Uno de los argumentos que en muchas ocasiones hemos escuchado esgrimir a favor de la existencia de Dios es la maravillosa, compleja e inexplicable funcionalidad del cuerpo animal.
Pongamos por ejemplo el cuerpo humano. Un sistema circulatorio de sangre para repartir nutrientes por todo el cuerpo, con millones de ramificaciones microscópicas, sistema arterial, sistema venoso de retorno... Las proteínas que construyen nuestro cuerpos, tan variadas y funcionales. Millones de neuronas interconectadas por las microscópicas sinapsis, a su vez un mundo de modificaciones químicas y eléctricas para transmitir una señal, neurotransmisores que regulan esa señal, recaptación que regula los neurotransmisores, "sensores" químicos que regulan la recaptación, potenciales de activación que regulan los "sensores", moléculas químicas que regulan los potenciales de activación...La célula, con los orgánulos citoplasmáticos que la independizan, y el núcleo, verdadero corazón de la célula, con los cromosomas donde se encuentra el secreto de la vida, el ADN (ácido desoxirribonucléico), guardián del código genético, hoy descifrado pero no por ello totalmente comprendido, compuesto por la doble hélice de bases químicas entrelazadas por puentes de hidrógeno, sólo cuatro bases, las famosas Adenina, Citosina, Guanina y Timina. Tamaña complejidad con sólo cuatro bases, todo un logro de ingeniería del que nuestra mente no sería capaz hoy día. Los distintos órganos, hígado, riñones, corazón, pulmones, etc., y glándulas, trabajando al unísono de forma interconectada e interdependiente. Y podríamos ver uno por uno el funcionamiento interno y la autorregulación de cada órgano, de cada músculo, de cada poro de la piel, de cada célula, para descubrir el fascinante misterio de la vida. Es difícil ver en la evolución la única causa de tan completa ingeniería.
Comprendemos la tentación de encontrar en todo ello un argumento a favor de un Creador capaz de realizarlo, aunque entendemos que no es rigurosamente necesario. De lo incomprensible y misterioso sólo sabemos que nada sabemos. Vivimos y coexistimos todos los días con multitud de cosas que nos son incomprensibles y misteriosas y no nos lo planteamos. El motivo o la causa por la que cuando nos acercamos a la puerta de unos grandes almacenes ésta se abre sóla al detectarnos, puede ser desconocida y misteriosa para muchas personas, pero conviven perfectamente a diario con ese misterio. Nos podrán ustedes a ello argüir que no saben la causa concreta pero saben que tiene una causa, justo nuestro argumento que hace innecesaria la idea de Dios: no sabemos la causa de la complejidad del cuerpo humano, pero debe haber una causa que, simplemente, nos es desconocida. A lo que también ustedes nos podrán decir que esa causa desconocida es Dios. O no. Una causa desconocida es lo desconocido, lo incomprensible, allá donde nuestra mente, al menos por ahora, no llega. Dios es algo concreto, una causa determinada con señas de identidad. Pero nosotros no vemos la relación entre la causa ignorada y desconocida y Dios. Para nosotros son dos cosas distintas y se puede vivir perfectamente aceptando cualquiera de las dos. Lo desconocido nos hace vivir aceptando límites que no comprendemos, Dios nos hace vivir aceptando también un límite, sólo que en vez de llamarlo incomprensión le llamamos Dios.
El siguiente paso sería discutir sobre esa falta de diferencia que argumentamos entre los desconocido y Dios, lo que nos llevaría a hablar de la definición de Dios, sus atributos (toda una teodicea) y analizarlo con nuestra corta mente racional. Sean las que sean nuestras conclusiones siempre nos podrían aducir que provienen de la propia limitación de la razón de la humana, incapaz de comprender totalmente a Dios.
Lo desconocido no se puede ni demostrar ni negar, de ahí la polémica que suscita hablar de lo desconocido, sólo caben teorías. Y para nosotros Dios entra dentro de la categoría de lo desconocido. Al menos no tenemos experiencia de él.
Por Pólux.
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