Me asomo a la terraza de mi casa y miro las calles. Observo las personas que van y vienen, las mismas con las que cada día me cruzo en la calle, en el trabajo, en el ocio...
Siempre se ha creído que la ilustración y el conocimiento eran la cura a una sociedad analfabeta y decadente, como si esos dos calificativos se complementasen.
Pecamos de optimismo. Una vez más la realidad nos muestra nuestra equivocación, eso creo. El nivel de estudios actual, el acceso a la información, la libertad de expresión, el desarrollo de la tecnología aplicada a nuestro bienestar y nuestras necesidades, son ejemplos de las posibilidades del desarrollo personal necesario para superar la decadencia, la falta de valores y de educación, el analfabetismo, en fin, para conseguir un espacio social más justo, libre, respetuoso y tolerante. Y eso es lo que debiéramos tener.
Nada más lejos de la realidad que observo cada día. No sé bien de donde procede ese optimismo en el ser humano de creer en su bondad y en su capacidad de justicia y respeto. No sé, pero yo todos los días me encuentro que la calle es una selva. Todo es pretexto para para colocarse por delante de los demás, desde una cola hasta sentarse en un bar, pasando por la conducción de automóviles. Parece que el deseo más valorado es anteponernos a los demás y que no se nos anteponga nadie. Ni la juventud, ni los mayores..., nadie nos salvamos de ese comportamiento tan humano y tan poco altruista, tan sólo personas individuales con dones especiales, pero son los menos.
Estamos tan acostumbrados a ello que casi no nos damos cuenta, pero no creo exagerar lo más mínimo.
Por Pólux.
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