahí la razón de ser de nuestra atalaya: buscar lo inalcanzable.
Por Pólux.
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