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domingo, 9 de febrero de 2014

"TÉCNICA PARA CRECER", POR HELENA DE TROYA.

“TÉCNICA PARA CRECER”
Por Helena de Troya (09-02-2014)


Una Semana Santa de abril tenía yo catorce años y me enamoré perdidamente de un chico altísimo. Al mes siguiente formalizamos nuestra relación. Al principio me costaba permanecer tanto rato mirando hacia arriba cada vez que hablábamos. Con el tiempo me acostumbré y ya me parece que ni tengo que mirar hacia arriba para hablarnos, pareciera que somos los dos de la misma estatura, ¡ojalá!

Pero como digo, al principio me costaba, me dolía mucho el cuello cuando llegaba la noche, después de haber pasado la tarde con él. Teníamos que aguantar bromas como que nos llamaran “ahí va la una y media”, o que le preguntaran a él “¿qué tiempo hace pro ahí arriba?”.

El caso es que mi padre, por echarme una mano, pensé yo ingenua e inocentemente, me dijo que yo podría crecer un poco más colgándome de una puerta e intentando llegar con los dedos de los pies al suelo. Sin dudarlo un momento, en cuanto tuve ocasión intenté ponerlo en práctica.

Necesitaba un apoyo donde subirme, colocar mis manos en la parte de arriba de la puerta, me bajaba del apoyo, y como podía me quedaba agarrada a la puerta, que tendía a cerrarse. Y con mucho dolor intentaba llegar con la punta de los dedos de los pies al suelo. Aquello era un martirio. Me costaba horrores mantenerme un segundo en esa postura.

Por supuesto lo hacía sin que nadie me viera para evitar chanzas y burlas de mis hermanos. Pero un mal día me pilló mi madre agarrada a la puerta de mi dormitorio como un gato. “¿Pero qué estás haciendo?, ¿tú te has vuelto loca?, ¡cómo descuelgues la puerta del quicio te voy a dar una paliza que te vas a enterar!”. Mi madre no atendía a mis razones ni a mis excusas:

- Me ha dicho papá que así puedo crecer.

Mi padre re reía bien satisfecho cuando mi madre le contó la última ocurrencia de su hija.


Así se me acabaron a mí las ganas de colgarme de la puerta para crecer, que me hacía mucha falta. Y lo que hacíamos mi enamorado y yo era aprovechar los escalones de las aceras y las escaleras, o nos sentábamos en los banco del parque para vernos y hablarnos de cerca.

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